Periodista / Kazetaria

Bombas, exilio y miedo en la frontera sirio-libanesa

Más de 300.000 personas, tanto libaneses como refugiados sirios, han tomado el camino del exilio. En el punto fronterizo terrestre de Masnaa, bombardeado por el Ejército israelí, se desarrollan nuevas tragedias.

Personas desplazadas cruzan el paso fronterizo de Masnaa, desde Líbano hacia Siria.
Personas desplazadas cruzan el paso fronterizo de Masnaa, desde Líbano hacia Siria. (Alexandra HENRY | AFP)

Llanura de la Bekaa. Un monovolumen sobrecargado acaba de llegar a Masnaa, uno de los pocos puntos fronterizos abiertos entre Líbano y Siria. Uno más: en los últimos días, mientras el Ejército israelí sigue bombardeando buena parte del país de los Cedros, esta frontera ha sido escenario de un tráfico masivo. Según las cifras oficiales, cerca de 300.000 de personas ya han abandonado el territorio libanés para entrar en Siria.

Llanura de la Bekaa. Un monovolumen sobrecargado acaba de llegar a Masnaa, uno de los pocos puntos fronterizos abiertos entre Líbano y Siria. Uno más: en los últimos días, mientras el Ejército israelí sigue bombardeando buena parte del país de los Cedros, esta frontera ha sido escenario de un tráfico masivo. Según las cifras oficiales, cerca de 300.000 de personas ya han abandonado el territorio libanés para entrar en Siria.

Llegan una ambulancia y los paramédicos. La confusión es total. Los cristales tintados de la furgoneta dejan ver ojos llorosos y rostros derrotados. Dentro, en el asiento trasero, un hombre mayor no ha sobrevivido al viaje. Esta muerto desde hace media hora. Refugiado sirio, había sido arrojado al exilio durante la guerra civil siria. Bajo las bombas israelíes, hacía el viaje inverso. No volverá a ver su país.

Los equipos de rescate están conmocionados Desconocen la causa del fallecimiento, antes de envolver el cuerpo en una alfombra improvisada por falta de material. «Tendremos que certificar la muerte antes de poder llevárnoslo a Siria, no pueden pasar así», confiesa uno de ellos.

No muy lejos, una treintena de hombres y mujeres, todos sirios, descienden del remolque sobrecargado de un camión. Salen a toda prisa hacia los puestos de control. «Vivíamos en Dahieh, volvemos a Siria, ya no tenemos nada en Libano», confiesa uno de ellos, antes de despedirse, con el semblante abatido.

Miedo a los soldados

Se nota la preocupación en su rostro. Aunque este grupo tiene papeles en regla, temen ser interrogados, detenidos –o algo peor– por soldados del régimen sirio. Mientras, según diversas fuentes, Hizbulah está organizando directamente el traslado de los simpatizantes del partido cuyas casas han sido destruidas en la Bekaa al barrio de Sayyida Zeinab, cerca del mausoleo chií de Damasco –donde el régimen ha puesto hoteles a su disposición–, estos sirios esperan no escapar de lo malo a lo peor.

Muchos han quedado marcados por la muerte de 23 de ellos en un bombardeo israelí sobre el pueblo de Younine, unos kilómetros al norte de Baalbeck.

Unos cientos de metros antes del puesto de control, decenas de personas, con pesadas cargas a pulso bajo un sol abrasador, toman la lanzadera y se precipitan hacia las colinas de colores áridos que separan Libano del territorio sirio. Todos intentan evitar pasar por el puesto de control del régimen sirio y han decidido cruzar la frontera por rutas clandestinas, con la ayuda de contrabandistas.

Mujeres con recién nacidos en brazos, ancianos y niños caminan en fila india. Cerca, locales afirman que los soldados libaneses han recibido la orden de dejar pasar a estos refugiados, cuya presencia masiva desde hace 10 años – 1.5 millón, es decir un cuarto de la población total– estaba generando tensiones en un país sumido en una crisis económica, política y humanitaria total.

Por todas partes, desde sus vehículos, hombres llaman ofreciendo «un taxi» a Siria «o algo más»

 

Por todas partes, desde sus vehículos, hombres llaman a todos los que se presentan, ofreciéndoles «un taxi» a Siria «o algo más». Todos ellos son contrabandistas, que trabajan a la vista de los comerciantes. Como símbolo de la tensión que reina en el lugar, casi nadie se atreve a hablar con la prensa, y menos extranjera.

Muchos de estos refugiados sirios, considerados como traidores por el régimen, se arriesgan mucho al volver a Siria. Un libanés de un pueblo cercano que espera autorización para cruzar narra que «un joven sirio que vivía cerca de mi casa pasó hace 48 horas. Desde entonces, no contesta al teléfono. Seguramente le han detenido, y tal vez lo enrolen en el Ejército del régimen y lo envíen al frente».

No muy lejos, apoyada en un muro de colores inciertos, una familia libanesa pasa por momentos difíciles. Mariam (la llamaremos así a petición suya para no dar su identidad), de 60 años, vivía en un pueblo situado a unos diez kilómetros. La llanura de la Bekaa, a la sombra de los suburbios del sur de Beirut y del sur de Líbano, es objeto de ataques masivos diarios desde hace diez días. «Vamos a intentar llegar a Damasco. No tenemos familia ni parientes allí, así que ya veremos dónde estamos».

Una de sus hijas, apoyada en el capó de un vehículo, muestra fotos en su teléfono de lo que queda de su casa familiar: Solíamos vivir aquí, y teníamos una panadería al lado», señala. Un ataque israelí destruyó su casa y su negocio. No queda nada.

Ataques israelíes

Hoy, Masnaa, a pesar del flujo constante de posibles exiliados, está casi desierta en comparación con días anteriores. Y por una buena razón: hacia las 4.20 de la madrugada del miércoles, aviones israelíes dispararon dos misiles contra el paso fronterizo, causando un cráter de 4 metros de profundidad, según el ministro de Transportes libanés saliente, Ali Hamiyé.

Tras amenazar con atacar el aeropuerto de Beirut, el Tsahal acusa a Hizbulah de contrabando de armas a través de la frontera siria. Estas acusaciones fueron refutadas por Ali Hamiyé, quien declaró que «todos los pasos fronterizos de Líbano estaban bajo vigilancia gubernamental».

«Los israelíes dijeron que había túneles bajo la carretera, pero eso es absurdo»

 

Ahmad K., vecino de Majdal Anjar, a dos kilómetros de la frontera, oyó el estruendo. «Fue un ruido enorme y nos dimos cuenta de que el objetivo era la carretera fronteriza, ahora intransitable; ningún vehículo puede pasar. Los israelíes dijeron que había túneles bajo la carretera, lo cual es absurdo».

Poco después de nuestra visita, durante la noche, un segundo ataque tuvo como objetivo la zona. Para muchos libaneses, no cabe duda: esa estrategia va mucho más allá de la cuestión de armas, y se trata de una verdadera política de asfixia económica y de confinamiento del país. «Aquí todo el mundo tiene miedo, porque sabemos que los israelíes son capaces de cualquier cosa», concluye Ahmad K.