Maite Ubiria
Aktualitateko erredaktorea, Ipar Euskal Herrian espezializatua / redactora de actualidad, especializada en Ipar Euskal Herria

Oriente Medio no se ve igual si se mira desde París o desde Madrid

El ataque de Hamas y la ofensiva militar lanzada por Israel contra la población de Gaza han provocado un grado de emotividad y respuesta en caliente que difieren si se mira a París o a Madrid. Radiografía antes de una visita bajo presión de Emmanuel Macron, este martes, a Tel Aviv.

La visión conjunta de la que hicieron gala Emmanuel Macron y Pedro Sánchez durante la reciente Cumbre de Barcelona no es tal en la crisis de Oriente Medio.
La visión conjunta de la que hicieron gala Emmanuel Macron y Pedro Sánchez durante la reciente Cumbre de Barcelona no es tal en la crisis de Oriente Medio. (AFP)

«Antes veníais de aquí a manifestaros allí; ahora venimos aquí, porque no podemos hacerlo allí».

Bandera occitana en ristre, un veterano activista me hacía esa confesión a la espera de sumarse a la multitud que secundó este sábado en Donostia el llamamiento de la plataforma Gernika-Palestina.

Saltó, tras despedirse con el preceptivo ‘adissiatz’ -‘agur’- al asfalto y dejó a esta periodista pensando en la acera.

Las manifestaciones para denunciar el genocidio palestino en Gaza han sido objeto de prohibición general desde el 12 de octubre en el Estado francés.

El mortal acuchillamiento del profesor Dominique Bernard en un instituto de Arras (Pas-de-Calais) marcó el paso a un estado de alerta antiterrorista superior. Y los derechos básicos encogieron por orden de Gérald Darmanin, un ministro de Interior del gusto de la «derecha con músculo».

El Consejo de Estado se pronunció a posteriori contra una prohibición general, aunque el efecto práctico de la medida se deja al albur de las prefecturas (delegaciones de gobierno).

El fin de semana pasado, mientras las calles de Donostia se llenaban para exigir que acabe la masacre en Gaza, la parisina Plaza de la República era escenario, a su vez, de la manifestación más amplia celebrada hasta la fecha en solidaridad con el pueblo palestino.

Esa imagen ponía el contrapunto a la tournée de la presidenta de la Asamblea Nacional francesa, la macronista Yaël Braun-Pivet, por varios kibutz, con chaleco salvavidas y guía del Ejército de Israel.

La apelación de Braun-Pivet sobre el terreno a «dejar ejercer el derecho a la defensa» a Israel y su aclaración de que «no hay que confundir al atacante (Hamas) con el atacado (Israel)» tenía como fondo el estruendo de los bombardeos y un balance creciente de víctimas civiles en Gaza.

 

Yaël Braun-Pivet se hizo un «Von der Leyen» al pisar Israel sin que mediara mandato del Parlamento francés, en vísperas de un debate sobre Oriente Medio.

Una sesión devaluada, al haberse programado en la tarde de este lunes, esto es tras el regreso de su presidenta y, por tanto, cumplida ya la misión de fijar la posición oficial en la opinión pública.

La excusatio non petita de Élisabeth Borne, encargada de abrir y cerrar este debate vespertino y sin voto en una Asamblea Nacional semivacía, ha sido afirmar que «Francia es amiga de Israel y de los palestinos» y solo ha venido a corroborar la dificultad para equilibrar mínimamente la balanza.

Los pronunciamientos del exministro de Asuntos Exteriores, Dominique De Villepin, han servido para recordar cuál era la mediana tradicional de la diplomacia gala

Efectivamente, hasta la Presidencia de Jacques Chirac (1995-2007) los mandatarios franceses tuvieron línea directa con todos los actores en conflicto, y hasta gozaron de cierto prestigio, por oposición al halcón de Washington, a los ojos de los interlocutores palestinos y árabes.

Ello sin que ello implicara para París renunciar a sus lazos tradicionalmente fuertes con Israel.

Emmanuel Macron llegará a Tel Aviv este martes después de Olaf Scholz, Joe Biden, Rishi Sunak, y tras la controvertida visita de la ya citada delegación de la UE.

Llegará, por lo tanto, en el vagón de cola, y sin tener claros los resultados de su escala israelí.

«El problema es interno», arenga desde París su ministro de Interior, cuya retahíla de declaraciones provocativas, de las que no se ha librado ni el futbolista francés Karim Benzema, no ha dado el resultado aparentemente apetecido.

Y esa contención social, con manifestaciones pacíficas en las calles, ya sin el atosigamiento policial, ha dejado más en evidencia si cabe a unos dirigentes políticos dedicados, como la mayoría de los «predicadores» televisivos, al desbordamiento verbal.

Volviendo a la posición francesa. París buscó, apenas, un amago de espacio propio, votando a favor de la última propuesta de resolución en el Consejo de Naciones Unidas defendida, la pasada semana, por Brasil.

No ha dado ningún otro signo de añoranza respecto a su precedente política exterior. Excepto ese «también somos amigos de los palestinos» que Borne ha enunciado sin gran convicción, antes de proponer una «tregua humanitaria» con vistas a «un eventual alto el fuego», como artificio para dar algo de empaque al viaje de Macron.

La atención se centra, sin embargo, en ver si el presidente galo pondrá algún tipo de 'pero' a la política de tierra quemada del Gobierno extremista israelí en Gaza o si, como durante las dos últimas semanas, por no ir más atrás, mantendrá la enmienda general a esa tradición diplomática que valorizaba a París como interlocutor del mundo árabe. Algo que, con sus más o sus menos, ejercía de bálsamo para sus heridas internas.

Sin resultados en la Cumbre de El Cairo, y en la semana del Consejo Europeo, ¿lo urgente para Macron era viajar esta semana a Israel? La pregunta es razonable.

La cuestión de los rehenes civiles con doble nacionalidad franco-israelí hace más comprensible un desplazamiento del que el presidente francés asegura querer extraer compromisos más allá del respaldo al derroche de ira israelí, y que pivotarían sobre la no escalada –¿traducible como no invasión a todo precio de Gaza?– y la solución política en base al esquema de los dos estados.

El peligro de que pueda ser exhibido como rehén político (de Netanyahu) cuando Gaza agoniza bajo las bombas es un riesgo nunca despreciable para un presidente francés

En comparación, la posición marcada por el Gobierno de Pedro Sánchez, al frente de la presidencia de turno de la Unión Europea, aparece como bastante más modulada.

Aunque ni uno ni otro gobierno han dudado en preconizar la «defensa de la seguridad de Israel», las claves internas hacen que su posición diplomática presente tonalidades diferentes.

Paradójicamente, respecto a la causa saharaui, Sánchez fue más lejos en su aproximación a las tesis de Marruecos que Macron, enfurruñado con el sátrapa alauita por el asunto de ‘Pegasus’.

Por lo demás, sin el control parlamentario en marcha, el jefe del Ejecutivo español va capeando las diferencias de visión que conviven en el gobierno de coalición en funciones sobre la crisis palestino-israelí, y juega con el comodín de su protagonismo temporal en la política europea.

Otra cosa es París, donde, aunque en la mayoría macronista empiezan a aparecer ciertos signos de inquietud por que los excesos de la campaña militar contra la población gazatí erosione la posición del Gobierno galo, la posición preponderante sigue siendo la de cerrar filas con Netanyahu.

Ello a costa de no dejarse mucho margen de maniobra ni prestar la debida atención a los muchos y cambiantes elementos del escenario de Oriente Medio.

Macron viaja a Israel con poco que ganar. El tiempo dirá si además recogerá pérdidas.