Las playas son un problema político en Italia
Este verano se ha agudizado el problema de los «balneari», que gestionan megachiringuitos privados en las playas italianas ocupando un suelo público. Una situación que está fuera de las normativas europeas hace décadas y que necesita una solución que es compleja.
Italia tiene 7.914 kilometros de costa (el Estado español, en torno a los 5.000). Las dos islas, Cerdeña y Sicilia, destacan por supuesto en esta clasificación pero el resto de la península se «defiende» bien. ¿Mar Tirreno o Adriático? ¿El pequeño y acogedor Ionio o el casi desconocido Ligure que baña solamente la región con Génova como capital? Y luego el Mediterráneo, claro está, el Mare Nostrum para los antiguos romanos.
Miles de kilómetros de costa y, por consiguiente, miles de kilómetros de playa. La enorme mayoría de los arenales, sin embargo, no son libres sino de propiedad privada: cuando se pasea por las ciudades de mar, grandes o pequeñas, llama la atención la cantidad de establecimientos donde hay que entrar pagando, para poder disfrutar de un día tumbados en la arena o sumergidos en el agua.
A veces es como si no existieran ni las fronteras entre regiones, sobre todo en el Mar Adriático. Desde las playas en torno a Venecia hasta Pescara y más allá, cruzando a Emilia-Romagna y Marche, una hilera interminable de kilómetros y kilómetros de establecimientos gigantescos, divididos por colores: sombrillas y tumbonas, duchas con agua caliente y cabinas para cambiarse, las hay para las familias más numerosas o para un pequeño grupo de amigos.
El gasto diario puede dispararse en estos ‘balneari’ como un cohete, hasta 120-150 euros al día
El gasto diario puede ahí dispararse como un cohete, hasta 120-150 euros al día, dependiendo sobre todo de la cercanía al agua. Y este ocurre porque las playas, casi como los taxis, pasan de mano en mano, normalmente de generación en generación, a través de licencias. Y las costas acaban dividiéndose entre propietarios que intentan ganar lo máximo posible.
Una costumbre dificil de explicar al extranjero
Quien lea esto quizás se esté preguntando: «Pero esto ¿qué es? ¿Una broma con cámara oculta?». Y no le faltará razón. La condición de pagar para disfrutar de una zona que debería ser pública resulta única en Europa pero está tan interiorizada en Italia que se ha convertido en un problema que pasa desapercibido.
Muchas películas también han fomentado la cuestión, inventando historias de amor o de simples cotilleos alrededor de los megachiringuitos, donde se puede quedar hasta la noche para bailar, jugar a los videojuegos o al pinball... El objeto más icònico de estas playas privadas quizás era el juke box, la máquina de discos donde por unos pocos céntimos se podìan escuchar las canciones más exitosas del momento. No es casualidad probablemente que justo una de estas pelis de culto, ‘Sapore di mare’, haya sido restaurada y programada de nuevo recientemente en las salas en una operación nostálgica que busca que las nuevas generaciones empaticen con atmósferas que no volverán.
En general las playas son una especie de foro romano abierto al público del Belpaese, donde se dejan ver políticos fotografiados por los paparazzi o famosos con sus nuevos amantes: ¿Como olvidar que en aquel verano de 2004 Silvio Berlusconi acogió al primer ministro inglés Tony Blair y a su mujer Cherie en Porto Cervo, en Cerdeña, vestido totalmente de blanco y con un pañuelo en la cabeza para protegerse después de un trasplante de pelo?
Un negocio redondo
La costumbre de décadas de ir a estos bagni o lidi, a estos «baños», tomarse algo, relajarse y luego hacerse de alguna manera mimar por la situación ha convertido al italiano medio en un símbolo de persona acomodada, aunque su bolsillo no esté muy lleno precisamente.
La tipología es más pija en la costa del Mar Tirreno, entre Toscana y Lazio hasta la Costiera Amalfitana, destacando la ultrachic Capalbio, donde se reunía el aparato del Partido Comunista y ahora lo hace el del Partido Democrático. Y más ruidosa, por contra, en el Adriático, con la masiva presencia de jóvenes, por ejemplo en Cesenatico, que se encuentra en plena Riviera Romagnola, con 150 establecimientos en 20 kilómetros.
Hay unas 26.000 de estas licencias, que suponen que cada año el Estado italiano se mete en la caja 103 millones de euros
Además, muchos hoteles han aprovechado la situación para hacer un 2x1: conectar sus clientes con los de la playa que se encuentra frente al establecimiento. Así, se puede reservar una semana en familia todo incluido, es decir, la habitación más el derecho de acceso a los maxichiringuitos: se baja del hotel sin siquiera cruzar la carretera, se llega al parasol a través de un pasaje y se empieza a disfrutar. Ocurre sobre todo en la Liguria, una región encajada entre los montes y la mar.
Hay más o menos 26.000 de estas licencias. Y suponen que cada año el Estado italiano se mete en la caja unos 103 millones de euros, que pagan los propietarios de los bagni para a su vez alquilar las playas y sacarles rendimiento. Gastos que de alguna manera tienen que recuperar, poniendo precios a menudo no muy simpáticos, ya sea para coger una sombrilla o tomarse un café en la barra.
Nadie afronta realmente el problema, pero resulta que hasta la Constitución italiana y el Código Civil establecen que las playas son, o deberían ser, públicas. Tendrían por ello que ser gratuitas y con acceso libre para todos. Las leyes matizan luego que una playa puede ser «ocupada por propietarios privados en situaciones extraordinarias».
Lo que ocurre de hecho a menudo es que está prohibido entrar, por ejemplo, en uno de estos establecimientos de pago con toalla o sombrilla propios. No caen multas por ello, faltaría más, pero en la práctica hay que buscar una playa o parte de arenal libre, a veces inexistente o tan escondida que se necesita la ayuda de alguien amigo que conozca la zona.
Estos megachiringuitos llamados bagni acaban teniendo pingües beneficios, con unas ganancias calculadas en 2.000 millones de euros cada año aunque dos de tres propietarios no declaren nada a Hacienda. Un negocio tan redondo que inevitablemente también la mafia o en general la criminalidad organizada lo han puesto en su punto de mira. De vez en cuando se leen noticias sobre atentados o muertes misteriosas dentro de estos círculos: un caso muy conocido es el de Ostia Lido, la «playa de Roma».
En huelga
Todo esto empezó más o menos después de la Segunda Guerra Mundial y tuvo su apogeo en 1992, cuando se instituyó una cláusula en el Código de Navegación (los italianos son maestros en cláusulas legales) que prácticamente consentía una renovación automática de los permisos ya existentes.
El resultado fue que hasta 2022 estos permisos, estos balneari como se les conoce en Italia, estos «balnearios», eran casi infinitos. De manera formal las licencias tenían diez años de vida pero se renovaban sin ningún problema, casi siempre sin necesidad de un concurso: el abuelo pasaba el negocio al hijo, luego llegaba el nieto y así seguía la fiesta. La competencia se quedaba fuera o esperando una milagrosa ocasión de entrar.
En 2006 llegó una directiva europea que obligaba a modificar esta privatización, pero los italianos son maestros en tirar balones a la grada y lo han hecho hasta 2023
Fue en 2006 cuando llegó una directiva europea que obligaba a Italia a modificar esta actitud que iba, sencillamente, contra sus leyes. Sin embargo los italianos son maestros también en tirar balones a la grada y han conseguido retrasar las decisiones hasta finales de 2023, cuando el Consejo de Estado, es decir la máxima autoridad administrativa del Belpaese, ha dicho «basta», ha decretado que para renovar los permisos de las playas privadas es obligatorio pasar por concursos públicos.
No se puede decir que los propietarios de los establecimientos sean una «mafia», pero sí seguramente un poderoso lobby, que mueve miles y miles de votos y que ya se ha mostrado capaz de provocar una huelga el pasado 9 de agosto, desde las 7.30 de la mañana hasta las 9.30. Las playas estuvieron cerradas dos horas ese día y se anuncia una réplica de la protesta para el 19 y el 29 de este mismo mes. La semana pasada tomaron parte en la huelga unos tres de cada cuatro balneari.
El Ejecutivo todavía no ha decidido nada, así que, bajo el lema ‘Gobierno de vacaciones, nosotros también’, las presiones continuarán. Lo que piden los propietarios de los establecimientos es una clarificación a nivel estatal sobre los eventuales concursos y una indemnización económica para quienes vayan a perder las licencias.
La propia ministra de Turismo era propietaria de uno de estos establecimientos, el muy pijo Twiga: 600 euros al día para tomar el sol allí
Como el mal estudiante que se prepara solamente para los exámenes y tiene que tragarse todo de golpe, así se encuentra el Gobierno de Giorgia Meloni ante esta cuestión. Un ejecutivo donde curiosamente la ministra de Turismo, Daniela Santanché, del partido Fratelli d'Italia, era propietaria de uno de estos establecimientos, el muy pijo Twiga (600 euros al día cuesta tomar el sol allí) en Forte dei Marmi, cerca de la coqueta Viareggio, en Toscana. Parece que ha cedido sus cuotas, aunque no está claro del todo.
Cámara oculta o no, la situación es muy caótica, tremendamente italiana. Afortunadamente la tendencia, entre los jóvenes sobre todo, está cambiando y se prefiere cada vez más la playa pública, donde los servicios son menos que mínimos pero no hace falta gastarse un pastizal. Los extranjeros prefieren las comodidades, quizás porque tienen más dinero que los italianos. O probablemente porque estos maxichiringuitos, los balneari, se consideran ya como una especie de parque de atracciones añadido.