Daniel   Galvalizi
Periodista

Canadá, el «hermano menor» de Estados Unidos que sufre la furia de Trump

El sistema político y la sociedad canadiense están convulsionadas desde que Donald Trump ha emprendido una insólita embestida comercial que ha impulsado un ascenso de la izquierda. Un país potente aunque poco conocido que ahora ruge para hacerse valer en un enfrentamiento con final abierto.

Comparecencia el pasado 4 de marzo del exprimir ministro Justin Trudeau para valorar los aranceles impuestos por la Administración Trump.
Comparecencia el pasado 4 de marzo del exprimir ministro Justin Trudeau para valorar los aranceles impuestos por la Administración Trump. (Adrian WYLD | EUROPA PRESS)

El exprimer ministro Pierre Trudeau, padre de Justin Trudeau, utilizó en 1969 durante un discurso ante la prensa norteamericana una analogía del elefante y el ratón que quedaría en los anales de las relaciones entre ambos países: «Mientras Estados Unidos no tiene que preocuparse mucho por el ratón, Canadá no importa cuán amigable sea, siempre se verá afectada por cada tic y gruñido».

La confederación canadiense es un país progresista y pujante que ha vivido a la sombra de su vecino imperial, con el cual comparte la frontera más larga del mundo (8.900 km).

Una monarquía parlamentaria con fuerte federalismo y, para muchos, ejemplo de plurinacionalidad entre sus dos almas: la anglosajona y la francófona, representada en Québec.

Es uno de esos casos de estados cuyo poder industrial y científico es mucho mayor del cual se suele tener noticia: con casi 50.000 euros por cada uno de sus 40,1 millones de habitantes, ocupa el puesto 19 en PIB per cápita a nivel mundial (el estado español es el 34).

Recibe en promedio un cuarto de millón de migrantes regulares cada año y es un gran receptor de refugiados (170.000 en 2023).

El jefe de Estado de todos ellos es el Rey de Inglaterra y con 10 millones de kilómetros cuadrados es el segundo país más grande.

Su metrópoli es Toronto pero su capital, Ottawa, estratégicamente ubicada en la frontera entre sus principales provincias: Ontario y Québec, que estuvo al borde de la independencia en 1995, en un referéndum en el que por muy poco ganó el quedarse.

Con un paro de 6,6%, Canadá tiene una envidiable fuerza exportadora: sus ventas al exterior son el 26% del PIB y es el décimo mayor comerciante global (sobre todo de hidrocarburos, aluminio y madera), y a quien más vende es, claro, a Estados Unidos, con quien comparte la frontera binacional más larga del mundo.

El altavoz cultural estadounidense, su poderío militar, su política imperialista y su producción cultural siempre han hecho sombra a su tranquilo vecino del norte, cuya población es nueve veces inferior.

Pero el espíritu de autonomía con respecto a su hasta ahora mayor aliado a veces asomaba: en 2002 por ejemplo Ottawa se opuso terminantemente a la invasión a Irak.

Pero esta vez es distinto. La ola de reivindicación patriota desatada por el inédito ataque desde Washington se siente entre la gente, los dirigentes y los medios, así como el temor al daño económico y, en algunos casos, a una intentona militar.

Las tarifas como excusa

La relación entre Trump y el expremier Trudeau nunca fue del todo buena. En el primer mandato del estadounidense tachó a su colega de «débil y deshonesto» en una reunión del G7 y exigió una renegociación del TLC que tienen sus países junto a México.

De hecho, en 2018 hubo una subida de aranceles decidida por la Casa Blanca al metal y el aluminio y Canadá respondió con reciprocidad, pero la crisis no escaló.

Ahora, al menos hasta el 2 de abril, sigue suspendida la primera ronda de subida de aranceles de Trump contra sus vecinos del norte y sur, aunque ya amagó dos veces con establecerlas.

Pero la subida generalizada a toda importación de acero y aluminio por 25% llevó a medidas retaliatorias del Gobierno canadiense. Ontario de hecho quiso poner aranceles a la electricidad que exporta a New York, algo que fue frenado tras una amenaza de Trump de llevar al 50% sus subidas.

«En la primera Presidencia Trump, Trudeau era un rockstar, muy popular y ahora es todo lo contrario, está desgastado políticamente y de salida. Trump no quiere saber nada con losers, por eso lo humilla a Zelenski. Así funciona su mente», opina en conversación con GARA un exembajador de un país sudamericano en Canadá, que pide no ser mencionado porque ahora tiene a cargo la diplomacia en un país asiático.

«Los ataques de Trump ahora aglutinan a la clase política canadiense, nadie quiere ser percibido como traidor. Por historia y por complementariedad social y por geografía, ambos países están ‘condenados’ a tener una buena relación. La vez pasada la relación demostró resiliencia y es muy temprano para asegurar que no hay vuelta atrás ahora», añade.

Con la popularidad por los suelos el año pasado, Trudeau renunció a una nueva reelección (llevaba una década de premier) e impulsó las primarias en en Liberal Party, que ganó el banquero Mark Carney.

Como ocurre en Gran Bretaña, el partido prefirió hacer el cambio de gabinete antes de convocar a las generales, por lo que Carney juró hace pocos días como jefe del ejecutivo.

Los liberales solían ser centroizquierda y con Trudeau habían girado al centro, aunque en el último mandato, al necesitar apoyo parlamentario del izquierdista NDP, tuvieron que aceptar una agenda más ecologista y social pero sin dominar la inflación. Eran seguros perdedores de las elecciones (que serán en otoño o antes) frente a la derecha, pero la embestida trumpista los ha catapultado en los sondeos.

Ruptura

«Vivimos debajo de la sombra de Estados Unidos, por influencia cultural y económica. Pero políticamente somos distintos, además que somos un sistema parlamentario. Canadá es un país rico, ordenado y seguro, con una política de multiculturalismo marcada en la que ninguna cultura o nacionalidad es considerada superior», explica a GARA el profesor de la Toronto University, Marcelo Vieta, nacido en Argentina pero emigrado de muy pequeño a Canadá.

Graduado en Sociología y especializado en economía y cooperativismo, señala que la relación con el vecino gigante es como de «hermano mayor, se ve a EEUU como el mayor, pero no como padre, en cierta forma parecido a como es entre Argentina y Uruguay».

Vieta aclara que algunas diferencias entre ambos son motivo de orgullo canadiense, «como la sanidad pública universal o el estado de bienestar estilo escandinavo».

«Lo de Trump ahora genera rabia, no shock porque sabíamos lo que podía venir aunque no que sabía llegaría a esto y tan pronto. Canadá dependió mucho de EEUU siempre, en defensa también, se pensaba que nos defenderían ellos y que no necesitábamos un gran ejército. Creo que lo más grave de todo es la ruptura de confianza, siempre fuimos un amigo leal de EEUU y ahora se está hablando de acercarnos más a la UE y el Reino Unido, pensar más en lo que conviene a Canadá y no tanto al TLC de Norteamérica», comenta.

Vieta asegura que hay decenas de miles de empleos en riesgo porque «la economía está muy enchufada a la de EEU y el ejemplo más claro es el sector automotriz, muchos coches cruzan hasta siete veces la frontera entre Windsor y Detroit antes de estar terminados».

Si Trump consumase su amenaza de subida generalizada de aranceles, se vería afectado también el petróleo, la madera, minerales y la industria alimentaria.

«Algunos creen que Canadá se dejó ser muy vulnerable y dependiente. Hubo una renegociación del TLC en el primer mandato de Trump pero en realidad lo que él quiere es destruir ese acuerdo. Lo triste es que Canadá no aprendió la lección y no buscó otros socios», responde Natalia Aguilar, una brasileña que hace dos décadas vive en Montreal, en donde es profesora en una escuela de negocios internacionales.

Para esta doctora en Administración, Trump «ha pillado a Canadá en un momento de reconfiguración política y con un gobierno que se endeudó mucho para ayudar a las empresas en la crisis de la pandemia, y ahora los tipos de interés están altos y hay un grave problema de vivienda. Trump aprovecha esto, como si fuera un juego de ajedrez, escogiendo un momento vulnerable de su socio».

Aguilar dice estar especialmente preocupada porque «también hay voces que están empezando a hablar de la opción militar de Trump contra Canadá y se preguntan cuál es su límite...puede estar interesado en muchísimos recursos naturales y minerales que EEUU no tiene. Es un escenario distópico pero todo esto hace pensar que si no aceptamos las cosas por las buenas, puede querer hacerlo por las malas».

Poco optimista, lamenta que el presidente ultra haya «incendiando los libros académicos» que ella enseña en universidades que «se basan en la cooperación y las ventajas del multilateralismo», y recalca que los aranceles pueden hacer que muchas empresas canadienses se muden al vecino del sur porque allí es el mercado más grande. «Geográficamente no estamos bien ubicados, Europa es lejos y caro, abrir nuevos mercados no es fácil», apunta.

«Yo tengo tres hijos aquí y tengo una mezcla de sentimientos...tristeza y preocupación. Ya no me siento segura y Trump no es solo él sino toda una nueva escuela. Estamos discutiendo el contrato social todo de nuevo», añade con pesar.

El huracán trumpista no se sabe si podrá o no con la fraternidad entre dos pueblos de histórica amistad e integración (se calcula que dos millones de connacionales viven en el país vecino y viceversa), pero lo que sí ha hecho es perjudicar a sus posibles aliados de derecha radical: el líder de los conservadores, Pierre Poilievre, había radicalizado su discurso, escorado a la derecha y cada vez más de sus simpatizantes pedían un Make Canada Great Again. Todo eso ha sido borrado de un plumazo.