El cáncer, la muerte, los cuidados paliativos, los testamentos vitales, un viaje, un camino hacia ese lugar definitivo que en esta propuesta se materializa en el viaje de un padre y su hija hacia Santiago de Compostela, por ese camino católico tan cargado de circunstancias, anécdotas y convivencia.

Lo que destaca de esta propuesta es la textura dramatúrgica, el cruce de relatos, las actitudes ante la enfermedad, el destino, la trascendencia de unas vidas en las que necesitan confirmaciones, acomodaciones a las realidades y que a la hora de hacer el repaso se vislumbran equivocaciones, frustraciones, deseos perdidos en lo correcto, en la perpetuación de esfuerzos para irse fabricando un futuro, cunado nunca se cabe qué nos depara el camino a la vuelta de ese montecillo.

Se nota una necesidad de dentro del drama, buscar lagunas en las que verter la alegría, escudriñar la vitalidad de quienes resisten, sufren las consecuencias de los tratamientos médicos, van descubriendo sus debilidades, pero encaran el gran momento con entereza, mirando a su vida sin reproches y sin trasmitir demasiados miedos.

Este cruce de tonos, estéticas, confiere diversidad escénica dado que el hilo conductor es el viaje trasmitido con un recurso visual de grabaciones reales en pueblos y tramos del camino, con recreaciones en la escena casi duplicados. Los asuntos más aparentemente simples, anecdóticos van adquiriendo importancia, los personajes se van consolidando y nos espera incluso una sorpresa final. El equipo actoral cumple a la perfección en un espacio minimalista presidido por esa pantalla matriz.

La obra cumple una función terapéutica y divulgadora, emociona, informa, alecciona con mensajes positivos. La dirección en manos de la dramaturga opta por darle funcionalidad al conjunto de los elementos para lograr algo asequible, asimilable y que sirva a los objetivos principales.