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Salvador Allende, ese eterno referente

El periodista e historiador Mario Amorós ha publicado una biografía sobre el que fuera presidente de Chile, donde reivindica su perfil revolucionario y profundiza en las firmes convicciones y en la coherencia de un político audaz cuyo trágico final tiende a ocultar la vigencia de su legado.

Imagen de archivo de Salvador Allende en un acto con trabajadores.
Imagen de archivo de Salvador Allende en un acto con trabajadores. (FUNDACIÓN SALVADOR ALLENDE)

Cincuenta años después de haberse suicidado en el Palacio de la Moneda asediado por las huestes golpistas del general Pinochet, la figura de Salvador Allende vive una necesaria rehabilitación, no solo atendiendo a su condición de víctima del fascismo, sino a su legado político. Un legado que ha sido puesto en valor por el periodista e historiador Mario Amorós en ‘Salvador Allende. Biografía política, semblanza humana’, obra que acaba de salir al mercado editada por Capitán Swing.

«Todos tenemos en la cabeza, la imagen de Allende con una metralleta en la mano en el Palacio de la Moneda el 11 de septiembre de 1973, pero su vida dio para mucho más. Allende es eso pero también fue un político de larguísima trayectoria con una historia familiar muy interesante y eso ha sido lo que yo he pretendido contar», comenta el autor.

Esa vasta trayectoria política hace de Salvador Allende una figura que vale para contar lo que fue el siglo XX en el país sudamericano y, sobre todo, el periplo de la izquierda política chilena, una trayectoria que él encarnó en primera persona poniendo en valor el esfuerzo de aunar a comunistas y socialistas en una misma dirección. «Es un hecho insólito en el contexto de la Guerra Fría. No me gusta comparar pero durante 40 años de franquismo, PSOE y PCE fueron incapaces de firmar una declaración conjunta», comenta Amorós, poniendo en valor el papel de este médico cuya formación fue determinante a la hora de tomar conciencia política.

«Allende siempre tuvo una visión de la medicina muy avanzada. Para él, conceptos como la higiene pública o el hecho de poder ofrecer a las clases populares una buena alimentación, eran tan importantes o más que universalizar la atención sanitaria. También le influyó su trabajo en el Manicomio Nacional de Chile para ser una persona sensible al sufrimiento de los más desfavorecidos. Todo ese bagaje lo puso en práctica al ser designado ministro de Sanidad entre 1939 y 1942. Fue el primer cargo público que ocupó y, a través de él, promovió una serie de leyes que darían lugar a la creación del Sistema Nacional de Salud o a la Red Nacional de Hospitales Públicos en favor de la clase trabajadora».

Amorós: «Él quería construir un proyecto de país donde los medios de producción fueran de titularidad pública y donde estos fueran gestionados por los propios trabajadores»

 

A partir de ahí, su trayectoria política fue imparable y desde principios de los años 50 ocupó la Secretaría General del Partido Socialista Chileno, organización que él mismo había contribuido a fundar veinte años antes. No obstante, Salvador Allende fue un socialista atípico en la medida en que, como precisa Mario Amorós, «nunca aceptó ser definido como socialdemócrata, él siempre fue más allá de la socialdemocracia. Él quería construir un proyecto de país donde los medios de producción fueran de titularidad pública y donde estos fueran gestionados por los propios trabajadores, de tal modo que estos se implicaran en la definición de un modelo económico para Chile. Esa idea iba mucho más allá de la mera nacionalización de determinadas empresas».

No es de extrañar que esos posicionamientos favoreciesen su aceptación por parte del Partido Comunista en la medida en que le procuró encontronazos permanentes con muchos de sus compañeros de partido.

Según Mario Amorós, el primer desencuentro serio entre Allende y sus camaradas aconteció cuando en 1952 el Partido Socialista chileno aceptó apoyar la candidatura presidencial del general Ibáñez, un tipo que se vendía como una suerte de Perón a la chilena pero cuyo bagaje político no invitaba al optimismo. «Ibáñez arrastraba un pasado fascista contra el que el propio Allende se rebeló en sus años universitarios. El no aceptar esa decisión de su partido ya habla de sus convicciones políticas y de su coherencia, unos rasgos que acrecentaron su leyenda y que contribuyeron a que, elección tras elección fuera ganando apoyos hasta que finalmente, en los comicios de 1970, tras tres intentos frustrados, se alzase con la presidencia del país».

La primera tentativa de Allende para convertirse en presidente de Chile aconteció justamente ese año de 1952 desafiando a su propio partido. Repetiría en 1958 (donde fue derrotado en segunda vuelta) y en 1964. «Si no ganó en 1964 fue por el apoyo de la derecha al candidato democristiano y por la campaña del terror que montaron aquellos que acusaban a Allende de querer poner al país en la órbita de Moscú, algo que con el paso de los años se demostró falso por cuanto el discurso de Allende se encontraba más vinculado al Movimiento de Países No Alineados que a la URSS. Él siempre abogó por una política integradora y de hecho para su victoria de 1970 fue decisivo tanto el apoyo del Partido Radical como de los movimientos católicos. Y con todo ese apoyo solo ganó por apenas 40.000 votos», comenta su biógrafo.

Su derrota electoral de 1964 sirvió, no obstante, para que desde dentro de su partido se le estigmatizase como perdedor y se dudase de la “vía chilena al socialismo”, propuesta sobre la que Allende había vehiculado su proyecto político. Sin embargo, el Partido Comunista acudió a su rescate de cara a las elecciones de 1970: «Fueron los comunistas los que impusieron su nombre como figura de consenso y porque no había otro candidato posible. Se sondeó la posibilidad de que Pablo Neruda fuera el candidato de la izquierda pero, a pesar de su prestigio, difícilmente un comunista como él podía suscitar los apoyos necesarios. Al final su propio partido se rindió a la evidencia».

En su biografía, Mario Amorós profundiza en las fuertes convicciones políticas de Salvador Allende, unas convicciones sobre las que fraguó ese espíritu de resistencia y esa perseverancia que le llevaron finalmente a La Moneda. «Él tenía una convicción personal muy fuerte en su proyecto político y fue eso lo que le hizo afrontar todas las campañas electorales que lideró. Esas campañas duraban año y medio con un desgaste físico muy importante por los largos desplazamientos, que solían hacerse o por carretera o en ferrocarril. Alguien sin la ambición y el optimismo histórico de Allende no hubiera soportado eso durante cuatro procesos electorales. Pero sus convicciones siempre estuvieron por encima de todo».  

Traicionado y derrocado

Cuestionado sobre si ese optimismo histórico de Allende no le hizo pecar de ingenuo cuando nombró jefe de las Fuerzas Armadas de Chile al general Pinochet, Mario Amorós niega la mayor. «Allende era un hombre de honor, él siempre confió en la palabra de aquellas personas con las que llegaba a un acuerdo. En lo tocante a jefatura del Ejército, él confió en el general Prats, nombrado para el cargo por su antecesor Eduardo Frei. Y lo cierto es que Prats tuvo un comportamiento ejemplar, no solo como líder de los militares, sino como ministro del Interior primero y como ministro de Defensa después. Tras su dimisión y atendiendo al escalafón, Allende nombra sucesor de Prats al que era su segundo en el Ejército, el general Pinochet y el caso es que no tenía motivos para desconfiar de él. De hecho, hasta el último momento, el Ejército no se adhirió al golpe que se venía fraguando desde hacía tiempo. El único pero que se le puede poner a Allende al respecto es no haber valorado suficientemente el grado de supeditación que las Fuerzas Armadas chilenas tenían respecto a las Fuerzas Armadas norteamericanas y respecto a Washington y que venía desde finales de los años 40, con toda una serie de tratados interamericanos que habían fortalecido ese vínculo. Eso fue determinante para que saliera adelante el golpe».

Del mismo modo, Mario Amorós exonera a Allende del clima de crispación social que vivió el país durante su presidencia y que fue alimentado por la derecha política y las oligarquías financieras. «El factor más importante para esa polarización fue una trama civil orquestada por las organizaciones empresariales, por la derecha del Partido Nacional, por el grupo fascista ‘Patria y Libertad’ y por el diario ‘El Mercurio’, todos ellos financiados por la CIA. Una trama a la que se sumó la Democracia Cristiana, que abandonó su posición inicial de diálogo con el Gobierno de Allende para sumarse a esta trama. Pero también es verdad que, frente a todo este conglomerado, el Gobierno de la Unidad Popular no supo retener el apoyo de las clases medias que se fueron distanciando de su proyecto político tras una serie de tomas y ocupaciones de fábricas realizadas por grupos minoritarios de izquierda a los que el gobierno no supo controlar».

«El factor más importante para la polarización fue la trama civil orquestada por las organizaciones empresariales y otras, todas financiadas por la CIA»

 

El modus operandi de quienes derrocaron a Allende ha venido sirviendo de inspiración a otros líderes de la derecha latinoamericana con el paso del tiempo en sus intentos por deslegitimar la victoria electoral de la izquierda en distintos países.

Sin embargo, frente a esta ola reaccionaria, Mario Amorós cree necesario reivindicar el legado de quien fuera presidente de Chile. «Fue un político cuyos valores siguen teniendo vigencia hoy: la búsqueda de una sociedad inspirada por criterios de justicia social que vaya más allá del capitalismo, donde la riqueza de un país esté al servicio de la población y donde la sanidad y la educación mantengan su estatus de servicio público. Son valores que son anteriores a Allende y que han definido la lucha de la izquierda política. Pero Salvador Allende es una figura que trae esos valores al presente».