Daniel   Galvalizi
Periodista
Entrevista
Claudia Zapata
Historiadora y escritora chilena

«En Chile vivimos una reacción a la gran revuelta popular de 2019»

De visita en Madrid, la escritora e historiadora chilena Claudia Zapata analiza la coyuntura de su país, lamenta el «abandono tan pronto del programa transformador» del presidente Boric y advierte de la «virulencia» de una ultraderecha reforzada.

Claudia Zapata, historiadora y escritor chilena.
Claudia Zapata, historiadora y escritor chilena. (NAIZ)

Nacida en Santiago, la doctora en Historia y escritora Claudia Zapata cuenta orgullosamente que nunca vivió fuera de su ciudad. Hoy reside en la comuna de Ñuñoa aunque por motivos académicos viaje mucho. Estuvo presentando en Madrid su libro de recopilación de ensayos políticos ‘La Historia no parte de cero’ (Ed Libros de la Mujer Rota, 2024).

En entrevista a NAIZ, analiza el proceso actual que vive Chile, los motivos del fracaso de las convenciones constituyentes y los plebiscitos y pide que se intente que «solo sea una derrota electoral y no histórica». Considera que «los poderes fácticos y la derecha política se han reformulado» con un nuevo discurso que «quita del espacio de lo políticamente incorrecto» cuestiones como el racismo, el antifeminismo y la homofobia.

Usted pedía en una de sus ponencias que la del plebiscito sea sólo una derrota electoral y que no se convierta en una derrota histórica.

Sí, creo que siempre hay un desafío para las fuerza de transformación, que es entender que no hay correlación entre demandas sociales y urnas, eso lo sabemos y se tiene que trabajar. Cada vez que hay una derrota electoral, que las va a haber y seguirán existiendo, no hay que tirar por la borda las causas mismas, estamos en un momento de mucha reacción conservadora. Se está denostando el fondo de lo que esa movilización significó.

Hay que recordar que en Chile la movilización de 2019 fue muy muy grande, y se generó un debate sobre cómo llamarla, si estallido social o revuelta popular. Yo soy partidaria de que se llame revuelta popular. Esta revuelta provocó desazón en la elite gobernante, los grupos empresariales y poderes fácticos, nunca los habíamos visto trastabillear de esa manera, al menos en una memoria viva. Luego nos cruzamos con la pandemia y afectó a los procesos políticos y probablemente cambió el curso que se abrió con la movilización. Ahí se rearticularon los poderes fácticos con la derecha política con un nuevo discurso, ideológicamente muy fuerte en contra de la movilización. Los medios de comunicación actuaron muy alineados con la reacción conservadora. Y aunque hubo varios hitos en este tiempo, como el de frenar la candidatura del pinochetista Kast, hay que entender que las movilizaciones populares de esa envergadura no siempre tienen el relato ideológico que uno quiere. De hecho tuvimos mala suerte porque el plebiscito se iba a hacer con Piñera en el gobierno y por la pandemia se atrasó y fue en el de Boric.

Menciona nuevas mayorías electorales, con un Boric muy mal en los sondeos, ¿puede haberlas?

Es la idea... tenemos un sistema muy presidencialista en Chile, nada parecido al parlamentarismo. Creo que los sectores de izquierda, que están muy denostados y golpeados por esa derrota del plebiscito y porque estamos en el Gobierno, tenemos que impulsarla. La derecha también está algo desorientada, no hay figuras fuertes que lideren.

En octubre habrá elecciones municipales y se probarán las coaliciones y la derecha y la centroizquierda aparentemente tendrán coaliciones. Hoy en día lo que más me interesa es atajar a la ultraderecha.

¿Cómo se explica y en qué se puede percibir esta reacción tan fuerte de los sectores dominantes que usted describe?

Me interesa la hipótesis de decir que si bien hoy estamos enfrentando una reacción conservadora tan grande, el por qué lo hacen con este nivel de virulencia, intentando intercalar un relato sobre que no tenía sentido el estallido social, que fue un gran error, que no corresponde ni reivindicarlo... como decía, esta reacción es correlativa a la grandeza de esa revuelta popular. Existía la opción de no dramatizarlo tanto y hacerlo letra muerta, que es también lo que a veces hacen los sectores poderosos una vez que el pico de movilización bajaba, pero el nivel de virulencia que pusieron tiene que ver con que los sectores conservadores, sus cuadros políticos y sectores intelectuales, supieron leer que se estaba en el inicio de una nueva etapa, de una política institucional con participación popular.

Esta virulencia se puede ver en la tergiversación absoluta de lo que se planteaba en la convención, lograron imponer los términos del debate a punta de fake news, diciendo que las demandas indígenas que se incorporaban al texto constitucional imponían la fragmentación del estado, que las autonomías iban a balcanizar. La nueva constitución atentaba contra la concepción tremendamente centralista de Chile y cambiaba la gestión de los recursos naturales. Y esas dos cosas atentan contra los beneficios de los poderes fácticos. Lo advirtieron y activaron una capa profunda, que es el racismo, y con eso fueron efectivos. Crearon una lectura antidemocrática. La ultraderecha, hay que admitir, le sabe hablar al pueblo, construir una lectura.

¿Por qué ocurrió esa postergación total de la agenda según usted apenas comenzar Boric?

Sí, es el hecho de partida. La agenda transformadora se abandonó prontamente como respuesta inmediata a la avanzada conservadora. A los tres meses se organizó de manera muy efectiva una propaganda en contra de la convención. ¿Por qué se logra aprobar una constitución tan emancipadora en Bolivia y Ecuador por ejemplo? Porque se disputó minuto a minuto y se involucró el gobierno.

En el caso de Chile, un gran sector de ellos no tiene experiencia de gobierno aunque muchos vengan de familias que estuvieron en cargos. Tenían experiencia haciendo oposición. Y me llama la atención este gobierno de izquierdas que entró con tanta timidez al gobierno y cuando uno ve otros ejemplos en donde sí se dieron cuenta que tenían que poner un gran esfuerzo, por ejemplo el caso de Lopez Obrador, que vio que no tenía a los medios y fue marcando claramente la agenda de los debates públicos con su presencia en los medios. Aquí nada, no llevamos la iniciativa de la discusión y eso se perdió en la coyuntura del plebiscito. Una vez (el exvicepresidente boliviano) García Linera nos dijo «están cometiendo un error al hablar de lo que la derecha quieren que se hable», y se acabó perdiendo tiempo hablando del sistema político en la constituyente, y eso es lo que más nos distancia de la gente. Ese abandono demasiado temprano del programa de gobierno provocó mucha desesperanza y es angustiante porque quedan solo dos años de gobierno.

Como historiadora, ¿cómo ve esta fase histórica aquí en el norte global?

Cuando uno circula en los ambientes académicos latinoamericanos siempre se menciona la violencia, y fíjate que yo estuve un mes en Alemania y nunca me había sentido en un ambiente de guerra así. La violencia como proceso global tiene su centro neurálgico en Europa y Estados Unidos. Agradezco en este contexto estar viviendo en el fin del mundo. Lo que está ocurriendo igualmente son conflictos importantes para la articulación de un colonialismo global que se expande a punta de guerra, pero lo veo con el privilegio de la distancia. Me pareció muy violento que en muchos edificios de Berlín se veían las banderas colgadas de Ucrania e Israel, y la brutalidad policial que vi en las manifestaciones pro Palestina.

En Latinoamérica hubo una etapa previa con gobiernos más populares, o al menos no neoliberales. ¿Ahora en qué fase está?

Creo que está en una fase política más epidérmica, está costando que los gobiernos se reelijan. Por eso creo que fue tan importante lo de México, que entra de manera tardía a este ciclo nacional popular. Ninguna de estas características se da de manera rígida. Y sobre el ascenso de la ultraderecha... no sé si llamarlo así porque siempre existió, solo que es una nueva cara. La derecha en Chile es pinochetista, no es republicana, es una derecha que vivió de todo lo que le dio Pinochet y se erige en ese legado. Lo que pasa es que tampoco corresponde homogeneizar porque para los migrantes y las disidencias sexuales no da lo mismo cualquier derecha en el poder. Hay un antiguo sector que ha reformulado su discurso y reaccionado virulentamente contra los logros de los últimos 20 años y abre los espacios para discursos de odio para que ya no estén dentro de lo políticamente incorrecto.

Ahora han incorporado nuevos enemigos, como son el feminismo y los migrantes.

Desde Europa se considera al cono sur, Argentina, Chile y Uruguay como países mayoritariamente blancos, de origen europeo, pero no es tan así. ¿Cómo es la situación del indigenismo en Chile?

En el caso de Chile es una población tremendamente diversa en cuanto a origen étnico y fenotípico, no somos blancos. En términos históricos la situación es de colonialismo interno, un concepto que creó el sociólogo mexicano Pablo González Casanova. Tenemos el pueblo mapuche, con su historia particular, estuvo fuera de la frontera nacional hasta fines del siglo XIX y luego el Estado chileno avanza y coloniza, y hace lo mismo más tarde en el norte en la Guerra del Pacífico e incorpora a los aymara, que sufren una chilenización violenta.

En la sociedad hay un racismo bastante extendido y en el sector mapuche hay un sector insurgente y otro más político-institucional. Con el plebiscito se perdió la oportunidad de canalizar políticamente ese conflicto. Chile debe reparar, incorporar y reconocer. Aquí la palabra plurinacionalidad causa estupor en las élites aunque después de las revueltas es una de las palabras que pasaron de nicho a la esfera pública.

Los mapuches son una nación sin estado. En el estado español, sus naciones sin estado están organizadas, tienen partidos y redes propias. ¿Cómo es allí?

Han existido partidos mapuches, en la segunda mitad del siglo XX pero no ha fructificado. Creo que no se debiera insistir en eso porque la política que construyó partidos indios demostró una ineficacia electoral allí incluso donde había mayoría demográfica indígena. Es mejor ir por algo más amplio. Por ejemplo en los 90 un partido indio en Bolivia no superaba el 6%, pero cuando se intentó un movimiento más amplio, sumando a la clase media y otras reivindicaciones, nace el MAS de Evo Morales.