Mikel Zubimendi
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Entrevista
Araks Sahakyan
Artista pluridisciplinar

«En el arte, la intuición tiene mucha disciplina, no hay que diferenciar»

Nacida en 1990 en Hrazdan (Armenia), articula su investigación en torno a temas como la memoria y la intimidad, el cuerpo y la política en el centro de una obra colorida y vivaz.

La artista Araks Sahakyan.
La artista Araks Sahakyan. (Jon URBE | FOKU)

Araks Sahakyan tiene una presencia y un discurso interesante. Cuando uno más habla con ella, más lejana parece; está ahí mismo, sentada delante, pero su mundo interior y su impulso artístico no cabe en una sentada, resulta inabarcable. Sus obras son coloridas y vibrantes, interpelan a quien las mira, crean imágenes atemporales y muy actuales, en un mundo en el que no somos de ningún sitio. Porque cuando no sabemos de dónde venimos, cuando nuestra memoria y la memoria de las generaciones anteriores nos llevan a un impasse, mudarse de sitio, traducir idiomas e hibridarse se convierte en parte de lo que somos.

Nacida en Armenia, vivió en el Estado español y ahora trabaja en París. Empezó como traductora, remarca una idea que siempre le ha marcado: «Todo migrante está condenado a traducir», y la traducción le abrió las puertas de la creación artística. Políglota y pluridisciplinar, en su vida ha vivido muchas vidas. No cierra las puertas a nada, trabaja en diversos territorios, por encima de fronteras y corsés estéticos, geográficos o de disciplina. Vídeo, performance, danza y teatro, música, dibujo y pintura, serigrafía o ebanistería, no deja escapar ningún medio de expresión, ningún conocimiento. El suyo es un arte en descubrimiento permanente, que tira de los hilos de la memoria, la migración y el desarraigo. En la primera persona del singular y del plural, en todas sus traducciones posibles.

Sahakyan ha visitado recientemente Euskal Herria para participar en el festival de cine de historias de resistencia ‘Hariak’ de Hernani. Atiende a NAIZ, suelta y con una sonrisa, horas antes de presentar su performance ‘Nuit Blanche’, que forma parte de la investigación sobre las interferencias entre lo íntimo, lo vivo y lo violento en las experiencias personales y colectivas.

Presenta en Euskal Herria la performance ‘Nuit Blanche’ y dice que «son mis guerras, todas mis guerras, mis heridas, mis cicatrices, mis árboles quemados y el fósforo blanco». ¿Qué pueden esperar los espectadores?

Nada de violencia, de eso no van a tener, no voy a mostrarla aunque pueda evocarla. Yo, en mis reflexiones artísticas, decidí que nunca iba a poner mi cuerpo en peligro o bajo violencia. Hablo de eso, pero todo está gestionado, es un trabajo previo que requiere mucha disciplina de cuerpo y de emociones.

Es un viaje a través de mi pensamiento donde paso de una cosa a otra a través del texto, de mi cuerpo... Evoca cosas que pasaron durante la Guerra de los 44 días –entre Azerbaiyán contra Armenia y la República de Artsaj en la región del Alto Karabaj, entre el 27 de septiembre y el 10 de noviembre de 2020– como el uso del fósforo blanco, porque para mi la piel es como la ventana de un cuerpo, la ventana de una casa es como la piel de un cuerpo.

El uso de fósforo blanco en las guerras está prohibido, pero se usa y sus consecuencias son terribles en la piel y en los órganos tras atravesar la piel. Evoco ese tema, pero también qué resonancias tiene un evento catastrófico como una guerra durante los años, por qué rechinamos más los dientes, cuál es el eco del estrés postraumático. Trato de eso.

Antes que artista fue traductora. ¿Cómo ha sido esa transición?

A los 18 años empecé mis estudios de traducción e interpretación un poco al azar. Luego, descubrí, casi por accidente, una frase de una traductora que es franco-armenia que se llama Janine Altounian, que era la única mujer del equipo de traductores de la obra completa de Freud del alemán al francés, que en uno de sus libros dice que «un migrante está condenado a traducir». Esa idea tuvo bastante eco en mí, es la razón por la que empecé a estudiar traducción.

Creo que a partir del minuto cero en el que dejamos una tierra en la que se habla nuestra lengua materna ya nos convertimos en traductores. Todas estas ideas sobre la traducción han influido bastante sobre mi trabajo y el puente entre traducción y arte fue cuando hice unas prácticas en una editorial de Montpellier en la que se publicaban libros sobre artes escénicas (marionetas, teatro, performance...) y me gustó muchísimo. A partir de la traducción empecé a hacer mis primeros vídeos y a tomarme más en serio el hecho de que quería hacer arte.

Es de origen armenio. Un pueblo con una historia trágica, que sabe lo que fue un genocidio, que lucha por mantener su identidad para poder sobrevivir. ¿Cómo influye toda esa memoria condensada en su arte?

Antes que armenia, fui una niña que vivió en los años 90 en Armenia. Cuando somos niños no nos damos cuenta de esa identidad, simplemente porque hacemos cosas de niños, jugar, bailar, cantar... Los años 90 fueron marcados por varios eventos: el terremoto del 88 –el más destructivo en la historia de la URSS–, la caída de la propia Unión Soviética y la primera guerra entre Azerbayán y Armenia. Fui una niña de ese tiempo; sientes las tensiones, políticas y económicas. Por eso se fueron muchas personas como consecuencia de todos estos eventos que provocaron una crisis increíble, que llevó a mi padre también a emigrar. Yo jugaba encima de las alfombras que había en mi casa, aquellas alfombras me influyeron.

¿Aquellas vivencias las lleva como tatuadas?

Sí, en varias perspectivas. Las alfombras armenias están reflejadas en mi trabajo, pero también, por ejemplo, cuando tengo algún problema en mi trabajo. El mundo del arte contemporáneo es bastante salvaje y no todo el mundo es muy simpático.

Suelo pensar a menudo: «Total, no tengo nada que perder». El hecho de que venga de Armenia tiene que ver en eso, porque los armenios no tenemos nada que perder, porque lo único que hacemos es perder. Es una forma de resistencia de cuerpo, de ideas, de emociones, de decir «voy a hacer lo que me dé la gana», expresar en mi obra lo que quiero expresar, y eso, seguramente, es una influencia de la historia armenia.

Entre sus materiales para el arte destacan las banderas, los idiomas, los flujos migratorios, las identidades, ¿le sirven para explicar las convulsiones de este mundo?

Sí, un artista no tiene que tener fronteras en la elección de sus materiales y yo trabajo con el material que he tenido. En primer lugar, tenía muchos idiomas, era políglota y trabajaba como traductora, eso me influyó, claro. También me gustan mucho las banderas, por su estética, pero a la vez es muy curioso, porque para mí la bandera es para una comunidad lo que es la piel para un cuerpo. De hecho, en la lengua francesa, drapeau, la palabra piel (peau) está dentro de la palabra bandera y me parece bonito.

«La bandera es para una comunidad lo que es la piel para un cuerpo»

Es una artista transdisciplinaria. Conoce un montón de idiomas y de disciplinas, pero es difícil saber en qué idioma crea, cuál es su disciplina.

Nadie me entiende, ¿verdad? Creo que la vida es muy corta para no permitirse aprender otras técnicas. Pero, obviamente, eso tiene sus peligros y soy muy consciente. Yo trabajo la madera, pero no como un ebanista que lleva toda la vida en ello. Pero quiero permitir a mi cuerpo y a mi cabeza conocer esas técnicas. El hecho de conocer muchos temas, de muchos entornos, porque también trabajo con científicos, con paleoclimatólogos, glaciólogos; te hace ser bastante empática, aparte de darte muchos conocimientos. Lo que más aprecio en este mundo de tantas guerras y de tantos desastres es aprender cosas. Esa es una salida de emergencia para mí.

Le inspira en la cotidianidad, ¿cuál es el chispazo? Cualquier esquina, cualquier café, cualquier mañana... Es más intuitivo o más trabajado.

Para mí, la intuición tiene mucha disciplina. No hay que diferenciar entre gente que trabaja con disciplina y con método, y entre gente que trabaja con la intuición. La cuestión es aumentar la intuición, darse cuenta de las energías que tenemos y cuando estamos en ese camino las ideas vienen, y se quedan y trabajas con ello.

Pero, obviamente, por ejemplo, en el caso del dibujo, más o menos yo puedo saber desde el principio si esto va a ser un buen dibujo o no, porque hay dibujos que me viene toda la composición a la vez, incluso los colores y todos los detalles, que no quiere decir que no haya una reflexión anterior, pero la forma del dibujo me viene casi de golpe, y es muy preciso y muy claro desde el principio.

Sus obras tienen colores vibrantes, una vitalidad llamativa. ¿Reflejan sus estados de ánimo?

Yo siempre apuesto por el color. Hace falta colores en la vida, con colores podemos reflejar y a la vez camuflar todo lo que sentimos, no hace falta pintar la tristeza con colores oscuros, o la alegría con colores claros, en mi caso no hay nada de eso. Y luego también porque trabajo con rotuladores, con colores muy vivos. Y además, diría que, también porque nunca he trabajado con lápices, tengo un ojo vago desde pequeña, no veo completamente en tres dimensiones, y quizá los contrastes que hago tiene que ver algo con ese problema de vista. Yo veo mejor el mundo cuando está todo más contrastado, y el rotulador me permite eso.