Así dinamitó Washington la «vía chilena al socialismo»
Hace medio siglo, un golpe de Estado fraguado en Washington derrocó a Salvador Allende y echó por tierra la llamada «vía chilena hacia el socialismo». 3.227 chilenos fueron muertos por la dictadura, de los que 1.102 siguen desaparecidos.
Hace ahora medio siglo, un golpe de Estado fraguado en Washington por el hoy centenario Henry Kissinger, con el apoyo de su presidente Richard Nixon, la multinacional ITT como caballo de Troya y el vicealmirante José Toribio Merino, el comandante Gustavo Leigh y el general Augusto Pinochet como cabezas visibles de la sedición, derrocó a Salvador Allende y echó por tierra la llamada «vía chilena hacia el socialismo».
Los sublevados establecieron un nuevo Gobierno dirigido por una Junta Militar. En junio de 1974, el general Pinochet, presidente de la Junta, fue nombrado ‘jefe supremo de la Nación’ y, unos meses más tarde, presidente de la República. Su Gobierno estableció un régimen despótico, abolió los derechos humanos y civiles y se prolongó hasta 1990.
Los informes Valech (I y II) y Rettig señalan que 3.227 chilenos fueron muertos por la dictadura (de los que 1.102 siguen desaparecidos), y al menos otros 28.459 fueron torturados. De los detenidos torturados, 2.200 eran menores. Las mujeres detenidas, asimismo, fueron sujeto de violencia de género. 200.000 chilenos marcharon al exilio.
La Unidad Popular, dirigida por Allende, había ganado las elecciones presidenciales tres años antes, en septiembre de 1970, con apenas 39.000 votos de diferencia con Jorge Alessandri, abriendo una nueva concepción de la toma del poder, una redefinición de la izquierda que mantenía en buena parte del planeta la insurrección popular como método para hacerse con las riendas del Estado.
La Unidad Popular había sido creada en 1969 con el soporte del Partido Comunista, el Socialista, el Radical y varios movimientos populares y cristianos.
En aquellas elecciones de 1970, EEUU ya había iniciado movimientos para evitar la llegada al poder «por primera vez de un Gobierno comunista». Para Nixon y Kissinger, según documentación desclasificada en 2008, Chile era escenario de máxima prioridad estratégica, por encima de Oriente Medio.
EEUU prepara el golpe
El temor a un contagio de acceso electoral de las izquierdas, especialmente en Italia, país miembro de la OTAN, marcaron sus prioridades. Gracias a diversa documentación desvelada este verano de 2023, se ha sabido que EEUU promovió un golpe previo en 1970, antes de la toma de posesión de Allende, que fracasó porque, según Nixon, «los militares chilenos son un grupo bastante incompetente».
En 1970, enfangados en la guerra del Vietnam como icono mundial, la izquierda revolucionaria apenas confió en las fuerzas y en el proyecto de la Unidad Popular de Allende. La madrugada de su victoria, Allende se dirigió a sus seguidores: «Dije y debo repetirlo: si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad». Alguien recordó entonces la dedicatoria del Che Guevara, muerto en Bolivia tres años antes, en su libro sobre la guerra de guerrillas: «Para Allende, que por otros caminos trata de obtener lo mismo».
Allende le había contestado entonces: «Hay diferencias, indiscutiblemente, pero formales. En el fondo, las posiciones son similares, iguales».
La desconfianza en el acceso al poder por medios pacíficos era notoria entre las fuerzas que opositaban al capital, especialmente en Latinoamérica. Algunas excepciones, como la del grupo guerrillero chileno MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria), que apoyó críticamente a Allende.
En Euskal Herria, donde las organizaciones clandestinas se preparaban desde el verano para el anunciado Proceso de Burgos, el eco de la campaña fue casi inexistente. Mientras, la prensa franquista titulaba: «Pánico en Chile».
Nacionalización del cobre
En 1971 se produjo un hecho que sería clave en el curso de los acontecimientos. El Gobierno de Allende nacionalizó la minería del cobre, la mayoría en manos de empresas de EEUU. Ese mismo año avanzó en la expropiación de tierras, más de un millón de hectáreas, y en la estatalización de las empresas del carbón y de la banca.
Militares y civiles comenzaron a organizar la caída del presidente, que se aceleró en marzo de 1973, cuando la Unidad Popular logró el 44% de los votos para el Parlamento y la derecha un 56%, sin alcanzar el techo de los 2/3 del hemiciclo al que aspiraban para derrocar constitucionalmente a Allende. Y así lanzaron una denuncia de fraude electoral, al estilo ya desplegado por las fuerzas ultras en las elecciones españolas de 1936 tras la victoria del Frente Popular (que condujeron al push de Franco) o el asalto al Capitolio, ya décadas más tarde, por los partidarios de Trump en 2021.
La agresión de septiembre de 1973 al palacio presidencial por los grupos facciosos, donde se refugió Allende con sus más allegados, se convirtió en un mito de resistencia para las generaciones posteriores. Acosado en La Moneda, Salvador Allende se suicidó: «Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente».
Pablo Milanés inmortalizó el mito con una canción icónica: «Yo pisaré las calles nuevamente, de lo que fue Santiago ensangrentada. Y en una hermosa plaza liberada, me detendré a llorar por los ausentes».
Resistencia en La Moneda
Aquel día del 11 de septiembre de 1973, el Ejército chileno se encontraba concentrado en Santiago para la celebración de una jornada en recuerdo de sus «glorias bélicas». La ocasión propicia. A las cinco de la mañana, Allende recibió el aviso de un inusual movimiento de tropas por la capital. El presidente alertó a su escolta privada, los GAP (Grupos de Amigos del Presidente), creada en 1971, cuando los rumores de un probable golpe circulaban sobre la capital.
Allende se dirigió al palacio presidencial, mientras su familia abandonaba rápidamente la vivienda, que fue bombardeada y destruida poco antes de las 8 de la mañana.
Con Francisco Argandoña, su jefe de seguridad, y 12 escoltas de los GAP, Allende llegó a La Moneda. Minutos más tarde, otros 20 miembros de los GAP alcanzaban el palacio, que ya había sido cercado por el cuerpo de Carabineros.
Los escoltas fueron detenidos y trasladados a un cuartel militar. Serían ejecutados y la mayoría permanecen aún desaparecidos. Una primera muestra de lo que estaba por llegar. Con Allende, habían logrado entrar 16 de sus escoltas. Únicamente, cuatro sobrevivieron.
El ataque de la infantería, los tanques, los gases lacrimógenos y el bombardeo final de La Moneda desde aviones ‘Hawker Hunter’, rompieron la débil defensa de La Moneda. Desde antes, sin embargo, la suerte estaba echada. Las conversaciones desclasificadas entre Pinochet y sus subordinados desvelan que el objetivo principal de los sublevados era el del magnicidio.
En tres ocasiones, Pinochet ordenaba al jefe de su operativo que había que acabar con la vida de Allende. La tercera, incluso si era detenido bajo la oferta de un acuerdo diplomático: «Se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país… Y el avión se cae, cuando vaya volando (risas)».
Sobre las dos de la tarde, los militares coparon la primera planta de La Moneda. Un piso más arriba, su guardia personal fue conminada a rendirse en diez minutos. El presidente invitó a sus compañeros a descender, mientras entraba en el salón Independencia. Sentado en un sillón, se descerrajó un tiro. Su médico, Patricio Guizón, escuchó el disparo, volvió a la habitación y reparó el cuerpo del presidente con el cráneo destrozado, la metralleta entre sus piernas y el cuerpo semi inclinado.
La penúltima imagen en vida de Allende, con un casco y una metralleta, se la había tomado el fotógrafo del palacio, el argentino Orlando Lagos, que vendió los negativos a ‘The New York Times’, que la publicó días más tarde sin firma. La fotografía, que ganó el World Press Foto de ese año, fue, durante décadas, el símbolo de un presidente consecuente de sus ideas hasta el final.
Interrogantes tras la muerte
La muerte de Allende, que fue enterrado clandestinamente al día siguiente en presencia de su viuda, Hortensia Bussi, generó multitud de interrogantes. La estigmatización del suicidio hizo el resto. La prensa de derechas incidió en el suicidio, mostrándolo como un acto de cobardía. Algunos de sus compañeros, en cambio, afirmaron que «si hubo suicidio, este no fue sino su último acto como combatiente».
Durante años, diversas versiones circularon entre los grupos opositores a Pinochet, hasta que, en 2011, un equipo interdisciplinar, entre los que se encontraba el forense vasco Paco Etxeberria, desenterró los restos del antiguo presidente. En julio de ese mismo año, hicieron públicas las conclusiones. Allende se había suicidado con una AK-47, la misma que le había obsequiado Fidel Castro en 1971. Su hija Beatriz, que pudo huir de La Moneda unos minutos antes de que el palacio fuera bombardeado, también se suicidó, en La Habana en 1977, con una Uzi regalada, asimismo, por el líder cubano.
La muerte de Allende apenas tuvo eco en la prensa vasca, acallada por una férrea censura. ‘Zeruko Argia’, en euskara, se atrevió a señalar que «la desaparición de Allende es un duro golpe a quienes creemos que los cambios se pueden hacer por medios democráticos».
En la prensa clandestina, irregular por razones obvias en su periodicidad, el tiranicidio tres meses más tarde del presidente español Luis Carrero Blanco, eclipsó la desaparición de Allende.
Su propuesta de Unidad Popular fue rescatada a la muerte de Franco, con la creación de Herri Batasuna, ya en 1978.