Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Trump olfatea y cabalga sobre la falta de liderazgo europeo

A días de su regreso a la Casa Blanca, Trump ha reeditado su vieja aspiración por Groenlandia, para la que necesita a Canadá como puente, y la ha ampliado al Canal de Panamá. Presenta así el axioma geopolítico con el que pretende garantizar la primacía de EEUU sobre China.

(Brandon BELL | Getty Images-AFP)

EEUU comprará Groenlandia y «recuperará la soberanía» sobre el Canal de Panamá. Y convertirá Canadá en el 51 estado de la Unión, en el año en que cumple 250 años.

No. No es ni un chiste ni el guion de una serie distópica. Son los propósitos verbalizados por Donald Trump tras su nominación como presidente de EEUU por el Congreso y diez días antes de su regreso a la Casa Blanca.

Su asesor y mecenas y el hombre más enriquecido del mundo, Elon Musk, lleva días completando la pinza. Comenzó mostrando su apoyo a la ultraderecha xenófoba de Alternativa por Alemania (AfD) y acaba de exigir la dimisión del primer ministro británico, el ¿laborista? Keir Starmer, a quien acusa de «complicidad por encubrir», cuando era jefe de fiscales, los casos de pederastia contra niñas por parte de bandas paquistaníes hace una quincena de años.

El mundo occidental, lo que incluye a la mitad de EEUU, la mayoría de la población de la Unión Europea y aliados históricos de Washington como Canadá y las potencias asiáticas subsidiarias, asiste entre estupefacto y ansioso a un inminente segundo mandato de un Trump que reedita viejas aspiraciones (Groenlandia) e incorpora nuevas exigencias expansionistas.

Para solaz, a corto plazo, de los rivales de Occidente, China y Rusia, pero para preocupación, a medio y largo plazo, porque son conscientes, sobre todo la primera, de que es el principal objetivo de EEUU, aunque por otros medios.

ASISTIMOS A LA VERBALIZACIÓN DEL NUEVO PARADIGMA GEOPOLÍTICO DE LOS EEUU DE TRUMP, que fue esbozado en su primer mandato (2016-2020) pero que fue en buena medida abortado por una conjunción de resistencias -el establishment republicano, la mayoría demócrata en la Cámara de Representan tes, los frenos del Pentágono, los contrapesos en fin del sistema estadounidense- y por la propia inexperiencia del magnate-showman neoyorkino.

Trump, quien ya mostró en 2019 su intención de adquirir Groenlandia, se ha rodeado de un grupo de asesores, desde multimillonarios como Musk hasta supremacistas «americanos» como su vicepresidente, David Vance, o el gobernador de Florida, Marc Rubio.

Y el objetivo por el que todos trabajarán, cada uno desde su ámbito y sus percepciones, será garantizar la primacía de EEUU a costa de debilitar, si es preciso, la posición tanto de sus rivales como de sus históricos aliados.

Ahí reside precisamente la diferencia del paradigma geopolítico trumpiano.

EEUU, como por otra parte toda primera potencia mundial, ha buscado, busca y buscará mantener su preeminencia. La cuestión es cómo.

Las sucesivas administraciones demócratas, incluida la saliente del presidente Biden, lo han hecho buscando fortalecer los lazos con los aliados históricos, europeos y asiáticos. Para ello no han dudado en ofrecerles contrapartidas paternalistas, aunque siempre interesadas, como la protección del inmenso paraguas militar estadounidense y las contrapartidas comerciales-económicas a cambio de su dependencia estratégica.

Y todo ello presentado como una alianza a favor de la «democracia», el «Estado de derecho», los valores de «libertad individual»...

Los neoconservadores, bajo la égida de la dinastía de los Bush, llevaron esta dinámica hacia un paroxismo perverso que les sirvió para justificar las invasiones de Afganistán e Irak, con lo que tensaron las costuras de su alianza histórica con potencias como Alemania y el Estado francés -las famosas mentiras en torno a las armas de destrucción masiva-.

Trump y los suyos no son «neocons», pero no son mejores que ellos. Y ya no disimulan con derechos humanos y esas «milongas».

Han llegado a la conclusión, quizás acertada, de que el mundo no es el que era en el siglo XX y de que ya es hora de centrarse en lo esencial para preservar la primacía de EEUU: promover su superioridad económica y estratégica en unos tiempos en los que China amenaza seriamente su supremacía y hay otras potencias emergentes que llaman a la puerta, como India, o viejas potencias que asoman con su restaurado potencial militar como Rusia.

PANAMÁ Y GROENLANDIA.

China es el objetivo estratégico de EEUU, ya desde la presidencia de Barack Obama y en el interregno de la era Trump que ha supuesto la del octogenario Joe Biden.

Pero, mientras estos han buscado profundizar en las alianzas con Japón, Corea del Sur, Australia y Taiwán para debilitar al gran rival de EEUU en el siglo XXI, Trump parece decidido a llevar la «guerra» a los escenarios que considera su patio trasero, como Latinoamérica y el Ártico.

Solo así se explican sus amenazas de tomar el control del Canal de Panamá, que pese a que su construcción fue iniciada por Colombia y el imperio francés, fue concluido en 1914 y controlado desde entonces por EEUU hasta su devolución en 1977 por el presidente Jimmy Carter, recientemente fallecido, y su control completo por parte de su país soberano en diciembre de 1999.

El ministro de Exteriores de Panamá, Javier Martínez Sacha, ha insistido en que la soberanía del canal «no es negociable» pero eso son palabras vacías para un magnate como Trump, que considera que el mundo es un inmenso Monopoly en el que solo juega él. Y, si no, no juega.

Y que ve cómo China gana crecientemente posiciones en Latinoamérica, Panamá incluida, en su lenta y blanda pero imparable estrategia de regreso al mundo.

Lo mismo ocurre con Groenlandia, un territorio de interés estratégico tanto por su magnitud -es la mayor isla del mundo- como por su ubicación, a medio camino entre los océanos Atlántico y Ártico.

Un Ártico con unas riquezas naturales incalculables y cuyas aguas y hielos se están derritiendo a pasos agigantados como consecuencia de la emergencia climática, con lo que puede convertirse, a cada vez más escaso plazo, en un eje de navegación crucial que puede voltear el mapa geoestratégico y económico mundial, para beneficio de una alianza entre Rusia, la más cercana geográficamente, y China, la que aportaría el capital.

Pekín lleva años auscultando las tensiones de los 55.000 habitantes inuits de Groenlandia con los históricos vikingos de Dinamarca -antes del reino de Noruega-Dinamarca-.

Y Trump retomó ya hace años una vieja idea. EEUU ya compró Alaska en 1867, fecha en la que el entonces presidente, Andrew Johnson, llegó a plantearse adquirir también Groenlandia. Y no fue la única vez, puesto que hace casi ocho décadas la Administración de Harry S. Truman hizo una oferta formal para quedarse con la isla a cambio de 100 millones de dólares en oro, tal como trascendiería bastantes años más tarde.

Resulta paradójico que sea ahora el Gobierno danés el que recuerde que Groenlandia será «lo que quieran los groenlandeses». A pesar de que el territorio, de dos millones de kilómetros cuadrados (casi cuatro veces el del Estado francés o el del Estado español) está subsidiado por Copenhague y dispone de una importante autonomía -y un derecho de autodeterminación nominal- muchos de sus habitantes denuncian reiteradamente la discriminación paternalista por parte del poder central. Como ocurre con las islas Feroe, igualmente en manos de Dinamarca.

DEBILIDAD EUROPEA

Llegamos así al nudo gordiano de la cuestión. Si Trump, y Musk, lanzan semejantes órdagos verbales es porque son conscientes de la debilidad de los liderazgos europeos. El eje franco-alemán de la UE está gripado. Alemania no arranca y el canciller Scholz apura sus últimos suspiros mostrando su sorpresa ante las ambiciones groenlandesas de Trump.

Macron, hundido en su propia trampa tras forzar un adelanto electoral que ha supuesto su muerte política y la probable defunción de la V República, puede denunciar la injerencia de Musk... Estas admoniciones les resbalan.

Trump y Musk se han sacudido el polvo de Justin Trudeau, dimisionario ministro liberal de Canadá, puente de EEUU a Groenlandia, y saborean ya trofeos de la ultraderechización del mundo, y de Europa, en Austria, ¿en Alemania?, ¿en Francia?.

Su objetivo es anular a la UE, sea cual sea, para negociar, imponer, sus condiciones draconianas -desregulación, presupuestos militares- a los pequeños países europeos.

Si hasta ahora les exigía un presupuesto del 3% del PIB para no desguazar la OTAN, ahora habla de un ¡5%!, mayor que el de los propios EEUU. Y si no, que se coman Ucrania,

Todo apunta a que puede ser tarde para que Europa asuma sus riendas sin el chantaje-tutelaje de EEUU, pero sin los cantos de sirena de Rusia y de China. Pero, más que cuestión de tiempo, estamos ante una falta de liderazgo(s). Y Trump, y Musk, lo saben.