«Osadías» de Miguel Sánchez-Ostiz desde el «descalabro», pero sin recrearse en el dolor

Miguel Sánchez-Ostiz publica ‘Osadías y descalabros’, un poemario breve en extensión, pero relevante, escrito desde el momento en que le fallaron las fuerzas, desde su propia cuerda floja. Eso sí, quien busque un libro de autoayuda o un chapoteo en la oscuridad no lo encontrará en esas líneas.

Miguel Sánchez-Ostiz ha presentado ‘Osadías y descalabros’ en la librería Ménades de Iruñea.
Miguel Sánchez-Ostiz ha presentado ‘Osadías y descalabros’ en la librería Ménades de Iruñea. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

«Una luz que se escapa», reza uno de los poemas del libro que Miguel Sánchez-Ostiz (Iruñea, 1950) ha presentado este viernes en la capital navarra, ‘Osadías y descalabros’ (Pamiela). Esas cinco palabras, que parafrasean una canción de Raimon, resumen a la perfección el espíritu con que el prolífico escritor ha afrontado la vida y el propio proceso de escritura de esta obra tras el ictus que sufrió hace año y medio y del que aún no se ha recuperado por completo.

«Me pasó en el Madrid de [Isabel] Díaz Ayuso, lo cual quiere decir que estoy vivo de milagro», comentaba, probando así que si algo no ha perdido ese afilado y crítico sentido del humor.

No obstante, ha explicado lo duro que le fue no poder escribir, verse sin fuerzas y «con la imaginación bajo mínimos»: «Te das cuenta de lo frágil que eres y de las limitaciones que te sobrevienen».

Son reflexiones escritas desde ese momento de hacer balance. La siempre necesaria autocrítica. De todo aquello que pudo ser y nunca fue por no atreverse a dar un paso en el momento preciso. Desde una atalaya muy dura, pero que en ningún momento trata de sentar cátedra ni dar a nadie lecciones morales.

Tampoco quería ponerse profundo, «porque no soy así», ha apuntado el autor, que ha evitado entrar al barro de los detalles del dolor para evitar que este trabajo acabara convirtiéndose un libro de autoayuda, pues «francamente, eso no es lo mío».

Haciendo alusión a uno de los poemas, no quiso contarle a nadie «de su cuerda floja, si cada cual tiene la suya», pero en cualquier caso, nos imagina a todos como funambulistas sin red, que «normalmente terminamos estampados contra el suelo con el público pidiendo ‘¡Otra! ¡Otra!’, porque es lo que les divierte, que te des una buena hostia».

Es, en definitiva, un trabajo de verdad, más aún si cabe en el caso de Sánchez-Ostiz, un autor que no tiende a inventarse nada ni a crear mundos imaginarios, sino a relatar de aquello que tiene «delante de las narices» y de lo que siente.

El poemario también es una auténtica apología del presente que se esfuma, como el humo que escapa de una vela prendida y que nunca volverá, pero no desde una visión victimista ni tremendista, sino como aliciente para seguir adelante. Para seguir caminando hacia Bolivia, como el protagonista de uno de sus poemas. «Irse hacia Bolivia, aunque no se vaya». Es decir, seguir alimentando la gana, la imaginación, aunque uno no se mueva de su sitio, como los pasos hacia la utopía de los que hablaba Eduardo Galeano. «A Bolivia ya me gustaría ir, aunque no parece que este sea el momento», ha puntualizado, como por si acaso.

Aunque el punto de partida sea una situación tan amarga, Sánchez-Ostiz no ha querido un libro oscuro. «Son osadías», resumía con sorna. Lo serán, tal vez, pero sinceras osadías escritas desde ese punto en el que «ya no puedes volver atrás, aunque quieras», como recoge el último poema.

«No tienes ni olvido ni absolución posibles y a pesar de ello, no callas». Pues eso. Miguel Sánchez-Ostiz está de vuelta y se niega a callar. Afortunadamente.