«Te agradecen que estés en Gaza; sienten que alguien les escucha y apoya»
Cristina Roldán, enfermera especializada en Emergencias y Salud Internacional, trabaja desde hace cuatro años con MSF como responsable de las actividades de enfermería. Ha estado en Yemen, Congo, Mozambique y Camerún. En Gaza apoyó la reapertura de Pediatría y Maternidad del hospital Nasser.
En más de un año de ofensiva militar israelí en la Franja de Gaza, tanto el personal sanitario como los pacientes que atiende la ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) han tenido que abandonar 14 estructuras sanitarias.
Desde el inicio de la guerra, los equipos de MSF han atendido a más de 27.5000 personas; más del 80% presentaban heridas causadas por los bombardeos.
Cristina Roldán, enfermera de MSF, vivió desde el hospital Nasser el genocidio en Gaza. Durante seis semanas participó en una misión para reabrir este centro médico, que en febrero fue asediado y atacado por el Ejército israelí.
En entrevista telefónica con NAIZ destaca la resiliencia del personal médico gazatí y de la población. Antes de salir, le pidieron que hablara de ellos «para que no caigan en el olvido. Es la primera vez que me piden, por favor, que hable de ellos».
¿Cómo fue su llegada a Gaza?
Estuve algo más de seis semanas, desde finales de mayo a principios de julio. Era mi primera vez en la Franja. Cuando llegamos acaba de empezar la invasión de Rafah, por lo que el paso estaba cerrado y entramos por Kerem Shalon.
Aunque era un movimiento coordinado con Naciones Unidas, no sabíamos muy bien con qué nos podíamos encontrar o cómo se iba a desarrollar la misión.
Nada más entrar, nos encontramos con edificios destruidos. Cuando llegamos al hospital Nasser, aún no estaba muy masificado porque previamente Israel había ordenado a la población evacuar Jan Yunis.
Pero al segundo o tercer día atacaron un campamento de refugiados en Rafah que produjo un éxodo hacia Jan Yunis de cientos de miles personas.
Es impresionante ver a todas esas personas moviéndose con todas sus pertenencias por unas carreteras ya de por sí aglomeradas y cómo van habitando espacios que para nada son habitables. Ves edificios partidos por la mitad con ropa tendida de alguien que está viviendo ahí porque no tiene otro lugar. Se te corta la respiración.
¿Cómo es trabajar en un escenario tan apocalíptico?
Esa es la palabra que mejor define la situación en Gaza. Es cierto que para cuando entramos en Gaza ya llevaban meses de ofensiva. Ya íbamos con un trabajo previo hecho; intentar que no te impresione mucho lo que ves para poder seguir trabajando. En febrero, el hospital Nasser fue asediado y atacado por las tropas israelíes.
«Aún estamos a tiempo de parar toda esta matanza. Si hay un alto el fuego hoy, los niños que van a morir mañana no lo harán»
Cuando entramos era como un hospital fantasma. Cada pared, destrozada por los bombardeos, contaba una historia. Podías ver las puertas de las habitaciones rotas a patadas, símbolos del Ejército israelí indicando que había inspeccionado esa habitación…
Es sobrecogedor, porque te imaginas todo lo que pasó ahí dentro. Para el equipo que volvió a su hospital de siempre tras el asedio militar, fue complicado, con muchos sentimientos entrecruzados.
¿Cómo fue la interacción con pacientes y demás personal sanitario gazatí, profundamente traumatizado?
Es, efectivamente, un personal médico sobrepasado, pero con una resiliencia admirable. Nunca he visto nada igual en otros sitios.
Cuando reabrimos Nasser era uno de los pocos hospitales grandes funcionales en la zona. Con todos los desplazados que venían de Rafah se incrementó el número de visitas, estábamos desbordados. Pero el equipo era de diez, con una actitud positiva siempre que se podía, con muchas ganas de trabajar y de sentirse útiles dentro de todo ese caos y de poder aportar a su comunidad. ‘Estoy mal, pero soy enfermera y voy a ir a trabajar pase lo que pase y aunque no haya dormido nada en toda la noche porque se me necesita’. Esa es la forma que tienen de seguir adelante y de no venirse abajo.
Lo que nosotros vivimos fue una gran colaboración. Todos buscábamos lo mismo. Nosotros estábamos allí para apoyar la reapertura del hospital y ellos estaban para lo mismo. Todos se implicaron mucho.
«Cada pared, destrozada por los bombardeos, contaba una historia. Podías ver las puertas de las habitaciones rotas a patadas. Es sobrecogedor»
Dentro de lo que es Gaza fue una experiencia muy bonita porque estábamos reabriendo el hospital. Te agradecen que estés allí; sienten que alguien les escucha y les apoya.
Tienen un gran sentimiento de que están cayendo en el olvido, con todas las atrocidades que estamos viendo y aún así no se consigue un alto el fuego, y tampoco hay implicación por parte de los Gobiernos internacionales. Cuando ven que personal internacional entra en Gaza para aportar te lo agradecen y se sienten un poco más escuchados.
¿Qué tipo de casos atendió?
El Complejo Hospitalario Nasser tiene diferentes edificios, nosotros estábamos en el materno-infantil. Atendíamos digamos la parte médica, por ejemplo, infecciones respiratorias, diarreas, problemas gastrointestinales, hepatitis A y problemas de piel derivados de la falta de higiene.
Cuando estuve allí empezamos a poner en marcha un programa de nutrición. Es importante recordar que antes del 7 de octubre no había problemas de malnutrición en Gaza. Lo que más nos preocupa son los casos de malnutrición en menores de seis meses por falta de leche en polvo o de leche materna de sus madres.
«También me impactó la capacidad de resiliencia de la población gazatí, su capacidad para tirar hacia adelante pese a la destrucción de todo el tejido familiar, social, económico»
Los heridos en los bombardeos eran derivados o bien al edificio de Traumatología o bien al general. Estaba presente cuando la masacre de Nuseirat, en la que mataron a 270 personas que fueron atendidas en la parte de Traumatología.
Después de que finalizara mi misión, siguió habiendo ataques y cuando la planta de Traumatología se colapsó, enviaron pacientes a nuestro edificio.
Pero yo no vi directamente heridas de guerra. Cuando se habla de heridos o fallecidos se piensa en los casos relacionados con los bombardeos u otros actos de guerra, pero no olvidemos que hay otros efectos secundarios, como son las infecciones respiratorias, neumonías…
En lo personal, ¿cómo está viviendo desde la distancia el asedio a otros centros sanitarios como el Kamal Adwan?
Muy mal, sobre todo cuando sabes el gran esfuerzo que todo el personal sanitario gazatí está haciendo para que los hospitales sigan funcionando.
El derecho internacional protege las estructuras sanitarias, que no se deben utilizar como arma de guerra. Los continuados ataques a hospitales marcan un precedente. Muchas veces es imposible evacuar a los pacientes, por ejemplo, a los que están ingresados en la UCI. No puedes desconectar a un paciente. Es inhumano.
Es muy preocupante que esto esté ocurriendo y que la comunidad internacional no se esté pronunciando ni esté poniendo límites. Por un lado, pide un alto el fuego y, por otro, financia a Israel. Todo esto genera mucha frustración.
Cuando salí de Gaza, los compañeros palestinos me pidieron que contara lo que está ocurriendo, que hablara sobre ellos en el exterior para que no caigan en el olvido.
Llevo cuatro años trabajando con Médicos Sin Fronteras, he estado en otros conflictos armados, pero es la primera vez que me piden, por favor, que hable de ellos. La gente está un poco anestesiada con tantos datos y testimonios, y ha dejado de escuchar. Es frustrante.
Ha estado en diferentes contextos de guerra. ¿Qué diferencias ve respecto a Gaza?
Es algo a lo que le he dado muchas vueltas. Después de vivir otros escenarios de guerra, esperaba no verme tan afectada por el de Gaza. ‘Esto yo ya sé cómo manejarlo’, pensaba. Estamos en un momento muy agudo del conflicto.
En otros, igual más cronificados en el tiempo, atendemos ya las consecuencias tardías de una guerra prolongada, pero en Gaza está pasando ahora. Aún estamos a tiempo de parar toda esta matanza. Si hay un alto el fuego hoy, los niños que morirán mañana, no lo harán. Es esa inmediatez de hechos lo que, en mi opinión, diferencia Gaza de otros conflictos.
Entre tanta muerte y desolación, ¿qué es lo que más le ha impactado de esta misión?
Muchas situaciones. Seis semanas parecen pocas, pero no lo son. Aunque es la misión más corta que he realizado, de un día a otro cambian mucho las cosas. A nivel personal, el momento más complicado fue la matanza de Nuseirat. Estábamos trabajando en el hospital cuando alguien del equipo recibió una llamada. Se hizo un profundo silencio.
Cuando me tradujeron lo que estaban hablando en árabe supe que le acababan de llamar para decirle que habían bombardeado su casa con su hija y su mujer dentro. Él no podía hacer nada, estaba en el hospital sin saber si su familia estaba viva o muerta. Fueron momentos muy tensos. Afortunadamente, estaban vivas y pudieron encontrar otro lugar.
«Muchas veces es imposible evacuar a los pacientes, por ejemplo, a los que están ingresados en la UCI. No puedes desconectar a un paciente. Es inhumano»
Muchos de nuestro equipo vivían en Nuseirat. Algunos de ellos estaban allí en el momento del bombardeo del Ejército israelí y nos llamaban al hospital para contarnos que estaban disparando a todo el mundo, entrando puerta por puerta...
El trabajo con tus compañeros es muy cercano, más en este tipo de situaciones, en las que se crean lazos estrechos. Si para todo el mundo la guerra es dura, aún lo es más cuando has estado estado ahí y le pones rostro a esa guerra.
También me impactó la capacidad de resiliencia de la población gazatí, su capacidad para tirar hacia adelante pese a la destrucción de todo el tejido familiar, social, económico... Tienen un sentimiento de comunidad muy grande.
Cuando estábamos en Rafah, nuestro centro de salud, hecho con plásticos y madera, estaba muy cerca de una de las zonas atacadas. Tuvimos que evacuarlo. Se pidió a todo el mundo que saliera y buscara una zona segura. Pero hubo una persona que no quiso abandonarlo. Sabíamos que al evacuarlo corríamos el riesgo de que fuera saqueado, sobre todo el plástico, que es utilizado para hacer los refugios.
Cuando le preguntamos por qué no se había ido, nos respondió que antes de la guerra era guarda de seguridad, y que si se quedaba y lograba que el centro de salud no fuera saqueado y siguiera siendo funcional, habría salvado muchas vidas, porque la gente podría seguir siendo atendida. Quería aportar protegiendo el centro a riesgo de su propia vida.
Antes de irse le pidieron que hablara de Gaza. ¿Qué mensaje le gustaría trasladar?
La solución la tiene el Estado israelí, que como Estado ocupante debería garantizar la entrada de ayuda humanitaria, porque la que está entrando es muy simbólica. Me gustaría demandar un alto el fue inmediato y sostenido, y que se respeten las leyes internacionales humanitarias de no atacar a la población civil ni las infraestructuras sanitarias.
A nivel internacional, no se está haciendo lo suficiente y me da pena pensar que pasaremos a la historia como la generación que dejó que esta matanza se prolongase más de un año. Que haya más determinación e implicación de los gobiernos para negociar un alto el fuego.