Militante desacomplejado del país y en favor de sus gentes
Un directivo de Michelin que debatía con los trabajadores que lo tenían secuestrado en Mayo del 68. Presidente de la Cámara de Comercio de Baiona que utilizaba una puerta trasera para acudir a citas con militantes de ETA. A propuesta de los sindicatos vascos lideró el Consejo Económico y Social (CES), donde renunció a las prebendas y dimitió para denunciar el veto de Confebask. Antxon Lafont era un militante desacomplejado del país y al servicio de sus gentes.
Era tan interesante como la vida que llevó, como todo lo que leyó y escribió -mucho en nuestras páginas, qué honor-, como los mundos posibles que imaginó, como las amigas y los amigos de los que se rodeó. Se le puede definir como burgués anarquista; soberanista, que no nacionalista; economista de semilla filosófica; ilustrado con alma popular… y todo ello resultaba coherente en él. Honraba a su familia, a su aita y a su ama, a sus parejas y a sus hijos. Era halagador, inteligente, encantador… esos adjetivos lo definían, porque jamás escondía lo que le gustaba. Tampoco lo que no. Era implacable con quienes consideraba mediocres.
Era poco amigo del PNV y sin embargo buen amigo de muchos de sus afiliados, porque era leal. Admiraba a los grandes militantes del independentismo de izquierdas, a los revolucionarios, con los que siempre ha sido sincero, hasta cuando no era agradable serlo.
«Los derechos humanos deben ser nuestra Constitución», repetía. Imposible un objetivo más noble para una pequeña república en la que Antxon veía las opciones más bellas del mundo, si acertábamos a hacer bien las cosas. Esa visión es un legado que no deberíamos olvidar. Agur eta ohore, lagun!