En torneo de Copa sin representantes vascos, la primera impresión es que todos los equipos presentes en Málaga tienen jugadores o entrenadores con un pasado por Euskal Herria. Atendiendo a las orden de juego de cuartos de final, si miramos a los equipos que empiezan el jueves, Fabien Causeur y Vincent Poirier están en el Real Madrid, mientras que Arturs Kurucs, Ludde hakanson y Sito alonso en UCAM Murcia; Alex Mumbrú, Xabi López-Arostegi y Fernando San Emeterio están en Valencia Basket, con Mikel Salvó y Ben Lammers en Gran Canaria. Si nos vamos al viernes, Roger Grimau entrena al Barça, con Nico Laprovittola y Darío Brizuela sobre el parqué, al tiempo que Pedro Martínez dirige al Manresa, teniendo además a Dani Pérez en la cancha; Alberto Díaz e Ibon Navarro están en Unicaja como anfitriones, y se las verán con Txus Vidorreta, Marcelinho Huertas e Ilimane Diop, de Lenovo Tenerife.
Pero por más que se repase la lista, eso no implica que Saski Baskonia, Bilbao Basket, o ni siquiera Giipuzkoa Basket, que en un no tan lejano año 2012 también se dio una vuelta por el «Torneo del KO», vayan a optar a ganarla. Por más que parte de los aficionados de Saski Baskonia, que se apresuraron en hacerse con sus abonos en cuanto se pusieron a la venta, vayan a acudir al Martín Carpena y vayan a animar al Baskonia como si de una atracción añadida de la organización se tratasen, eso no hará aparecer a los equipos vascos por el parqué.
Así las cosas, cuando el domingo hasta las 21.00 uno levante el trofeo como ganador de la Copa, el aficionado neutral, que es a lo que aspiramos en estos momentos podrá esbozar una sonrisa o una mueca de fastidio a lo sumo, porque la ilusión de que haya ganado «uno de los nuestros» va a tener poco de verdad.
Ibon tiene un plan
O quizás sí que lo tenga. Ya el año pasado Ibon Navarro fue el símbolo del triunfo de Unicaja en la Copa. El sonsonete «Ibon tiene un plan» convertido en canción fue uno de los éxitos del torneo copero en Badalona y a la llegada a Málaga de Unicaja con su trofeo, el segundo que conquistaba tras el de 2005.
El técnico gasteiztarra sabía lo que era ser campeón de Copa como segundo entrenador, en 2009, la última vez que Saski Baskonia se llevó este torneo, pero como entrenador jefe, pese a pisar las semifinales de Málaga 2020 con las filas de Morabanc Andorra –y disputar otras dos semifinales de la Eurocup con el cuadro andorrano–, Ibon Navarro había dejado más sombras que luces. Buenas ideas, exigencia, mucho esfuerzo... pero a la hora de la verdad, no conseguía que se plasmase sobre la cancha lo que pudiera haber trabajado a lo largo de los meses.
En febrero del año pasado, superando al Barça en cuartos de final y al Real Madrid en semifinales, la escuadra malagueña rompía la dictadura de los futboleros y en la finalísima superaba por 80-83 con un Tyson Carter convertido en MVP y un desmelenado Dylan Osetkowski teniendo que cumplir la promesa de financiar una parranda al más alto nivel a toda la afición malagueña. «¡Dylan, paga la fiesta!» fue otra de las canciones de la victoria, una promesa que el ala-pívot norteamericano al parecer cumplió religiosamente durante el verano.
Pero como queda dicho, aquel triunfo supuso la consagración de Ibon Navarro: el químico convertido en alquimista y que además pegaba un puñetazo sobre la mesa dentro de los habitualmente cerrados espacios para los entrenadores. No solo había entrado en la rueda de entrenadores que siempre tendrán una llamada de trabajo, sino que entraba entre aquellos que saben lo que es guiar a su equipo a un título. Y lo hacía con todas las de la ley.
El hombre con un gato
Su rival en la final no será otro sino su rival este viernes en cuartos de final: el Lenovo Tenerife de Txus Vidorreta. La Copa que dirigió el de Indautxu fue para enmarcar. Superó en el «derbi» canario a un Gran Canaria que estuvo ni se le esperó y pudo con un Joventut que, tras haber eliminado a Saski Baskonia en cuartos de final, parecía empezar a hacer un sitio en sus vitrinas a un nuevo título. Hasta que Joel Parra, sin duda la figura verdinegra en aquella Copa de Badalona, se topó con el taponazo ganador de Tim Abromaitis.
Aquella fue una jugada icónica que llegó luego de que los aurinegros fueran casi siempre a remolque del Joventut, pero al mismo tiempo jugando con los nervios del equipo catalán. «Este es nuestro momento. Esto es por lo que hemos luchado todo este tiempo. Pase lo que pase, sabed que estoy muy orgulloso de vosotros», les dijo el técnico de Indautxu en un tiempo muerto previo al dramático desenlace de las semifinales.
Luego llegó la final y Lenovo Tenerife llegó a disfrutar de diez puntos de renta, guiado por un Marcelinho Huertas que vive su enésima juventud al tiempo que interpreta lo que Txus Vidorreta quiere de él sin tener que cruzarse una palabra y casi ni mirarse. Lejos está la campaña 2007/08 en la que ambos coincidieron por vez primera en Bilbao Basket.
Ya por aquel entonces Vidorreta tenía la fama de ser un técnico «revoltoso» y «tacticista», que buscaba en su libreto de jugadas la manera de incomodar a su rival con defensas alternativas y un juego en el que la referencia del base y el pívot tenía como subalternos a unos aleros que abrieron mucho el campo y le dieran solidez al conjunto. Con el paso de los años, el libreto del de Indautxu es más proclive a perfeccionar un estilo de juego que los rivales conocen al dedillo, pero que tampoco logran frenar si no se les saca de su ritmo físico. Y luego están los pequeños detalles, los ases de la manga que disponer de jugadores como Bruno Fitipaldo o Jaime Fernández le puede servir para darle una «sacudida» a su ataque, o el buen uso de Ilimane Diop como bastión defensivo como pívot suplente. De ahí que la figura maquiavélica de Txus Vidorreta sonriendo mientras acaricia un gato de angora le siga viniendo como anillo al dedo.
La cara y la cruz
Sobre el parqué, Darío Brizuela defenderá su título de Copa. Lo cierto es que con el Barça tiene una oportunidad real de volver a lograr lo que consiguiera en 2023 en las filas de Unicaja. No hace falta decir que la Copa del año pasado fue muy especial para el donostiarra. Sus 27 puntos en cuartos de final al Barça pasarán a los anales, pero más aún sus declaraciones posteriores, cuando desveló que su hijo Bruno, recién nacido en aquel entonces, había pasado varios días en Cuidados Intensivos. «Han sido los peores días de mi vida», admitió un Brizuela emocionado y arropado por sus compañeros de equipo, erigidos en su familia.
En semifinales solo anotó un punto y en la final, no más de 7, superado y abrumado por las circunstancias. Cuando tras la victorias final Kendrick Perry lo abrazaba mientras le decía «estoy muy orgulloso de ti, tío», a Brizuela se le saltaban las lágrimas.
«Darío es alguien muy especial al que las emociones le dan y le quitan. Pero cuando le dan, ¡le dan tanto!», resumía sobre el jugador donostiarra Ibon Navarro. En el Barça, por desgracia, es un jugador de rol, con menos de 20 minutos por partido en los que promedia casi 10 puntos, casi dos rebotes y casi dos asistencias. A la «Mamba Vasca» nunca le va a temblar el pulso si tiene que jugarse un tiro decisivo, pero quizás a su entrenador Roger Grimau, sí, y por eso opte por otros jugadores. Parece extraño que un jugador tan pasional como es Brizuela se adapte a un rol de menos minutos, pero esa cualidad de «microondas» parece que ha casado bien en el juego del escolta, que una vez aceptada la oferta del Barça, también ha asumido que solo brillará cuando se le busque para tal efecto.
Xabi López-Arostegi decidió hace demasiados años que los focos no eran para él. El getxoztarra creció siendo una versión más joven de Rudy Fernández, pero casi podría decirse que es la versión más joven de Sergi Vidal, aunque menos espectacular y más consistente. Llegará a la Copa casi sobre la bocina al padecer un esguince de sus siempre delicados tobillos hace escasamente una semana, pero lo cierto es que esa condición de «chico para todo» es esencial para Alex Mumbrú en un Valencia Basket que hace años que no supera una ronda en el «Torneo del KO», ni yendo como cabeza de serie, ni yendo de tapado. Y eso que el propio jugador getxoztarra recordaba hace años que «en la Penya, la Copa era un premio; en Valencia, es un objetivo».
En 20 minutos de juego, López-Arostegi promedia 8 puntos, 4 rebotes y una asistencia. Y mucho trabajo oscuro a la hora de dar fluidez al ataque y también para hacer el trabajo sucio en defensa. eso es lo que busca Alex Mumbrú del jugador vizcaino, y también propio alero de su equipo. Ya están otros para brillar, mientras que él andará medio de puntillas, sumando lo que su equipo le pida en cada momento.
No es lo mismo que tener a nuestros equipos en la Copa, pero al menos, no seremos huérfanos de un torneo en el que quizá no nos dé tan igual que gane u u otro.