El informe de Draghi aflora debilidades, pero no profundiza en las causas
El informe sobre competitividad que la Comisión encargó a Mario Draghi ha puesto en evidencia que la UE no tiene política industrial. Una constatación a la que no sigue un análisis honesto de las causas que subyacen, lo que extiende una sombra de duda sobre la idoneidad de las soluciones que propone
Mario Draghi presentó el lunes el informe sobre competitividad que la Comisión Europea le encargó el pasado otoño. Ha sido muy aplaudido por gentes tan dispares como la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, el magnate Elon Musk, el Financial Times y algunos think tanks financiados por EEUU, lo que debería llevar a tratarlo, al menos, con cierta cautela. Bien es cierto que un informe tan extenso permite casi a cualquiera a encontrar aquello que le gusta. Mientras Elon Musk, por ejemplo, ha celebrado las críticas a la excesiva regulación comunitaria, el Financial Times ha aplaudido que se abra la puerta al endeudamiento para hacer frente a las astronómicas cifras de inversión que plantea.
Entre los críticos, destaca el actual líder de la CDU, Friedrich Merz, que esta semana ha dicho en el Parlamento alemán que «Haré todo lo que pueda para evitar que Europa siga el camino de la nueva deuda». Una posición que tal vez tenga más adeptos de lo que parece a primera vista, a juzgar por la escasa repercusión que ha tenido el informe de Draghi en los medios de comunicación, más allá de los titulares iniciales.
Análisis de las fallas
En lo que respecta al documento en sí, se echa en falta el análisis de las políticas que han fallado. Draghi fue mucho más claro en la conferencia que pronunció en abril. Entonces criticó abiertamente las políticas de austeridad y la ausencia de una política industrial, y dijo que Europa se había dormido en los laureles. Esta vez ha dejado de lado las decisiones políticas que han marcado la política económica comunitaria desde que estallara la burbuja inmobiliaria.
Posiblemente, el principal valor del informe de Draghi sobre la competitividad europea sea que deja en evidencia que la Unión Europea no ha tenido una política industrial digna de tal nombre, ni común ni descentralizada.
En cualquier caso, el documento recoge los principales obstáculos que a su juicio debe superar la Unión Europea para recuperar la competitividad perdida y que se pueden resumir en cinco apartados. El primero es la falta de un enfoque político claro que ha derivado en una excesiva carga regulatoria y un mercado único fragmentado. Critica, por ejemplo, que se establezcan objetivos comunes, pero que no se establezcan prioridades claras ni se adopten políticas conjuntas para alcanzar esas metas.
A esto añade Draghi, un segundo elemento que llama el desperdicio de recursos comunes, ya que, por ejemplo, solamente una quinta parte de las compras en defensa han sido colaborativas, y en I+D, solamente una décima parte del gasto total. Especialmente preocupado está con el gasto en defensa, que en un 78% se gasta en el exterior, y de esta cifra el 83% va a EEUU.
El tercer elemento que apunta es la falta de coordinación de las políticas fiscales, comerciales, de acuerdos sobre las cadenas de suministro que considera imprescindible para incentivar la producción interna y penalizar los comportamientos anticompetitivos dice, aunque en realidad se refiere a proteger la industria propia de competidores externos, especialmente de algunos. De nuevo, subraya la falta de un enfoque centralizado, que no lo llama así porque suena mal, a fin de cuentas, la Unión Europea es una asociación de Estados muy celosos de sus intereses.
Draghi apuesta por un gobierno europeo fuerte y centralizado que tenga capacidad de diseñar y ejecutar determinadas políticas económicas. Una visión paternalista y terriblemente centralizadora, pero que pasa de largo sobre lo más importante: la soberanía
En cuarto lugar, Draghi critica las normas de toma de decisiones. Califica el sistema de hostil y complejo, y critica su lentitud y parcialidad, al dividir las decisiones por temas en las que interactúan multitud de actores.
Por último, señala la cuestión de la financiación. Cree necesario que se cree un mercado de capitales para el conjunto de la Unión, que tenga apoyo público con activos comunes seguros, es decir, con emisiones de deuda de la propia Unión Europea.
Como dijo en abril, Draghi apuesta por un gobierno europeo fuerte y centralizado que tenga capacidad de diseñar y ejecutar determinadas políticas económicas. De hecho, el documento dice que hay que abandonar la ilusión de que solo la postergación puede preservar el consenso. Una visión paternalista y terriblemente centralizadora, pero que pasa de largo sobre lo más importante: la soberanía.
Objetivos pobremente definidos
Draghi plantea tres objetivos para mejorar la competitividad europea. El primero es reducir la distancia en innovación con EEUU y China, especialmente en tecnologías avanzadas. El segundo descarbonizar la economía y abaratar los precios de la energía y el tercero es un plan de acción para aumentar la seguridad y reducir las dependencias.
No hay mucho que criticar en este planteamiento. Es cierto que la UE está lejos de EEUU y China en innovación, que no tiene grandes empresas en áreas relacionadas con la digitalización y la mayoría de las grandes corporaciones europeas están relacionadas con los llamados sectores maduros, como la automoción. El informe reconoce que en algunas áreas será prácticamente imposible alcanzar a los líderes, no obstante, también cabría preguntarse cuáles deberían ser las principales líneas de innovación, qué quiere ser realmente la Unión Europea. No es lo mismo ser una potencia militar que una potencia en medicina.
También acierta al plantear que es difícil descarbonizar la economía si al hacerlo se obstaculiza el crecimiento, como señala el informe. Es cabal plantear el abaratamiento de la energía y la descarbonización como objetivos complementarios: el uno sin el otro están condenados al fracaso. Sin embargo, ya va siendo hora de que se admita que el crecimiento por el crecimiento es un callejón sin salida. La economía tiene que evolucionar en función de otros objetivos que estén relacionados con las necesidades humanas, con infraestructuras sociales, con mejoras en bienes públicos, etc. Un aspecto que lleva a preguntarse de nuevo sobre las líneas maestras de la reorientación de la economía de la Unión Europea: una política industrial sí, ¿pero para producir qué? Se intuye que la energía limpia debería ser una de las líneas prioritarias, pero, desgraciadamente, en el documento se adivina que entre las preferencias estará también el desarrollo de la industria de armamentística. Y conviene no olvidar que más armas desencadenan más guerras, y los conflictos, además de destrucción y muerte, provocan desplazamientos y migraciones.
Soberanía
En relación con las dependencias y la inseguridad, el documento no determina cuáles son las causas de esa debilidad, que básicamente es la dependencia de EEUU. En relación con los aranceles dice, por ejemplo, que hay que distinguir entre la innovación «genuina», es decir, «las mejoras de productividad del exterior que son beneficiosas para Europa, de la competencia patrocinada por el Estado que conduce a un menor empleo para los europeos». Esto es, las innovaciones chinas están subvencionadas y no crean empleo en Europa, las estadounidenses son genuinas y, por lo visto, sí sirven para crear empleo.
Un enfoque que olvida la Ley de Reducción de la Inflación estadounidense que preveía subvenciones multimillonarias. Olvida, asimismo, que un tercio de las empresas unicornio –empresas emergentes con un valor de más de 1 millón–, creadas entre 2008 y 2021 se han ido de Europa, fundamentalmente a EEUU. El problema es que no se quiere reconocer esa dependencia; y la soberanía es la clave de bóveda para poder desarrollar una estrategia industrial.