Manfred Weber, el muñidor en busca de venganza
Macron y Sánchez vetaron la candidatura de Weber a la presidencia de la Comisión Europea en 2019. Tras ello, desde la presidencia del Partido Popular Europeo (PPE), ha sido el gran artífice del acercamiento entre la derecha y la extrema derecha.
Hay una serie de televisión francesa que todo el que sienta un poco de curiosidad por el Parlamento Europeo debería ver: Parlement. Quizá uno acabe cogiéndole manía a ese laberinto burocrático, pero los personajes acaban siendo entrañables. Casi todos. En la ficción, el presidente de la Eurocámara, Michel Specklin, es un hombre afable y despistado que, francamente, no entiende la serie de carambolas que han acabado con él al frente de la institución. Su agenda, sus contactos y sus discursos son férreamente controlados por Martin Kraft, su jefe de gabinete. Un alemán implacable que se mueve por Bruselas como Pedro por su casa porque siente, efectivamente, que todo ese entramado es suyo.
Pues bien, ese señor se parece sospechosamente a Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo (PPE) y excandidato a la presidencia de la Comisión Europea.
Candidatura frustrada
Weber, una figura que conviene tener en el radar, es un hombre que busca venganza. Tras susurrarle al oído a Jean Claude Juncker durante todo su mandato como presidente de la Comisión Europea entre 2014 y 2019, lanzó su candidatura para suceder al luxemburgués. Logró el aval del PPE, pero la presidencia de la Comisión es un cargo que siempre ha requerido del consenso entre las dos grandes familias políticas, conservadores y socialdemócratas, y las grandes capitales europeas –Berlín y París, básicamente, pero también Roma y Madrid–. Las elecciones a la Eurocámara reparten las cartas y los diferentes actores juegan su partida con ellas. Volverá a ocurrir tras las elecciones del domingo.
Como partido más votado en 2019, el PPE reclamó la presidencia para Weber. Pero Emmanuel Macron, en su doble papel de jefe de Estado francés y portavoz de los liberales, y Pedro Sánchez, que tiene su peso como representante del Gobierno español y como una de las pocas figuras relevantes de la socialdemocracia europea, bloquearon su nombramiento. La canciller alemana, Angela Merkel, tampoco se jugó el pellejo por Weber, que ni siquiera pertenece a su partido político, la CDU, sino al partido hermano bávaro, la CSU, más conservador y retrógrado.
Von der Leyen da la campanada
Las negociaciones encallaron hasta que, de la nada, surgió el nombre de Ursula Von der Leyen, a la sazón ministra de Defensa alemana. Cumplía con los requisitos, era más cercana a la canciller y no estaba tan marcada a ojos de París y Madrid. Merkel salvó la papeleta y la presidencia de la Comisión, y Macron y Sánchez se aseguraron buenas contrapartidas –Lagarde al Banco Central y Borrell como Alto Representante de Exteriores–.
El perdedor, Weber, volvió a sus cuarteles de invierno, a la presidencia del PPE en Bruselas y Estrasburgo, a rumiar su rencor y pensar en la venganza. Ha encontrado en la extrema derecha el palo con el que atizar y amenazar a socialdemócratas y liberales, los enterradores de sus ambiciones. Weber es prácticamente el único dirigente europeo que ha criticado la amnistía, sobre la que Von der Leyen ha callado incluso en actos del PP.
Pero la venganza mayor llega ahora. Aunque el PPE tratará de revalidar el pacto con las grandes familias europeas, una mayoría alternativa junto a la extrema derecha le daría mayor margen de maniobra. Para eso había que derribar un cordón sanitario que gozaba de amplio consenso.
Adiós al veto
El gran muñidor de ese acercamiento entre conservadores y ultras no es sino Weber, que no dudó en visitar dos veces a la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, en sus primeros meses al mando, cuando Europa todavía miraba con recelo el triunfo del neofascismo. También ha dado su aval a los pactos de Feijóo con Vox. No tenía por qué ser así. Su predecesor al frente del PP europeo, el polaco Donald Tusk, afeó al PP español esos acuerdos.
En su esfuerzo por derribar el cordón sanitario al neofascismo de Meloni, Weber ha rebajado los requisitos para obtener el sello de aprobación: ahora basta con defender la OTAN y el esfuerzo bélico en Ucrania.
En este camino, Weber ha sido el principal opositor al Pacto Verde Europeo, el discreto y abortado programa ecológico de Von der Leyen, con quien también tiene cuentas pendientes. Y sobre todo, ha sido el delineante que ha dibujado la nueva línea que marca lo que es aceptable y lo que no en la UE. Una frontera recién estrenada que abre las puertas a la extrema derecha y escora al bando reaccionario los precarios equilibrios comunitarios.
OTAN y Ucrania. Esas son las líneas rojas trazadas por Weber. No importan las amenazas a colectivos minorizados, no importan los derechos humanos, ni siquiera importan las lecciones que el siglo XX dejó en la memoria europea. Tabula rasa. Basta con demostrar apego a la OTAN y apoyar el esfuerzo bélico en Ucrania para lograr la homologación europea. La herencia de Weber será terrible.