NAIZ

Sin la anunciada tregua, arranca un Ramadán a la sombra de la guerra

El inicio del mes sagrado musulmán, que debería de ser una celebración, se ha convertido en algo terrible en Gaza. Privados de alimentos, agua y de sus hogares, ahora también lo serán de un Ramadán en paz. La guerra entra en su sexto mes y acecha otro baño de sangre si se confirma el asalto a Rafah.

Musulmanes brasileños celebran el inicio del Ramadán apoyando a los palestinos en la mezquita de Foz do Iguacu, en Paraná.
Musulmanes brasileños celebran el inicio del Ramadán apoyando a los palestinos en la mezquita de Foz do Iguacu, en Paraná. (Christian RIZZI | AFP)

Para los musulmanes de todo el mundo, el mes de Ramadán es sinónimo de oración, espiritualidad y comidas alegres después del anochecer. Pero este año, el sufrimiento de los palestinos en Gaza y la esperanza estropeada de una tregua que no se espera a tiempo, están en la mente de todos. Los musulmanes deben ayunar durante el Ramadán. Sin embargo, la guerra significa que cuando llegue el momento de romper el ayuno, muchos gazatíes no tendrán nada para comer ni beber. Desde octubre, los padres y madres han optado habitualmente por no comer ni beber para que sus hijos puedan comer.

Incluso si el anunciado ataque israelí a Rafah no se produce –y seguro que los musulmanes rezarán para que no se produzca–, el Ramadán será una época de gran necesidad para el pueblo de Gaza. El número de muertos aumenta cada día por cientos, el sistema sanitario colapsa debido al bombardeo interminable. El número de niños huérfanos ha superado los 17.000. El acceso al agua potable se está convirtiendo en un lujo.

Preocupación

Atacar a Rafah sería un baño de sangre. El mundo entero –incluso EEUU– ha advertido contra la operación, pero, según la retórica del Gobierno israelí, parece haber pocas posibilidades de que no se lleve a cabo. Netanyahu repite su mensaje una y otra vez: «no actuar en Rafah sería perder la guerra, y eso no sucederá».

Los esfuerzos para declarar una tregua, tras días de filtraciones que invitaban al optimismo, fracasaron esta semana. ¿Podrá retomarse pronto el diálogo o ya no hay vuelta atrás? Preguntado Joe Biden sobre si estaba preocupado por el inicio del Ramadán sin haberse concretado un acuerdo de tregua en Gaza, respondió un «claro que lo estoy». Parece evidente que es muy alto el riesgo de que la situación desemboque en más derramamiento de sangre en la región.

Sin embargo, la esperanza de una tregua no está perdida. Medios israelíes publicaban ayer que los jefes del Mossad y la CIA se vieron el pasado viernes para discutir el acuerdo y, por otra parte, los equipos negociadores volvían a reunirse ayer en El Cairo. Todo ello a pesar de que las diferencias siguen siendo muy grandes: Hamás exige un compromiso para el fin de las hostilidades y la retirada de las tropas sionistas; mientras que Israel solo acepta una tregua temporal y demanda, como paso previo a cualquier compromiso, una lista con los rehenes vivos.

La muerte eclipsa todo

En lugar de comer cordero y pasteles tradicionales en su casa en el norte de Gaza como cada año, Nivine al-Siksik y su familia solo romperán el ayuno en la tienda de plástico que comparten con otros desplazados si encuentran algo para comer. «Falta todo. No tenemos comida que preparar». Antes, recuerda su marido, Yasser Rihane, el Ramadán era «vida, alegría, espiritualidad, adornos y una atmósfera maravillosa». Y añade que «hoy en el Ramadán tenemos guerra, opresión y hambruna».

En el resto del mundo musulmán, sin duda, Gaza también estará en la mente de todos. Las noticias de que los residentes de la Franja deben comer hojas o caballos para sobrevivir abruman a Saïf Hindaoui, un padre jordano de 44 años. En Gaza «no pueden encontrar alimentos básicos y tienen que usar forraje para animales para hacer pan». Nurunnisa, de 61 años, ama de casa de la provincia indonesia de Aceh, confiesa que «cada vez que rezo, pienso en nuestros hermanos y hermanas de Gaza. Rezo para que la guerra termine pronto».

En El Cairo, una ciudad habitualmente entre las más festivas del mundo musulmán durante el mes de ayuno, una estudiante de Gaza explica que el Ramadán le resultará insoportable este año. «Por primera vez en mi vida, no soporto la idea del Ramadán», afirma la joven que no quiere dar su nombre por motivos de seguridad. «¿Mis hermanos y hermanas ni siquiera pueden comer una vez al día y se supone que debemos romper el ayuno y hacer una hora (la última comida antes del amanecer) como si todo fuera normal?».

Más cerca de Gaza, los musulmanes de Jerusalén Este, un sector de la ciudad ocupado por Israel desde 1967, están preocupados por una posible violencia en la Explanada de las Mezquitas (o Monte del Templo para los judíos), el tercer lugar más sagrado del Islam y el lugar más sagrado del judaísmo, donde decenas de miles de fieles musulmanes acuden a rezar durante el Ramadán. Ahlam Chahine, de 32 años, que trabaja en un centro comunitario junto a la mezquita de Al Aqsa, teme nuevas tensiones y afirma que «estamos agotados» por la guerra.

En Rafah, Ahmed Chalabi intenta por todos los medios, que sabe irrisorios, aliviar la situación. «Nuestras casas han sido bombardeadas, nuestros amigos están lejos, intentaremos animarnos unos a otros con las cosas más sencillas».

Absurdas líneas rojas de Biden para Israel

El presidente de EEUU, en una entrevista llena de contradicciones y confusión con MSNBC transmitida anteayer, advirtió que hay «líneas rojas» que Israel no debería cruzar en su guerra contra Gaza, al mismo tiempo que insistió en que «nunca jamás» abandonaría a su aliado. «La defensa de Israel sigue siendo crítica, por lo que no hay una línea roja por la que vaya a cortarle todas las armas para que no tengan la Cúpula de Hierro para protegerlos», dijo, refiriéndose al sistema de defensa antimisiles de Israel.

«Pero hay líneas rojas que si las cruza...», añadió Biden sin terminar lo que tenía en el pensamiento, para finalizar admitiendo que su Administración «no puede tener 30.000 palestinos más muertos».

Choque de trenes por el alistamiento obligatorio

Es una escena de la cotidianidad en Israel: un grupo de jóvenes gritan «vagos» y «parásitos» a otro grupo de jóvenes vestidos con chaquetas negras, largas barbas y gorros redondos de piel. En respuesta, estos se lanzan burlonamente a orar y bailar, cantando que «¡es mejor morir que ir al ejército!».

A medida que se llama a los israelíes a unirse al esfuerzo de la guerra en Gaza, aumenta la ira contra la comunidad ultraortodoxa que durante mucho tiempo se ha librado del servicio militar obligatorio. Paralelamente, aumenta la frustración pública, la presión sobre Benjamín Netanyahu, considerado durante mucho tiempo un protector de esta comunidad, cuya coalición de gobierno incluye a los dos principales partidos ultraortodoxos. El año pasado, su gobierno otorgó a las escuelas judías, llamadas yeshiva, un presupuesto sin precedentes de más de mil millones de dólares.

Líderes de la comunidad ultraortodoxa y de la oposición israelí vienen protagonizando duros encontronazos verbales durante los últimas días por la posibilidad de que los estudiantes religiosos tengan que acabar alistados a la fuerza en el Ejército, en lo que se trataría del fin de una exención de décadas en vigor.

El rabino Yitzak Josef, máxima figura de la comunidad sefardí, avisó ayer de que los ultraortodoxos «abandonarán el país». En respuesta, el exprimer ministro y ahora líder de la oposición, Yair Lapid, replicó al rabino que «como (los ultraortodoxos) se marchen del país, que vayan buscando un empleo y no se les ocurra ni soñar que alguien les financie. Son una desgracia y un insulto a los militares que sacrifican sus vidas por la defensa de este país».

Además de librarse del alistamiento obligatorio, cabe recordar que solo un 55,8% de los ultraortodoxos o haredim (que en hebreo significa «temerosos de Dios») trabaja para vivir porque reciben un estipendio, según datos que publica ‘Times of Israel’.