Miguel Fernández Ibáñez

Chipre, medio siglo del último muro de Europa

Condicionado por las ansias anexionistas griegas sobre Chipre, hace 50 años el Estado turco intervino militarmente para hacerse con el control del tercio norte de esta isla. Desde entonces, una franja de 180 kilómetros separa a las comunidades turcochipriota y grecochipriota.

Soldados turcos desfilan en columna en Chipre, el 18 de septiembre de 1974.
Soldados turcos desfilan en columna en Chipre, el 18 de septiembre de 1974. (Xavier BARON | AFP)

El 20 de julio de 1974 dio inicio la «operación Atila». Ese día las tropas turcas penetraron en Kyrenia, en el norte de Chipre, y comenzaron a expandirse hasta ocupar en ese verano el 37% de la isla. El entonces primer ministro de Turquía, Bülent Ecevit, aseguró que la presencia militar turca se mantendría hasta que se restableciera el orden constitucional, roto cinco días antes por un golpe de Estado organizado por Grecia.

Cincuenta años más tarde, las tropas turcas siguen presentes y una franja de 180 kilómetros divide a grecochipriotas y turcochipriotas. Pese a los intentos de reunificar la isla, el de Chipre es un conflicto congelado en el que nadie atisba una solución que permita derribar el último muro de Europa.

El contexto

Chipre ha sido conquistada por diferentes pueblos en su historia: micénicos, asirios, egipcios, hititas, griegos o romanos dejaron aquí su legado. Posteriormente, el longevo Imperio bizantino impregnó su helenismo y, por eso, cuando en el siglo XVI los otomanos arrebataron la isla a los venecianos, los habitantes eran en su mayoría cristianos ortodoxos. En una época en la que las sobre la en base al credo religioso, los otomanos hicieron lo que hacen los imperios: alterar la balanza demográfica y comprar voluntades locales; también reprimir.

Por eso, llegaron musulmanes del Imperio y se concedieron beneficios a los conversos al islam. Era más fácil ser musulmán, pero los pueblos son tozudos y la mayoría chipriota mantuvo sus creencias y su forma de vida.

Durante tres siglos, ambas comunidades convivieron en paralelo, hasta que el Imperio otomano empezó a perder autoridad en su vasto territorio y a ceder ante los independentismos que comenzaban a dar paso a la era de los Estados-nación. Entonces conocido como el «Hombre Enfermo», el Imperio hizo lo que hacen los imperios decadentes: reprimir. En Chipre sirvieron de excusa las simpatías chipriotas hacia Grecia, que a principios del siglo XIX había declarado su independencia. Así, la convivencia fue dando paso al rencor, hasta que en 1878 los británicos terminaron por administrar la isla, aunque la soberanía se mantuvo en manos otomanas hasta la I Guerra Mundial.

Durante la ocupación británica, Londres implementó su táctica habitual, divide y vencerás, como hizo en otros lugares de su vasto imperio colonial. En Chipre seleccionó como aliada a la comunidad turcochipriota, que terminó por ocupar los puestos en las fuerzas de seguridad que reprimirían a los grecochipriotas, que como eran más, querían más: la independencia o la unión («enosis»), a Grecia.

En los años 50 del siglo XX nacieron las dos milicias que dirigirían las escaramuzas étnicas: en 1955 comenzaron los ataques grecochipriotas de EOKA, cuyo objetivo era expulsar a Gran Bretaña para unir la isla a Grecia y en 1958, los turcochipriotas iniciaron sus embestidas con el TMT, que perseguía la partición («taksim») de la isla. Pese a la tensa situación, en 1960, Chipre declaró su independencia y la ciudadanía eligió al arzobispo Makarios III como primer presidente.

En la Carta Magna de 1960, Turquía, Grecia y Gran Bretaña consiguieron erigirse como garantes del orden constitucional y, por lo tanto, tendrían el derecho a intervenir en la isla. Además, se estableció un sistema de gobierno en el que la comunidad turcochipriota tenía derecho a veto en las causas sensibles. Los grecochipriotas, que sumaban el 77% de la población, consideraban desmesurado el poder de los turcochipriotas, que aglutinaban el 18%, y a finales de 1963 comenzaron una reforma constitucional para retirarles los derechos. Entonces estallaron las escaramuzas interétnicas, razón por la que en 1964 llegó un contingente de pacificación de la ONU y aumentó el número de personas desplazadas. En ese momento nació la «línea verde», que entonces solo dividía la ciudad de Nicosia, su capital, a la altura de la calle Ledra.

La intervención turca dio inicio a un proceso de intercambio poblacional en el que los turcochipriotas del sur se fueron al norte y ocuparon las casas dejadas por los grecochipriotas y viceversa

El bucle violento, especialmente activo entre 1964 y 1967, llegaría a su fin tras un estallido de violencia que comenzó con el golpe de Estado del 15 de julio de 1974. En Grecia, la dictadura de los coroneles carecía de legitimidad y pensó que recuperar Chipre podría salvar a la Junta, por lo que ese día orquestó un golpe de Estado dirigido por Nikos Sampson.

Fue un error de cálculo, una tragedia que aún escuece, ya que a la asonada le siguió cinco días después la satisfactoria intervención turca, lo que precipitó la caída de la dictadura en Grecia el 23 de julio y el final del sueño heleno de la «enosis»; en cambio, y para más inri con aparente legitimidad, después de estos ocho días de frenesí se materializaría en agosto la partición de la isla, el objetivo que había perseguido Turquía desde que la abandonó siendo todavía Imperio.

El entonces primer ministro turco, Bülent Ecevit, consideró que con la intervención cumplía con su función de garante, recogida en la Constitución de 1960, y aseguró que sus tropas abandonarían la isla una vez restablecidos los derechos constitucionales. Medio siglo después, los soldados turcos siguen allí y controlan un tercio de la isla, y una franja de 180 kilómetros divide a las dos comunidades.

El presente

La intervención turca dio inicio a un proceso de intercambio poblacional en el que los turcochipriotas del sur se fueron al norte y ocuparon las casas dejadas por los grecochipriotas y viceversa. Como los turcochipriotas habían sido forzados a desplazarse a partir de 1963, el intercambio final afectó sobre todo a los y las grecochipriotas. De esta forma, el número de desplazados en las dos décadas de conflicto se situó en al menos 230.000: 180.000 grecochipriotas y 50.000 turcochipriotas.

Después de años de negociaciones baldías, en 1983 la República Turca de Chipre del Norte (RTCN) declaró su independencia, que fue reconocida solo por Turquía. Desde entonces, los procesos de diálogo para la reunificación de la isla han chocado con las mismas causas: el tipo de gobierno, los desplazados y la propiedad, y la presencia de Turquía.

Con respecto a la forma de gobernar, la comunidad turcochipriota reclama un Estado bicomunal en el que se necesite una mayoría doble para legislar y en el que la Presidencia sea compartida por ambas comunidades en un mismo mandato, mientras que los y las grecochipriotas alegan que eso provocaría que una minoría imponga su voluntad a la mayoría.

Sobre los desplazados y la propiedad, el Ejecutivo turcochipriota cree que no puede haber otro traumático intercambio poblacional y que la forma de solucionarlo es a través del canje de viviendas y la compensación económica, mientras que los y las grecochipriotas prefieren recuperar sus terrenos.

Y con respecto a la presencia de Turquía, el Gobierno turcochipriota no acepta su retirada, ni la de los 35.000 soldados turcos ni la de los colonos, algo inadmisible para la comunidad grecochipriota.

Soldados grecochipriotas leen el periódico frente una oficina de prensa en Nicosia. (Xavier BARON/AFP)
Soldados grecochipriotas leen el periódico frente una oficina de prensa en Nicosia. (Xavier BARON/AFP)

Es importante reseñar que la RTCN es cautiva de los deseos de Turquía, que aporta la seguridad y el presupuesto. Ankara es garante, financiador y también quiere regir: busca políticos conniventes y envía colonos que sean ideológicamente cercanos a los objetivos turcos para que puedan decantar la balanza electoral o apoyar una posible integración de la RTCN en Turquía.

Además, debido a la posición geoestratégica de la isla, Ankara disputa la soberanía de los mares y bloquea los proyectos de hidrocarburos en Chipre.

En este laberinto, el conflicto solo estuvo cerca de resolverse en una ocasión, a principios del siglo XXI, cuando una hoja de ruta auspiciada por Kofi Annan, entonces secretario general de la ONU, fue aceptada por ambos negociadores. Aunque dejaba causas cruciales sin resolver, estipulaba la creación de un Estado federal y bicomunal en el que la Presidencia sería rotatoria. En 2004, en referendo, el 65% de la comunidad turcochipriota apoyó el plan de Annan, que, en cambio, fue rechazado por el 75% de la sociedad grecochipriota.

Tras años de negociaciones baldías, en 1983 la República Turca de Chipre del Norte declaró su independencia, reconocida solo por Ankara. Desde entonces, los procesos de diálogo para la reunificación han chocado con las mismas causas: el tipo de gobierno, los desplazados y la propiedad, y la presencia de Turquía

Los y las turcochipriotas suelen recordar que, en este proceso, la Unión Europea cometió un error al aceptar a Chipre poco después y no imponer como precondición la resolución del conflicto. De esta forma pasó el momentum.

Ante esta situación estancada, que vivió un acercamiento serio en 2017, las posiciones se han escorado en los últimos años y refrendan la solución panturca de «dos pueblos, dos Estados y dos religiones». Por eso, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, amenaza con ocupar parte de Varosha, el barrio costero de la ciudad de Famagusta en el que disfrutaron las estrellas de Hollywood y que, desde la intervención de 1974, permanece abandonado. Es una baza de negociación turcochipriota, siempre que se mantenga vacío, además de un símbolo del conflicto.

En Chipre, donde Gran Bretaña aún mantiene la soberanía sobre dos bases militares, los más mayores guardan un resquemor imborrable debido a la represión vivida, mientras que dos generaciones solo han conocido la división actual: no fue hasta este siglo XXI cuando turcochipriotas y grecochipriotas pudieron volver a cruzar la «línea verde».

Aunque el statu quo perjudique a las dos comunidades, son los y las turcochipriotas quienes más lo sufren en el día a día: tras cincuenta años de división, la mafia domina la RTCN, turistas turcos e ingleses dan rienda suelta a sus vicios en casinos y prostíbulos, y estudiantes africanos obtienen diplomas universitarios de dudoso prestigio. La falta de reconocimiento internacional lastra sus oportunidades y, además, les obliga a aceptar la regencia de Turquía. Y escuece, sobre todo, por los nuevos colonos turcos, que son considerados un arma política que, debido a su componente religioso, alteran la cultura turcochipriota, esa que celebra los eventos con vino y raki y que todavía se asemeja a la de sus vecinos grecochipriotas.