Los Mursid: el eterno éxodo de los kurdos de Siria
La familia de los Mursid, de Afrin (Kurdistán Oeste), sufre su segundo desplazamiento forzoso en menos de 7 años. El 1 de diciembre, junto a 120.000 personas, tuvieron que abandonar la región alepina de Shehba, a donde habían huido en marzo de 2018. Ahora, buscan refugio al este del Éufrates.
Los Mursid eran tres cuando emprendieron su éxodo hacia el exilio, pero solo llegaron dos. Era la segunda vez en menos de siete años que esta estirpe de Rojava (Kurdistán Oeste, en kurdo) debía empaquetar toda una vida con premura, subirse al coche y apretar el acelerador hacia un destino incierto.
«Viajábamos mi marido, mi hija pequeña y yo cuando, de repente, cuatro milicianos armados se abalanzaron sobre el coche al grito de ‘Alah es grande’. Rápidamente, mi hija y yo bajamos del vehículo, pero mi marido, ante el miedo a que se lo llevaran y torturaran por ser trabajador de la Administración kurda, se pegó un tiro con el arma que llevaba», recuerda afligida su esposa, Ayrin, aún en estado de shock.
«En un primer momento, pensamos que solo estaba herido y que conseguiríamos llevarlo al hospital, pero acabó muriendo desangrado», explica a GARA esta mujer kurda originaria de la región de Afrin, al norte de la provincia de Alepo, flanqueada por tres de sus cuatro hijas.
Los Mursid se vieron obligados a huir de esta región de mayoría kurda en marzo de 2018 como consecuencia de la ofensiva militar conjunta de Turquía y rebeldes sirios financiados por Ankara. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, más de 300.000 personas resultaron desplazadas, instalándose la mitad de ellas en la región de Shehba, encajonada entre Afrin y la ciudad de Alepo.
En aquel momento, dos de las hijas decidieron ir a la zona de Hasakah para poder estudiar, otra emigró a Alemania, mientras que el matrimonio y la hija pequeña, que ahora tiene 18 años, se quedaron en Shehba. Allí, Ebdulrihman Mursid, antiguo profesor de secundaria, continuó realizando tareas de coordinación de la asayish –la policía kurda– hasta que el pasado 1 de diciembre, de nuevo, el proturco Ejército Nacional Sirio (ENS) los expulsó aprovechando la ofensiva militar que derribó el régimen de Bashar al-Assad.
Raqqa, ciudad refugio
De no haber ocurrido el trágico suceso, Ebdulrihman Mursid habría continuado con su familia el éxodo que cerca de 120.000 personas emprendieron desde Shehba hacia el este del Éufrates, según datos de la Administración Autónoma Democrática del Norte y Este de Siria (Aadnes), el autogobierno liderado por los kurdos que controla amplias regiones en la orilla oriental del río en las provincias de Raqqa, Deir Ezzor y Hasakah.
Son parte de las 728.000 personas que, según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) en Siria, han sido desplazadas a nivel interno desde que la coalición insurgente iniciara el 27 de noviembre la ofensiva que derribó el Gobierno sirio. Por otra parte, la misma oficina indica que alrededor de 421.000 desplazados han podido regresar a sus hogares, principalmente en las provincias de Hama y Alepo.
«La primera medida urgente ha sido proveer a los desplazados de un lugar donde guarecerse, por eso hemos tenido que cancelar las clases en algunas escuelas para facilitarles un techo. Desgraciadamente, esta decisión nos ha permitido solucionar un problema, pero al mismo tiempo hemos creado otro», señala preocupado Mishlib Turkan, corresponsable del Consejo Ejecutivo del Cantón de Raqqa, órgano dependiente de la Administración autónoma.
En el punto álgido del éxodo de los kurdos procedentes de Shehba, 186 de las 530 escuelas en las regiones de Tabqa y Raqqa suspendieron el curso para acoger a los desplazados, lo que afectó a 184.840 estudiantes. «Actualmente, en Raqqa hay 20.000 desplazados, 11.000 alojados en la ciudad y 9.000 en campos», precisa Turkan. «La gran mayoría son kurdos, pero también hay árabes de Manbij que tienen algún vínculo con la Aadnes», añade el político.
Con muy pocas ONG sobre el terreno, es el autogobierno kurdo el que se encarga de proveer ropa, comida y cubrir las necesidades básicas de los recién llegados. «Necesitamos construir centros donde puedan vivir, instalar placas solares para generar electricidad, aseos, infraestructura de agua potable y para ello se necesitan trabajadores cualificados, además de mantas y diésel para combatir las bajas temperaturas», comenta Turkan.
Junto a la tumba de Ebdulrihman
Desde la provincia de Raqqa, de mayoría árabe suní, miles de kurdos han continuado su exilio hacia ciudades de Rojava como Amude, Qamishlo o Hasakah, población esta última, donde los Mursid han enterrado a su padre y han establecido su residencia de forma temporal. «Claro que nos gustaría volver a Afrin, pero resulta imposible en la situación actual», dice Yindar Mursid, una de las hijas de 26 años y recién graduada en Ingeniería Agrícola por la Universidad de Rojava en Qamishlo.
El pragmatismo de la ingeniera pone realismo a las recientes declaraciones optimistas de Mohamed al-Jolani, el líder del Gobierno interino sirio y del grupo islamo-yihadista Hayat Tahrir al-Sham, donde afirmaba que pronto los refugiados y desplazados, también los de Afrin, podrían regresar a sus hogares. «Mientras Hasakah sea un lugar seguro, nos quedaremos aquí porque es donde está la tumba de nuestro padre», señala.
La joven explica que el entierro fue multitudinario con una gran asistencia de profesores de todo el Kurdistán sirio. «Antes de la guerra él era docente. Al enterarse de su muerte, sus antiguos alumnos repartidos por toda Siria y Europa nos enviaron cientos de pésames. Le tenían mucho cariño porque les hablaba como un padre, no como un profesor», comenta antes de prepararse para ir al cementerio con su madre y hermanas. «Vamos cada jueves sobre las 5 de la tarde. Llevamos velas y le explicamos qué hemos hecho durante la semana. Solo muere quien es olvidado», concluye emocionada Yindar.