Periodista / Kazetaria
Entrevista
Stefanía Caro
Educadora, periodista y escritora

«Desorientarse puede ser también una forma de salvación»

Debutante en el ámbito literario, la navarra hace de ‘Pómulo y lejanía’ (Consonni) un emocionante y original estreno en el que se sirve de una variedad de formatos para la recreación de una coreografía que lleva a madre e hija a recorrer la ciudad mientras exponen sus vivencias íntimas.

Stefanía Caro se estrena en la novela con ‘Pómulo y lejanía’.
Stefanía Caro se estrena en la novela con ‘Pómulo y lejanía’. (Elena SÁNCHEZ NAGORE)

Al igual que su protagonista, Stefanía Caro también ha utilizado el baile como forma de expresión. Un lenguaje que ahora vuelca sobre el papel para inaugurar una carrera literaria que danza con trazo orgánico, pero lírico sobre un itinerario que, tomando las enseñanzas de la coreógrafa Susan Buirge, dirige sus pasos en línea recta hacia el Este. Un recorrido convertido en un fascinante ejercicio de introspección individual y colectiva sobre el que hablamos con su creadora.

Debuta con una novela que es un híbrido entre el ensayo y el diario personal. ¿Tuvo claro desde el primer momento utilizar dicho formato?

Para nada. De hecho, era la primera vez que escribía con vocación de ser leída. Quería hablar de la maternidad, de la danza, y al principio hice una serie de digresiones a modo de ejercicios poéticos que pretendían recrear un manual de gimnasia antiguo. Pero el resultado no me convenció y lo deseché para empezar de nuevo bajo un aspecto más novelado, fue un aprendizaje constante a la hora de saber cómo unir las piezas. Todo fue saliendo según me enfrentaba a la página en blanco, una sensación que, dicho de paso, me gustó mucho, ese reto de no saber qué iba a suceder.

En un momento de la novela se dice que «nadie distinguirá en estas notas qué es realidad y qué inventado». ¿Hay mucho de biográfico en esta historia?

Hay mimbres de mi vida, desde luego. Todos los personajes tienen una parte de mí; soy la hija, pero también puedo ser la madre. Más que autobiográfica diría que se trata de la voluntad por contar cosas que son ciertas. No expongo episodios tal y como han sucedido, hay recuerdos de la niñez en los que me dejo caer por las grietas de la memoria. Lo que quería era contar cosas que siento profundamente; es como en las artes escénicas, el actor o actriz debe desnudarse emocionalmente aunque esté interpretando, dejando parte de sí mismo en cada papel.

Ha manejado el lenguaje del baile y ahora el de la literatura. ¿Ha sentido un paralelismo entre ambas expresiones?

He encontrado más nexos de unión de los previsibles. Al principio, quería hacer algo más telegráfico, pero me di cuenta de que necesitaba un mayor tono narrativo para ciertos aspectos. La danza representa el presente y lo efímero, mientras que la escritura es algo llamado a permanecer. El reto que me propuse era, basándome en las historias que me gustaban de los personajes del mundo del baile, adoptar la voluntad de trascender y no quedarme en la radiografía de ese momento determinado. Me interrogo sobre lo que quedará de nuestros gestos cuando estos desaparezcan. Cuando un baile se acaba de trazar, desaparece. No hay dos bailes iguales, por eso pretendía reflexionar sobre cómo el movimiento influye en el espacio.

«Más que autobiográfico diría que este libro tiene la voluntad de contar cosas que son ciertas»

Las dos protagonistas, madre e hija, trasladan a su propio espacio el viaje que llevó a cabo la coreógrafa Susan Buirge, rumbo hacia Oriente. ¿Qué simboliza ese punto cardinal?

Susan Buirge dice que ir al Oriente es orientarse, es buscar el centro. Los personajes están desorientados y quieren salvarse. No digo que lo consigan, pero según avanzan descubren que las líneas nunca son rectas, buscan la luz pero el camino nunca llega a su fin. El libro es una invitación a salvarse, pero también a perderse y dejar que las cosas vayan transcurriendo. Las protagonistas intentan tomar decisiones que aclaren un recorrido que, sin embargo, nunca acaba de terminar. Esa desorientación puede ser también una manera de salir adelante.

Además, Oriente es un paisaje que siempre me ha interesado por su parte física. Cuando yo bailaba me atraía sus formas de moverse. Conforme nos dirigimos a Siria, India o Japón, el cuerpo se acerca más a la tierra, viven geográficamente más ligados al suelo, sus movimientos ponen énfasis en la cadera, los pies, desaparece el miedo a perder la verticalidad.

Un concepto simbólico que también asume en el libro la figura del cambré...

Esa postura de la danza es muy potente: estar de pie, pero con el torso totalmente inclinado, se está erguida mientras el tronco mira al cielo. Tiene algo de derrumbe y de vuelo al mismo tiempo, como los personajes del libro, comparten historias en las que pueden caerse o salir a flote. Ese combate está muy presente.

La maternidad, y la presión social en torno a ella, es uno de los elementos claves de la novela. Esa mirada inquisitorial que todavía existe...

De hecho, no hay una palabra para la ‘no madre’. Es una realidad que se enuncia por lo que no eres. Todavía tenemos ese estigma muy presente y supone una presión constante y, a veces, angustiosa: decidir si vas a ser madre o no. Pero tampoco pretendía hacer un alegato. El tema está presente, pero no he querido aleccionar ni defender ninguna postura, sí trasladar una experiencia personal sobre esa sociedad que mira con extrañeza a las personas que no son madres.

«La danza representa el presente y lo efímero, mientras que la escritura es algo llamado a permanecer»

Al ser un libro ligado al baile, adopta mucha relevancia el cuerpo. Un aspecto de nuevo atravesado por la mirada colectiva, porque como dice uno de los personajes: «El mundo aprueba a las jóvenes, a las bellas y a las casadas».

Al libro todos los personajes entran a través de su cuerpo. Me interesaban sobre todo esos cuerpos que no queremos mirar, ya sea el propio –reflexionando sobre la menstruación, la adolescencia– o el de una madre; contemplarla desnuda o verla envejecer son aspectos que nos incomodan, es algo que te cuesta mirar. Un personaje dice que su sueño era ser bella y guapa. Todos, pero especialmente las mujeres, somos valorados especialmente por nuestra anatomía.  Pero no solo me acerco a este tema a través de los cánones estéticos; por ejemplo, un hombre sueña con caminar entre las gotas de lluvia o una mujer tiene miedo a que la ley de la gravedad deje de cumplirse y los objetos estallen.

Otro de esos temores lo encarna el símbolo de la careta, esa con la que intentamos esconder aquello que nos avergüenza o incomoda. O, como se dice en un momento del libro: el miedo a la angustia.

Este libro también para mí ha sido un ejercicio de desenmascararme. Todo lo relativo a ese tema fue una de las últimas cosas que surgieron, pero me pareció necesario, porque toda la narración gira en torno a ese ejercicio de desnudarse. Hay muchos aspectos sobre los que no estamos acostumbrados a hablar, y ese miedo a la angustia que mencionas es uno. Nos incomoda saber, sobre todo cuando son personas cercanas, que alguien sufre, o somos conscientes de ello, pero no queremos oírlo, como sucede con la madre del libro, conocedora de que hay unas heridas, pero no le interesa escucharlas. Aproximarse a esas realidades que nos incomodan me parecía muy interesante.

Viendo el calado emocional, ¿qué sentimiento le recorrió después de acabar su escritura?

Sobre todo haber contado cosas que solo he podido hacer a través de este libro. También llegó un momento en el que necesitaba terminarlo, cerrar este capítulo de mi vida. Tenía la necesidad de expulsarlo y que tomara su propio rumbo. Ahora ya he dejado a los personajes sobre ese trayecto que seguirán solos. Yo los miraré de vez en cuando, pero de momento necesitaba despedirme de ellos y que continúen su camino.