Pello Guerra
Entrevista
Fernando Hualde
Recepcionista del Hotel La Perla de Iruñea durante 45 años

«Uno intentó venderme un submarino y al preguntarle de qué color, dijo: “¡Está peor que yo!”»

Más de cuatro décadas como recepcionista del Hotel La Perla, en plena Plaza del Castillo, dan para muchas anécdotas en sanfermines y Fernando Hualde las comparte con NAIZ, como cuando intentaron venderle un submarino o descubrió que en Japón tienen dos gigantes al estilo iruindarra, pero de hierro.

Fernando Hualde atesora infinidad de anécdotas sanfermineras tras ser recepcionista del Hotel La Perla durante más de cuatro décadas.
Fernando Hualde atesora infinidad de anécdotas sanfermineras tras ser recepcionista del Hotel La Perla durante más de cuatro décadas. (Aitor KARASATORRE/FOKU)

Intentar venderle un submarino o descubrir que en Japón han construido dos gigantes al estilo iruindarra, pero de hierro macizo son algunas de las situaciones curiosas que ha vivido en sanfermines como recepcionista del Hotel La Perla el también historiador y antropólogo Fernando Hualde, quien, tras su jubilación, ya puede disfrutar las fiestas como nunca.

Durante 45 años ha sido recepcionista en el Hotel La Perla. ¿Cómo se viven los sanfermines trabajando en un hotel en la Plaza del Castillo, en pleno corazón de Iruñea?
Trabajar en sanfermines es una ‘desgracia’, pero si los vives a pie de calle, en plena Plaza del Castillo, es menos ‘desgracia’. Por lo menos vives la fiesta de cerca, la estás sintiendo, y es otra forma completamente diferente de verla. Pero también estás trabajando y cuando terminas, para lo último que estás es para seguir de fiesta. Sales como los mansos, para ir directo a casa, meterte en la cama y descansar, porque es agotador. Estás trabajando con tu traje impecable y la gente bebe y no tiene mayor gusto que entrar a incordiarte, y lo último que tienes que hacer es ponerte serio. Una vez vino uno bastante pasado de rosca que me quería vender un submarino. Antes de entrar, estaba debatiendo con sus amigos si se atrevería o no. Al final, entró y le recibí todo serio. Me preguntó a ver si nos interesaba un submarino y entonces le pregunté de qué color sería, porque para nosotros esa cuestión era muy importante. Me dijo que tenía azul y rosa, que lo que no tenía era un submarino amarillo. Y le dije que precisamente queríamos amarillo, porque pensábamos revenderlo a China. Al final salió y les dijo a sus amigos: «¡Este está peor que yo!».

¿Cuál le parece que es el visitante más curioso que ha pasado por el hotel durante las fiestas?
Hay de todo. De hecho, llevo escritos 40 libros y el primero fue sobre los visitantes curiosos de los sanfermines, la gente que seguía la huella de Hemingway y se desplazaba miles de kilómetros para pasar con nosotros esos días de fiestas. Siempre me acuerdo del sueco Staffan Säfwenberg, que viene a los sanfermines y que allá por el año 90, decidió organizar un encierro en Estocolmo. Las autoridades de la ciudad le dijeron que no, pero no sabían con quién se habían topado. Pidió explicaciones y le expusieron el peligro de hacer una carrera con toros por la calle, pero en el lugar que planteaba, había habido varios accidentes mortales y les dijo si habría que prohibir que circularan los coches. Entonces le hablaron de las vacas locas, pero respondió que tenía los permisos necesarios para el transporte de toros de Miura. Como vieron que no era tan fácil decirle que no, se pasaron la pelota de unas autoridades a otras, pero él lo tenía todo previsto, incluso una plaza flotante en uno de los lagos. No había manera legal de impedirlo y recurrieron a la embajada española, que es el primer sitio donde se celebra la Escalera, y les dijeron que estaban felices con la idea. Cuando finalmente vieron que no le podían decir que no, él les dijo que era una broma y que solo quería saber qué le decían.

«Hemos alojado a gente especial, como príncipes árabes o un secretario general de la OTAN, que pasan desapercibidos aprovechando el anonimato de las fiestas»



¿Y la situación o anécdota más especial que ha vivido en los sanfermines?
Son muchas, desde lo vivido en los sanfermines de 1978, pasando por gente a la que le han robado, que no sabe a dónde ir y a la que le ayudas, por ejemplo, para anular las tarjetas y nos visitan todos los años con regalos. Pero también alojar a gente especial, que pasa desapercibida aprovechando el anonimato de las fiestas, pero que es muy relevante en su país. Y tenemos desde un secretario general de la OTAN, hasta a príncipes árabes. Convivir con esa gente y tratar de ayudarles en su forma de vivir las fiestas es curioso.

¿La petición de algún cliente que le haya llamado especialmente la atención?
Lo más curioso que me han pedido es que la habitación de al lado se convierta en un gimnasio. Nunca hemos dicho que no. Si algo caracteriza al hotel es su adaptación a cada cliente en función de sus creencias, cultura… Y es algo que les impacta mucho. Por ejemplo, si viene un musulmán, lo primero que le indicas es en qué dirección está la Meca. O en determinadas fechas, atender los requisitos que necesitan a la hora de comer, de desplazarse. Y llevado a los sanfermines, nos han venido clientes de Arabia, de Jordania, de Kuwait, con sus túnicas, llegan al parking y les decimos que se pongan tal ropa y disfruten. Salen al exterior y ven a todo el mundo vestido igual y eso les impacta y entienden el porqué de esa ropa. A veces es gente que en su país es muy importante, por ejemplo, líderes espirituales de determinadas religiones, que están acostumbrados a que les aclamen y salen del hotel saludando. La gente, que va como va, les saluda y les parece que les están reconociendo.

¿De quién guarda un mejor recuerdo?, ¿con quién se habría ido de juerga en las fiestas?
Me he ido de juerga con muchos suecos, alemanes, con gente de todo el mundo, porque haces amistad. Les ves durante horas disfrutando y te vas con ellos para pasarlo bien también.

En 1978 ya estaba trabajando en el Hotel La Perla. ¿Cómo recuerda aquel terrible año para los sanfermines?
Lo viví directamente. Trabajaba de tarde, así que no estaba en la plaza, pero sí que vi cómo empezaban las carreras, los tiros, todo se llenaba de humo por los botes y a partir de ahí, lo que pasaba. Hubo un momento en el que entró la Policía en el hotel porque desde un balcón les estaban haciendo fotos y querían subir. Me tuve que poner fuerte y decirles que no podían subir, que ese cliente era extranjero. Se cruzaban coches, los rociaban de gasolina y les echaban un cóctel; todo ardía. Cómo sacaron el mobiliario del Banco Español de Crédito de Mercaderes y le pegaban fuego. Al terminar el horario de trabajo, tenía  que irme a casa. Me arriesgué, salí y me arrepentí, porque me tocó llegar a casa, en la Milagrosa, corriendo. Ha sido la primera y única vez que he visto algo así en esa zona. Al día siguiente tenía que ir al hotel temprano. Apenas dormí y por el camino vi el paisaje desolador que había. Bajé por la avenida de Carlos III y no había ni un escaparate entero. Te podías meter en cualquier tienda, porque estaban los cristales rotos. Luego ya me enteré de que había un muerto.

¿Y el año siguiente? ¿Se resintió el número de visitantes por lo ocurrido?
Marcó un antes y un después, no solo en sanfermines, sino en el resto del año. Entré a trabajar en junio del 77 y entonces se llenaban todos los hoteles todos los días del año, pero a partir del 78, se acabó el turismo. A la ciudad le ha costado años recuperarse de aquello y no tenía nada que ver con la situación anterior, ya que si conseguías llenar el hotel, contento.

«En estos 45 años, las fiestas seguramente han vivido la misma evolución que durante siglos. Hay cosas que desaparecen, pero la estructura central permanece»



¿Cómo le parece que han evolucionado los sanfermines en estos 45 años?
Seguramente es la misma evolución que ha vivido durante siglos. Hay cosas que desaparecen, como el Riau Riau, pero lo que importa es que la estructura central de la fiesta sigue permaneciendo. Hay unas celebraciones religiosas en torno a San Fermín que ya existían en el siglo XIV y que sigue habiendo. Para empezar las fiestas se lanzaban cohetes y bandeaban las campanas, era la forma civil y religiosa de hacerlo, y ahora hay un acto multitudinario convocado. Sigue habiendo corridas de toros, porque ya en el siglo XIV había aquí y hasta finales del siglo XIX, las corridas que había por todo el Estado eran a base de toreros y ganaderías vasconavarros. Esa estructura se conserva y sigue habiendo fuegos artificiales, que ha habido siempre. Hay cosas que aparecen por el camino y que también desaparecen. Siempre va a haber una evolución y más en estos tiempos, con una sociedad que cambia con rapidez, casi cada cinco años.

Fue testigo en el peculiar juicio contra el escritor Ernest Hemigway en la Peña Anaitasuna. ¿Cómo valora la influencia del estadounidense en las fiestas?
Sin duda es importante, pero de ahí a echarle la culpa de todo, hay una distancia grande. Tenemos la tendencia a decir que es el responsable de la masificación, de tanto extranjero, que los de casa nos hemos quedado sin fiesta. Pero siempre pongo dos datos sobre la mesa. Hemingway nació en 1899 y ese año había más de 20 medios de comunicación extranjeros acreditados en Pamplona, algo que no pasaba ni en Madrid, ni en Valencia, ni en Barcelona. Además, vino hace exactamente cien años como consecuencia de la fama internacional que ya tenían las fiestas. Hay un semanario de Canadá que le dice que venga a Pamplona, porque la gente corre por las calles delante de los toros. Es decir, él es una consecuencia de la internacionalización de las fiestas.

Fernando Hualde es un experto en la historia de los sanfermines. (Aitor KARASATORRE/FOKU)



¿Cuánto hay de histórico sobre la presencia de Hemingway en el Hotel La Perla?
Según los biógrafos, Hemingway vino a Pamplona nueve veces y una de las cosas que vamos comprobando es que es alguna vez más, sobre todo en los años 50. En el hotel, de lo que tenemos constancia es de las estancias en esos años, del 53 al 59, cuando se ve que viene reiteradamente al hotel, a pesar de que alguno se empeñe en decir que no ha estado en La Perla. Hemos recogido los recuerdos que trabajadores y clientes tenían de su estancia en el hotel. Que si le llevaban el desayuno a la habitación, le despertaban porque llegaba el encierro y después iban a recoger el desayuno, estaba sin tocar y él seguía durmiendo. Ahora hemos tenido la sorpresa de que la primera mujer de Hemingway escribía un diario, que recientemente se ha hecho público, en el que narra con cierto detalle la estancia en el año 1924 y donde habla de su estancia en el Hotel La Perla, de lo que no teníamos constancia. Sí que sabíamos que había un vínculo muy importante con el hotel, porque Hemingway puede entenderse con la dueña por un tema de idiomas. Necesita desarrollar su función periodística y ella le gestiona entrevistas y le pone en contacto con el archivero municipal, que es quien le proporciona las entradas para poder acceder a la plaza y desempeñar su trabajo. Se crea un vínculo importante con el hotel. Incluso ha habido cosas que hemos llegado a desmentir.

¿A qué se refiere?
Por ejemplo, en Londres, una famosa casa de subastas sacó a la venta unas cartas de Hemingway escritas desde el hotel. A pesar de que esa relación nos venía muy bien, les advertimos de que esas cartas no eran buenas, ya que llevaban un membrete del hotel que se empezó a utilizar en 1927 y estaban fechadas en 1925. Así que alguien muy habilidoso había hecho un montaje. Y lo dijimos sin ningún problema, porque queremos ser serios. Hemos trabajado mucho el tema histórico en el hotel, porque tiene mucha historia.

¿Eran muchos los que llegaban al hotel siguiendo las huellas del escritor?
Cuando entré a trabajar en junio de 1977, ni sabía quién era Hemingway y fue lo primero que aprendí en el hotel. Entraba gente, les interrogaba con la mirada y me decían «Hemingway». Me explicaron quién era y a partir de ahí, entendí y empecé a interesarme por él y hoy es el día en el que he escrito tres libros sobre Hemingway. Venían clientes que estaban en el hotel porque habían convivido con él y tenían ese recuerdo. Y te das cuenta de que tenía más importancia de la que uno piensa, de que es un fenómeno social, no solo literario. Les atraen otras cosas, lo que simboliza. Es un símbolo en Estados Unidos a pesar de que vivió en Europa, en Cuba… Para ellos es muy importante.

«Hemingway nació en 1899 y ese año había más de 20 medios extranjeros acreditados en Pamplona. Vino por la fama internacional que ya tenían los sanfermines»



¿Cómo se viven las fiestas ya jubilado?
Desde una perspectiva diferente. Ya no tengo prisa y puedo cumplir con el sueño de conocer cosas como el encierro, que solo lo había visto desde una ventana del hotel, o el encierrillo, que nunca lo había visto. Y lo vivo parecido a como le pasaba a Paco Martínez Soria en una película cuando llegaba a la ciudad, mirando todo, aunque no me resulte desconocido. Desde los años 80, siempre me ha tocado trabajar mucho con los medios de comunicación en mis pocos ratos libres por haberme dedicado a historiar los sanfermines y he atendido a periodistas de unos 70 países. Hubo años en los que tenia mi cola de periodistas delante del mostrador para entrevistarme. Al final se les convocaba en uno de los salones del hotel por horas según se fuera a hablar sobre Hemingway, sobre los sanfermines… El propio Gobierno de Navarra me enviaba periodistas de todo el mundo para atenderlos y me ha tocado cosas tan curiosas como unos japoneses que vinieron por el 450 aniversario de la llegada de San Francisco de Javier a Japón.

¿Qué tuvo de especial esa visita?
Era una comisión que venía desde Yamaguchi. Unos pertenecían a la entidad local de allí, otros al Arzobispado y otros al Gobierno, cada uno con un tipo de trabajo en mente. Los del Ayuntamiento querían conocer el funcionamiento de los gigantes. Les expliqué cómo se hacía la coreografía de una danza de gigantes, pero les veía la cara y notaba que no me estaban entendiendo. Al final oí que pasaba la comparsa y salimos a verla. Cuando vieron que el gigante se paraba, se abrían las faldas por detrás y salía un señor, se quedaron de piedra. Ellos tenían dos gigantes allí, con uno que representa a San Francisco de Javier y otro, al emperador que autorizó su entrada en Japón. Los habían hecho tomando como referencia una tarjeta postal de los años 80 en la que está la comparsa parada en la plaza del Arzobispado. A partir de esa imagen, hicieron los gigantes, pero de hierro macizo y con un juego de rodamientos para empujarlos y moverlos cuando los sacan. Por eso no entendían que alguien los pudiera hacer bailar.

Hualde, posando ante la entrada del Hotel La Perla, del que ha sido recepcionista durante 45 años. (Aitor KARASATORRE/FOKU)