«La campaña de la OTAN fue un episodio en la estrategia de desobediencia civil»
Profesor de Derecho Penal en la UPV-EHU, vinculado al MOC, con cargos de responsabilidad en el pasado en el Ararteko y en el Gobierno navarro, Rafa Sainz de Rozas rememora lo que supuso el referéndum de la OTAN, que en Euskal Herria cosechó un ‘no’ rotundo. Destaca el papel del antimilitarismo.
Se cumplen 38 años del referéndum sobre la permanencia del Estado español en la OTAN, en el que los y las ciudadanas de Hego Euskal Herria votaron ‘no’, al igual que en Catalunya y Canarias. Rafael Sainz de Rozas, vinculado al Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC), destaca el papel del mensaje antimilitarista en aquel tiempo y su evolución.
Para la historia queda el resultado del referéndum de la OTAN de 1986. ¿Cómo cree que ha evolucionado la sociedad vasca en aquel espíritu antiatlantista?
Lo que mostró aquel resultado y forma de hacer campaña más que espíritu antiatlantistas era antimilitarista. Lo digo porque había opciones dentro de quienes abogamos por el ‘no’ diferentes. Unos eran anti-OTAN estando a favor del Pacto de Varsovia; otros dejaban muy claro que para ellos no suponía exigir a ETA el fin de la lucha armada; y luego el movimiento en el que estaba la insumisión y el antimilitarismo que, creo, era el mayoritario.
El caldo de cultivo del que partía y el estado de opinión que generó fue más en una clave antimilitarista, precisamente porque se pudo contrastar con otras visiones anti-OTAN que no eran antimilitaristas.
¿Cuáles son los precedentes?
Hubo dos grandes consecuencias de aquel movimiento que no se inicia con el referéndum. El antimilitarismo bebe de las movilizaciones por los derechos civiles en Estados Unidos de los años 60, que cristalizan después en la guerra de Vietnam. Y es allí donde adquiere esa clave pacifista que entronca con otras tradiciones en Euskal Herria de izquierda transformadora; la feminista es la esencial. Cuando tiene lugar en Europa no bebe ya de las viejas movilizaciones antinucleares, sino que entronca con la crisis de los misiles.
En los años 80, cuando se produce un momento histórico en Euskal Herria en contra de lo que significa la OTAN, existe esa clave antimilitarista. Eran todavía los años del Pacto de Varsovia, en que se hablaba de la doctrina aquella de la destrucción mutua asegurada como elemento de disuasión, lo cual era bastante locura.
¿Cómo evoluciona?
En la insumisión, que eclosiona tres años después. El desarrollo del pensamiento que lleva a los insumisos a serlo venía de unos años antes. La campaña de la OTAN fue un episodio en la estrategia de desobediencia civil.
Luego hay otra cuestión que es la de la crítica de la violencia política en clave de derechos humanos, porque había todo un discurso del Estado de ley y orden negacionista de la tortura, de los derechos nacionales. Y frente a eso, hay todo un estado de opinión que dice que no es admisible desde un punto de vista democrático la imposición de ideas por medio de la violencia, que rechaza firmemente a ETA, que después cristaliza en Elkarri y demás organizaciones, que bebe de esos mismos valores, del antimilitarismo llevan a la mayoría anti-OTAN y desde el antimilitarismo también se centran en la insumisión. Luego, en los 90, se acaba ese mundo bipolar.
¿Qué pasa al desaparecer el muro de Berlín?
Se produce una crisis en línea con el cuestionamiento de los esquemas dominantes hasta entonces, incluso en el pensamiento de la izquierda y de los movimientos alternativos en general, que no vuelve a tomar impulso hasta la invasión de Irak. Por lo que se refiere al antimilitarismo, hay otras corrientes en el mundo, con el feminismo detrás, en el ecologismo. No vuelve a tomar impulso después del ciclo de la insumisión, que dura 11-12 años a partir del 89. En 2003, a raíz de la invasión de Irak, aflora de repente la idea del ‘no a la guerra’.
El ecologismo es la salida natural para esa alternativa pacifista antimilitarista que cristalizó en el movimiento contra la OTAN
¿El pensamiento se centra ahora más en el ‘no a la guerra’?
En la izquierda hay una especie de historicismo moral, de determinismo geopolítico, de estar perdidos, perplejos ante la posmodernidad. Venimos de un mundo bipolar que enfrentamos a través de una visión clara de quién tiene la culpa de lo que está pasando, bien vengas de la tradición marxista, bien de la tradición libertaria como es la insumisión. Desde incluso el mismo planteamiento del feminismo, que ya prefigura mucho más los otros elementos de esa posmodernidad, no de la del cuestionamiento de los grandes relatos, porque todos adolecían de una visión muy machista.
La posmodernidad, el cuestionamiento de estos grandes relatos, se puede vivir de una forma adocenada. Ese frenesí consumista, esa idea de que el individuo ha perdido la capacidad de resistencia frente a lo que hay, porque ya no se reconoce a sí mismo como miembro de una clase o de un colectivo. Y hay otra posibilidad, que es vivir ese pensamiento no tan basado en dogmas como una forma de liberarnos del dogmatismo sin renunciar a la impugnación del sistema.
Esta filosofía cristaliza en lo de la OTAN y te liberas de las grandes presiones, de esos dogmas que han caído y que parece que tenían que condicionar en el camino del individuo hacia la utopía. Y quizá esto es un poco lo mejor del pacifismo, que bebe de esta visión de adaptarse, de superar la perplejidad ante la posmodernidad diciendo vale han caído estos dogmas, es verdad que el mundo es otro, primero porque la gente ya no los cree. La gente está en otras cosas y seguramente porque la historia nos ha demostrado que ese análisis dogmático, y no estoy cuestionando el valor individual y colectivo de quienes dejaron la vida al servicio de esos ideales, pero precisamente por esa actitud transformadora, estás obligado a pensar en esos otros términos que son igual de impulsadores. Es en ese contexto donde creo que existe un cierto desasosiego de la izquierda, por incluso la dificultad de posicionarse ante una situación compleja.
Mira la guerra de Ucrania, ahí es como que no está claro que el agresor es Estados Unidos ni es la Unión Europea, que son nuestros villanos favoritos, pero claro es una agresión imperialista, etnofascista lo que ha hecho la Rusia de Putin. Eso hay que leerlo también en una clave antimilitarista.
Aunque no sea más que siguiendo con el ejemplo de la guerra de Ucrania, Rusia estaba creyendo que la iba a ganar. Estaba el pensamiento garantista diciendo no, aquí lo que hay es que presionar, no respetando la Realpolitik para que esto estalle, sabiendo que Rusia no iba a renunciar a los afanes imperialistas, vamos a meter en canción a los ucranianos, que se tienen que defender. No parece que tampoco el envío de armas esté suponiendo una salida y sobre todo, está teniendo un enorme coste en términos de pérdidas humanas y de infraestructuras y materiales.
¿En el caso de lo que está pasando en Ucrania podría generar un movimiento antibelicista?
El elemento de la invasión imperialista está ahí, es decir, el elemento de ilegitimidad de esa agresión y por lo tanto, de legitimidad de una defensa. Al menos si pueden seguir habiendo dos mundos, que son un poco el nuevo mundo capitalista americano, y por otro lado, la idea de Rusia, también fascista y tal, pero no puede surgir en medio una tercera vía.
El realismo rompe con esa visión, porque de hecho ha habido posicionamientos que lo que estaban es planteando ‘no’. Aquí hay mucha desinformación los rusos están defendiendo… Es una especie de nostalgia que no te lleva más que a la melancolía y que además no solamente no convence a nadie, sino que cometes algo peor que ser injusto desde un punto de vista transformador, es ser erróneo en tu análisis.
Si eres revolucionario, si quieres transformar las cosas de raíz, tienes que ser capaz de advertir dónde están esos detalles, donde el esquema que tenías para entender lo qué pasa ya es más complejo, ya no es bipolar, es global. Hay otros actores. La unión de la visión antimilitarista con la feminista, una vez más central, y la preocupación por el declive medioambiental; es decir, el ecologismo es la salida natural para esa alternativa pacifista antimilitarista que cristalizó en el movimiento contra la OTAN, en el ‘no a la guerra’, en la insumisión o ahora en las movilizaciones contra lo que sucede en Ucrania.
En el caso de las activistas que protestaron ante la junta del BBVA, la jueza las absolvió diciendo que es perfectamente legítimo hacerlo y desobedecer
¿Son tan relevantes las movilizaciones en contra de los presupuestos militares y la industria armamentista, así como la objeción fiscal?
Son lo mejor de toda esa evolución. Merecen un enorme respeto. Sabes que estás contracorriente en muchas ocasiones y sin embargo te mantienes, y no por dogmatismo, sino desde este análisis omnicomprensivo y complejo te subes al Gobierno military, haces objeción fiscal y vas a la junta de accionistas del BBVA. Tiene un enorme mérito mantener esto en la agenda, aún contracorriente, unido a otros movimientos liberadores, particularmente el feminismo y el ecologismo.
En términos de derechos civiles, lo menos importante es la calificación de estos actos de desobediencia civil. En el caso de las activistas que protestaron ante la junta del BBVA, la jueza las absolvió diciendo que es perfectamente legítimo hacerlo y desobedecer, porque no habiendo violencia, no habiendo afectación a los derechos de nadie, es parte de tu actuación. Supone un avance, aunque al final da igual que se gane o no, porque no lo haces para ganarlo, pero los espacios de libertad que estás abriendo, no solamente en lo que haces, sino en cómo, es lo mejor de esa tradición en este momento.
¿Otra pelea debe ser eliminar el apoyo público a la industria armamentista?
Es una lucha que se debe dar, que no haya un euro más, o un número de personas que con su compromiso personal se nieguen a pagar impuestos para esos fines. En la medida en que se logre visibilizar la resistencia, es un deber hacerlo y además debemos estar orgullosamente activos, porque venimos de toda esta tradición y el hecho de que no sean estos los momentos más gloriosos, porque no tienes una opinión pública como la de los 80, no debe echarnos para atrás.
¿Esos movimientos, que son un poco más activistas, pueden conseguir movilizar a una masa mayor? Pongo por ejemplo la objeción fiscal.
En el caso de la objeción fiscal son 200 personas. Claro, se podría incrementar y se debe trabajar en esa línea. Hay la suficiente masa crítica para mantenerlo como elemento simbólico.
A pesar del número, ¿tan importante es?
Tiene un potencial transformador enorme pero no desde el activismo, sino para generar una cultura. Los activistas que hacen objeción fiscal o que se encadenan al Gobierno militar, o que se tumban bañados de pintura roja ante los accionistas del BBVA, están en conexión con la generación de pensamiento en la Universidad; con la actuación que tienen distintos operadores jurídicos en los tribunales que sacan adelante estos proyectos; con la pedagogía para la paz, donde la gente puede ver cómo es posible con acciones de no violencia, de desobediencia civil, cuestionar. A pesar de que parezca que vamos contracorriente, hay que seguirlo haciéndolo; saber de dónde venimos, que es necesario seguir impugnando; tener claras las alianzas. Sé que me pongo pesado, pero temenos que aprender del feminismo
En el referendo fue significativo el ‘no’ en Euskal Herria, Catalunya y Canarias.
Sí. El hecho de que exista una conciencia nacional aquí, desde luego era un factor, vamos a negarlo, pero también por los valores antimilitaristas y de cuestionamiento del sistema. Tuvo que ver con la articulación de la sociedad civil organizada. El hecho de que exista tanto asociacionismo en el que, de forma natural, te dediques a lo que te dediques, entran los valores de participación, de igualitarismo, con todo lo que tenemos que mejorar.
Esa articulación mayor de la sociedad civil en términos de politización, sí que es un elemento que distingue a Euskal Herria y que debemos estar orgullosos de ello.