
Manchester bien podía ser la antítesis de Donostia. No busquen aquí un «marco incomparable», una postal tipo La Concha (de hecho, no busquen una postal). Tampoco un mar bravo, a lo sumo unos canales poco transitables y muy descuidados. Menos aún pintxos, ni alcohol a precios asequibles. Los sintéticos partes meteorológicos engañan por igual, pero a la inversa: en Manchester pintan sol cuando luego solo sale diez minutos al día.
La ciudad es fea siempre, pero nunca anodina. Manchester junta a metros de distancia lo más ancestral y lo absolutamente innovador: un Motel Picadilly sacado de cuento de Dickens sobrevive de modo inverosímil a tres metros de un rascacielos de Deansgate, la catedral con su bar dentro (cosas veredes) se roza con el ultramoderno Museo del Fútbol…
Manchester es fea siempre, pero nunca anodina, con su simbiosis inexplicable de lo más antiguo y lo ultramoderno
Así es también este United actual: Brunos y Casemiros que suenan a prehistoria junto a Garnachos y Hojlunds muy veloces pero que a menudo no saben adónde van. Old Trafford es parte de esa simbiosis: el banquillo de ladrillo rojo, omnipresente en esta orgullosa primera ciudad industrial del mundo, se fusiona con la fachada acristalada que seguro le parecería un despilfarro a Matt Busby.
Las calles de barrios como Northern Quartern o Chinatown están casi desiertas durante el día. En Manchester se trabaja, queda claro, y luego se va al fútbol, tampoco hay mucho más que hacer. Que una ciudad del tamaño de Bilbo albergue dos equipos de la dimensión de United y City lo dice todo.
A Old Trafford y el Etihad se puede ir a pie desde el centro sin que cueste mucho más que llegar de Gros a Anoeta. Con todo, desde Shambles Square, la única plaza que podamos considerar un «alde zaharra» al uso, donde se ha reunido la hinchada de la Real seis horas antes del partido, se han dispuesto unidades de Metrolink gratis para que la afición se desplace a Old Trafford.
Los porteros de pub, los «steward» de Old Trafford, incluso los policías, no tienen reparo en hacer fotos o sumarse a las coreografías. Están más centrados en prevenir que en reprimir
Las facilidades para llegar al campo son evidentes, algo que marca una diferencia de entrada con lo que suele ocurrir en Euskal Herria. Tiene truco: los dispositivos de control y seguridad están mucho más avanzados, no se basan en amenazar y reprimir sino en acompañar y prevenir. En las entradas a los pubs hay abundante seguridad, una más explícita y otra más «secreta», para zanjar a tiempo cualquier conato de problemas.
Mientras no los haya, los porteros, o los «steward» de Old Trafford, o incluso los policías, no tienen reparo en bromear con Txurdin, hacer fotos a las cuadrillas que se lo pidan o hasta sumarse a las coreografías de la hinchada. Y así de paso van conociendo al personal, se intuye, para el caso de que las cosas se pongan feas. Hoy no es el caso.
Dentro de Old Trafford se sirven cervezas, hermosas de tamaño. Sí, con alcohol. También «hot dogs», hamburguesas, alitas de pollo… La única restricción es que cada persona pida en barra un máximo de dos birras. El precio no es diferente al de los pubs, unas cinco libras/seis euros por cerveza. Antes, en las calles, la imposibilidad de entrar a los bares con menores, aplicada a rajatabla, hace que muchas familias restrinjan el consumo obligadamente.
Todo esto hace que realmente el consumo de alcohol sea posible pero siempre en cotas inducidamente moderadas, tanto para los «away fans» como para los hinchas locales. La estrategia funciona. Poco que ver ya con los desbarres de los años 80 que desembocaron en las tragedias de Heysel y Hillsborough.
Estos hooligans de hoy se delatan solo por algunas provocaciones puntuales, casi infantiles. Desde la grada de detrás de la portería cercana al córner de los aficionados txuriurdines un joven del United se empeña en mostrar la bandera española, que deja claro que ha llevado solo para provocar. El gesto enturbiará algo el resto del partido, puesto que desde esta «grada Zabaleta» montada en Old Trafford se manda al United «a segunda», algo tan improbable como directamente absurdo, o se anima al Liverpool. Todo muy prescindible, pero casi inevitable cuando la eliminatoria está sellada con un 5-2.
Cuesta convencer al segurata de la entrada de que la ikurriña no es una bandera internacional (prohibidas) sino la propia. Y no, no es la española
Mejor contestar con la ikurriña en alto, como hacen otros pocos. En Manchester no parece un símbolo muy conocido. Un grupo de realzales mantiene una conversación de lo más surrealista a la entrada, donde se les intenta requisar la enseña vasca porque «no se pueden meter al campo banderas internacionales». Cuando se replica que no tiene nada de internacional, que es la propia, la del Basque Country, al segurata le cuesta horrores entender que no se porte la española, ni falta que hace.
Dentro del estadio quienes mandan son otros ibéricos, los portugueses: tres de Bruno, uno de Dalot y Amorim en el banquillo. A Fernandes lo adoran en Old Trafford, queda patente en los cánticos antes incluso del primer penalti, no digamos ya tras el hat trick. Es inevitable pensar que si el luso, un buen jugador pero lejos de top, se ha convertido en la estrella del equipo, este es un United muy menor respecto a los «Busby boys» o los «red devils» de Ferguson.
A «sir Alex» se le rinde pleitesía aún en cada partido. Pancartas en la grada que lleva su nombre recuerdan que estuvo 26 años en el banquillo, aseguran que al escocés «lo ama cada uno de nosotros», enumeran sus títulos nacionales y europeos…
A Imanol le quedan 19 años para ser Ferguson en la Real, pero el cariño lo tiene ganado casi por igual y sus gestos de despedida y agradecimiento se escudriñan con celo
Imanol lleva 7 años en sus dos fases, pero en los cánticos constantes de cariño hacia el de Orio se percibe que para muchos debería ser el Ferguson de la Real. A un mes de que tome la decisión de seguir o no, este 4-1 en Manchester es un contratiempo notorio. Por eso desde la grada se escudriñan con especial atención los gestos del mister cuando acude al córner a agradecer el apoyo de la afición.
Los jugadores permanecen allí varios minutos, dolidos y cansados a partes iguales, pero conscientes de que no han estado solos y agradecidos con su gente. Imanol saluda uno a uno a los futbolistas, se despide varias veces de la grada con la mano y luego se marcha al vestuario meditando. ¿Qué mejor lugar de reflexión que este césped de Old Trafford, que Manchester, que el epicentro del fútbol?

Juan Luis Agirre Letek askatasuna berreskuratu du, 28 urte preso izan eta gero

Graban el tremendo impacto de un rayo en las antenas de Zikuñaga de Hernani antes del amanecer

Maite Nosti, parlamentaria de Vox, deja el partido y provoca la disolución de la Agrupación

La dirección del Colegio Público de Gares comunica a las familias que abandona el PAI
