Daniel   Galvalizi
Periodista
Entrevista
Christo Casas
Periodista y antropólogo, autor de ‘Maricas malas’

«‘Marica’ es la etiqueta que nos pone el burgués, pero lo que molesta es la clase trabajadora»

Casas defiende en su último libro ‘Maricas Malas’ una vuelta a luchas pasadas que hoy ve atrapadas «por la burocratización del Estado». Cree que «es momento de dejar de hablar tanto de identidades y hablar de necesidades» y que «la única salida es una alianza LGTBI, feminismo y clase obrera».

Christo Casas.
Christo Casas. (Paidós)

Cuando habla de su nacionalidad, el manchego Christo Casas responde «maricón de clase obrera», un buen ejemplo de su sentir y pensar marxista. Graduado de periodista de la Universitat de València y de antropología en la UNED, también vivió en Buenos Aires y reside hace años en Barcelona.

Su libro ‘Maricas Malas’ (Ed Paidós, 2023) ya va por la segunda edición y es posible que haya una tercera. Allí hace un crudo relato de las reivindicaciones que cree necesarias en este momento del colectivo LGTBI, sin temor a confrontar contra lo que él llama «maricas ricas», que a su entender se han aburguesado tras obtener el derecho al matrimonio y adoptar. Casas intenta dar un sopapo intelectual que provoque una reacción frente al avance de la ultraderecha y el recorte de derechos. En entrevista con NAIZ explica cómo y por qué.

En la primera página del libro hace una dedicatoria a su madre con la frase «Mala hierba nunca muere». Suena fuerte, ¿por qué?

Sí. De hecho, lo que pretendía hacer reflexionar con el libro es que todo el mundo es malo en algún modo, todas las mujeres son a veces malas mujeres y las negras, malas negras. La dedicatoria era de una marica mala a una mala madre: mi madre no fue normativa, fue una mujer de clase trabajadora que sacó a su familia adelante. Iba a poner «mala madre, con todo el cariño del mundo», pero el editor me dijo que quedaba muy raro [se ríe]. «Mala hierba nunca muere» es una frase que ella dice a menudo.

Hace poco se cumplieron 45 años de la exclusión del «delito» de homosexualidad de la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970. Como activista, ¿qué opinión le merece ese aniversario en este contexto histórico?

Es la prueba viviente de que la historia no es lineal de progreso, es una forma heterocentrada de cómo nos contamos el mundo a nosotras mismas, siempre hacia adelante y hacia arriba. La humanidad está siempre a dos tropiezos de volver atrás y no podemos dar las cosas por garantizadas ni el progreso por seguro. Lo que vemos en Madrid por ejemplo, con los retrocesos en la ley Trans, es que, generando el clima de opinión necesario, se puede convencer a las personas para retroceder. Usando suficientes eufemismos, en este caso Ayuso y el trumpismo y la extrema derecha están siendo muy hábiles sobre los colectivos. No dicen que odian a los trans o maricas o bolleras, dicen ‘odiamos a los queer’ o dicen que ’estamos en contra de los woke’. Creo que hay un campo de batalla que ganar en la dialéctica.

Esto funciona como un globo sonda. En el libro explico cómo desde el Estado lanzaron algunos globos sondas con el covid y la viruela del mono, como las redadas en saunas gays, o caricaturizar a hombres que mantienen sexo con otros hombres como población enferma, con la campaña que hizo la OMS con la viruela del mono. Los globos sonda es más fácil lanzarlos a una minoría, el potencial votante madrileño no piensa que le están cortando derechos humanos sino que están cortando derechos a un grupo de raritos que se creían que tenían mas derechos que otros. Ayuso ve si esto cala y luego irá a recortar otros derechos. Es esta historia antiquísima de lanzar globos sondas contra colectivos minorizados, y al final no queda nadie a salvo.



¿El libro es un llamado a espabilar?

Creo que es una llamada a la colectivización, a dejar de ser individualistas. Tomo como ejemplo el matrimonio, que es como una trampa porque nos ven que si tenemos un compromiso con una persona y su salario podremos medrar en la sociedad, pero medraremos como unidad familiar y no el resto del colectivo. Yo buscaba sacudir a esas personas que piensan en salvaguardarse a sí mismas y que entiendan que esta persecución acabará llegando a las maricas normativas guapas blancas rubias y ricas. La muestra de esto es que hay países como Francia o Alemania donde la ultraderecha está creciendo mucho en la población LGTBI blanca rica, que se cree más protegida que el resto. ‘Maricas malas’ trata de lanzar el mensaje de que solo lo colectivo nos salvará.

«‘Maricas malas’ trata de lanzar el mensaje de que solo lo colectivo nos salvará»

«Estamos a tiempo de tender la mano al pasado y recuperar las luchas perdidas», dice en el libro. ¿Lo estamos?

Lo primero de todo es que sí, creo que estamos a tiempo, siempre estamos a tiempo de subvertir el orden natural de las cosas, tenemos capacidad de cambiar el mundo en que queremos vivir. El pasado que creo que tenemos que recuperar es el que ha acabado siendo burocratizado por el Estado. Pasamos de que los colectivos exigían demandas a que el Estado las ofrezca, mientras que antes los colectivos LGTBI hacían algo mas impugnatorio del Estado, no diría anarquista pero velaban mas por las redes de cuidado colectivizadas y no por la estatalización. Creo que podemos recuperar un poco eso. Por ejemplo, ahora hay una crisis habitacional terrible en España y estamos viendo pueblos pequeños de la costa donde la mayoría de las viviendas son de alquiler, lo vemos en los Pirineos también, con pueblos que fueron reducidos a escenario de cartón piedra. La gente LGTBI en los años 80 ya pedía vivienda porque no la tenía, las que primero tiraron la piedra en Stonewall se ocupaban de personas en situación de sinhogarismo.

«En lugar de hablar de casarnos y adoptar hijos, hay que hablar de dar techo de calidad a todas las personas sin hogar, o pelear por otra Ley de Extranjería... Un puente entre las personas trabajadoras y las LGTBI»

 

Cuando digo tender la mano me refiero a esta reivindicación. En lugar de hablar de casarnos y adoptar hijos, hablar de dar techo de calidad a todas las personas sin hogar o pelear por otra Ley de Extranjería... ahí hay un puente entre las personas trabajadores y las LGTBI. El gran éxito de aquella primera manifestación en 1977 no fue solo eliminar la ley de vagos y maleantes, aunque yo me sigo reivindicando como vago y maleante [sonríe], sino que lograron sumar a la clase trabajadora y asociaciones de vecinos. No prometían matrimonio como proyecto individual, prometían más espacios públicos, vivienda, dignificar al espacio publico... Recuperar eso de ‘sí, soy persona LGTBI con necesidades específicas, pero tengo que ver qué tengo en común con el resto de las personas’.



«Cuidado con la institucionalización de las demandas», citas esa frase de Sylvia Jaén. ¿Por qué esta prédica contra el matrimonio?

En primer lugar, porque significa obtener el beneplácito del Estado, situarte en lugar subalterno, pedir permiso a la sociedad para poder hacer algo que el resto de la gente no pide permiso, como casarse. Al final quien se casa y puede pagar hipoteca y quien compra un niño en el extranjero son personas con cierto bienestar material que confundieron sus intereses personales con los de todo el colectivo. Sucede con muchas demandas, es un clásico en el feminismo lo de el romper techo de cristal, cuando lo que interesaba a las mujeres pobres era dejar de barrer los vidrios cuando una rica rompe el techo de cristal.

No hay que caer en la trampa de que lo tenemos todo conseguido. Como ya nos podemos casar, ya lo tenemos todo... y no. Las personas LGBTi pobres siguen sin tener vivienda y sin trato digno en su trabajo, sin apoyo sindical porque son afeminadas, sin trato digno en la medicina, hay mucha violencia institucional que se recibe del médico, o violencia ginecológica que reciben las mujeres lesbianas. Todos esos problemas siguen existiendo, pero está institucionalizado que ya nos podemos casar heredar y adoptar, y se corre el peligro de invisibilizar las otras violencias.

Usted viene de la España rural, y en Madrid Barcelona o Bilbo nos encontramos con muchos sujetos LGBTI que migran allí para vivir su disidencia sexual en libertad, aunque usted vivió algo diferente en lo personal.

Sí, yo en esto suelo hacer una enmienda. La LGTBIfobia que yo sufrí de pequeño no era en mi pueblo. Éramos cinco en la escuela, mi hermano, yo y tres chicas, y jamás fui señalado como mariquita o afeminado. Pero en cambio, cuando venían en verano los nietos de otras personas a a pasar el verano, esos niños sí me leían como niño mariquita, veían algo malo o diferente en mí. La LGTBIfobia que yo viví era importada en la ciudad. Igual que cuestionamos los binarismos de hombre-mujer, también hay que cuestionar el de urbano-rural. El libro ‘Tú a Soria y yo a Barcelona’ desmiente a través de estadística este retrato del rural homófobo versus la ciudad liberadora. Mayoritariamente el pueblo es mas ‘LGTIBIfriendly’, lo otro es un relato de una sociedad que no solo es blanca y heteropatriarcal sino también urbanocéntrica.

En estos momentos de avance de la derecha radical, la alianza feminismo, colectivos LGBTi y clase trabajadora es mas necesaria que nunca pero también parece difícil en tiempos de individualismo y fragmentación. ¿Coincide?

Sí, creo que ha habido una trampa que es el discurso de las identidades. La apuesta es trascender las identidades, mi propuesta es para superar una división que es artificial, superar esa primera capa e ir a una más compleja. Todo hombre de clase trabajadora necesita lo que necesita una persona trabajadora LGTBI, negra, neurodivergente, etc. Ha llegado el momento de dejar de hablar tanto de identidades y hablar de necesidades. ‘Marica’ es la etiqueta que usará el burgués opresor, lo que le molesta de mí es que soy de clase trabajadora. Sí, hay un agravante gay claro, por ejemplo me ven como incapaz de reproducir la perpetuación de la clase trabajadora.

«Quiero que los hombres blancos heterosexuales piensen a cuánta felicidad han renunciado para serlo»

 

A pesar de todos los discursos rojipardos que no son mas que populismos de derecha, no solo es posible la alianza entre LGTBI, clase trabajadora y feminismos, sino que es la única salida adelante. Por eso en el libro hago un llamamiento a las alianzas rebeldes, impensables, a hacer trinchera juntas. Pensar el para qué y el para quién. La derecha nunca se va a poder adueñar de las prácticas revolucionarias, de ofrecer aborto y vivienda pública.

«Abracemos la peligrosidad, el incendio que cargamos dentro», dice sobre el final. ¿A qué se refiere?

A que cargamos un incendio, por la violencia estructural. Lo que propongo a esas maricas buenas es que aquello que nos han dicho que era lo peor de nosotras no es más que lo mejor que podemos ofrecer a los demás. Tenemos que dejar de decirle al Estado ‘mira, me estoy portando bien, dame mis derechos’.

Quiero que nos sentemos en la mesa de los adultos, golpeemos la mesa y que nos escuchen. Quiero que los hombres blancos heterosexuales piensen a cuántas cosas han renunciado para poder ser un hombre blanco hétero respetable, a cuántas personas han dejado de cuidar porque entendías que los cuidados los tienen que hacer sólo las mujeres, cuánta felicidad les ha restado no pasar suficiente tiempo con seres queridos, que han renunciado a vestirse de rosa, a bailar, a llorar... Hombres heteros de la clase trabajadora, uníos a nosotras, lo váis a pasar mejor.