Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / Redactor de actualidad

Poder institucional y declive electoral, el legado de Ortuzar

Doce años al frente del EBB dan para mucho. Ortuzar destaca el poder institucional amasado, aunque cada vez dependa más de un PSE engallado, pero los datos constatan también una notable caída del apoyo electoral en la segunda parte del mandato, en que el tándem con Urkullu ha saltado en pedazos.

A la izquierda, Andoni Ortuzar e Iñigo Urkullu tras ser elegido el primero presidente del PNV. A la derecha, ambos con Imanol Pradales, tras conocerse esa decisión.
A la izquierda, Andoni Ortuzar e Iñigo Urkullu tras ser elegido el primero presidente del PNV. A la derecha, ambos con Imanol Pradales, tras conocerse esa decisión. (Jon HERNÁEZ - Marisol RAMÍREZ | FOKU)

En su penúltima entrevista, publicada el domingo pasado en el Grupo Noticias, le preguntaban a Andoni Ortuzar cómo le gustaría que se recordara su etapa en el EBB, a lo que respondía que «hay datos objetivos para recordarla bien». Tras evocar los años en los que los jeltzales solo «nos quedamos con Bizkaia y una alcaldía de capital -Bilbo-», el político de Sanfuentes declaraba que todo este tiempo ha sido «una pelea constante por ir subiendo escalones», a consecuencia de la cual, resumía el titular, el PNV ha alcanzado «su etapa de mayor poder institucional».

Así ha sido, y sigue siendo en gran medida, pues gobierna en Lakua y en las diputaciones de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, y ostenta las alcaldías de Bilbo y de Donostia, además de estar con Geroa Bai en el Ejecutivo navarro y presidir de la mano de Unai Hualde el Parlamento de Iruñea.

Mirando al detalle, sin embargo, se observa que los cimientos del poder jelkide están asentados en una relación con el PSE donde el socio menor ha ido ganando peso en los últimos años. El desenlace del debate sobre la Ley de Educación -todavía en la pasada legislatura-, la pérdida de la Alcaldía de Gasteiz -una debacle en toda regla- y, sobre todo, el reparto de las carteras del Ejecutivo tras las elecciones autonómicas de 2024 -donde los de Eneko Andueza ampliaron su representación y mejoraron su relación de fuerzas- matizan en parte la lectura realizada por Ortuzar.

Además, ese vasto poder institucional no ha impedido, y tampoco puede ocultar, el preocupante desempeño electoral del PNV en los últimos años. En este sentido, hay que recordar que, cuando el hasta ahora presidente del EBB accedió al cargo, en enero de 2013 -antes había liderado el Bizkai Buru Batzar (BBB)-, su partido ya había recuperado el control de Lehendakaritza, perdida en 2009 a manos de PSE y PP gracias a la ilegalización de la marca electoral de la izquierda abertzale.

Las elecciones municipales y forales de 2011, ya con Bildu en liza, y las autonómicas de 2012, que descabalgaron a Patxi López en favor de Iñigo Urkullu, devolvieron la normalidad institucional arrasada por la Ley de Partidos. Además, cuatro años después PNV y PSE firmaron un pacto de sabor añejo, en primer término solo para Lakua pero que en un segundo bote acabó garantizando a ambos partidos el control de las principales instituciones de la CAV.

Los 434.000 votos de 2019 fueron el punto álgido del PNV de Ortuzar, pero el viento empezó a rolar

 

Entre 2016 y 2020, el PNV de Ortuzar vivió su punto álgido. Los 434.000 votos logrados en las elecciones forales de 2019, con el 39% de los votos y cerca de 180.000 por encima de EH Bildu, junto al acuerdo con el PSE, le dibujaban un escenario inmejorable. Pero en esto llegó la pandemia de coronavirus y el viento empezó a rolar.

Los comicios autonómicos, celebrados en julio de 2020 pese a que Urkullu mantuvo hasta el último momento y frente a toda lógica su deseo de mantenerlos en abril, se saldaron con una bajada de casi 20.000 votos respecto a los de 2016, y 85.000 en comparación con los forales del año anterior. Una caída que la dirección del PNV achacó a la menor participación -solo votó el 50% del censo- por el miedo al covid y a la excepcionalidad del momento, aunque en esa misma situación EH Bildu cosechó unos 25.000 votos más.

Como porcentualmente se mantuvo y además subió tres escaños, hasta 31, la lectura oficial de la dupla Ortuzar-Urkullu, bastante zarandeada por la gestión de la pandemia, fue muy positiva, pero algunos análisis empezaban a observar cierta fatiga de materiales en el engranaje del PNV.

RETROCESO Y RUPTURA

Y no erraban. El intenso ciclo electoral vivido entre 2023 y 2024 constató que la desafección que apenas se intuía en 2020 era cierta. En las forales de 2023 el PNV perdió más de 85.00 votos respecto a los obtenidos cuatro años antes, de 434.000 a 348.000, y en esa ocasión no había covid al que echarle la culpa.

Además, perdió con claridad en Gipuzkoa frente a EH Bildu, a quien solo sacó mil votos en Araba. Las elecciones municipales celebradas el mismo día no le fueron mejor, y el de Gasteiz solo fue el más llamativo de un listado de pésimos resultados.

Sin apenas tiempo para recobrarse, Pedro Sánchez convocó elecciones al Congreso y al Senado en julio, y la historia se repitió, e incluso fue a peor para los intereses jelkides. Aquellos comicios los ganó de calle el PSOE en Hego Euskal Herria, y en la CAV, la distancia entre PNV y EH Bildu se acható hasta el millar de votos, con la coalición quedando por delante en Gipuzkoa y Araba, donde los de Ortuzar cayeron hasta la cuarta plaza, por detrás incluso del PP.

Que el declive, innegable, era motivo de preocupación en el centenario partido lo muestra la decisión adoptada en otoño de ese año, que ha marcado traumáticamente la txanpa final del mandato de Ortuzar, y que quizá haya sellado su propio retiro: Iñigo Urkullu, que había expresado su disposición a repetir, no iba a ser el candidato del PNV en las elecciones autonómicas.

El portazo a Urkullu fue una sorpresa, un terremoto político y la quiebra de una relación de muchos años sobre la raíz de los jobuvis

 

Fue una sorpresa, un terremoto político y la quiebra de una relación que había ido fraguando durante muchos años. Ortuzar y Urkullu, Urkullu y Ortuzar, representaban a una generación de dirigentes, los jobuvis -jóvenes burukides vizcainos-, que se habían hecho con el control del partido tras la marcha de Xabier Arzalluz, primero con Josu Jon Imaz como persona interpuesta y, tras la espantada del ahora CEO de Repsol, con Urkullu al timón y Ortuzar en la sala de máquinas vizcaina.

Era tan estrecha la relación que la llegada de Ortuzar a la presidencia del EBB tras el salto de Urkullu al Ejecutivo fue asumida con total naturalidad por propios y extraños, y con esa naturalidad han representado ambos la tradicional bicefalia del PNV durante tres legislaturas. Hasta que el primero decidió que su compañero era más un pasivo que un activo en una contienda electoral que se presumía cerrada.

«El PNV fulmina a Urkullu», titulaba este periódico el 25 de noviembre de 2023. Poco después, Imanol Pradales fue designado candidato, y aunque empató a 27 escaños con EH Bildu, el hasta entonces casi desconocido diputado foral cumplió con su cometido de retener Lehendakaritza.

En el camino, eso sí, el PNV se dejó cuatro parlamentarios, abonó el ego de Eneko Andueza, agraciado por los restos en la noche electoral, y no fue capaz de disipar la sensación de creciente desafección.

Los comicios al Parlamento Europeo, donde EH Bildu culminó el sorpasso venciendo en la CAV y el PNV quedó tercero, con su candidata Oihane Agirregoitia amarrando su asiento en Bruselas gracias a Coalición Canaria, pusieron el cierre a un ciclo terrorífico para Sabin Etxea.

UN ÚLTIMO GIRO INESPERADO

En estas estaban cuando llegó la hora de renovar los órganos de dirección del partido, un trago que en su seno afrontaron con la duda de hasta dónde debía llegar la catarsis. Que el cambio debía ser profundo no lo cuestionaba nadie, pero con un relevo tan importante -y con tanta carga emocional- como el dado en Lakua, algunos abogaban por no tocar la presidencia del EBB. Otros pensaban lo contrario, salta a la vista.

A finales de noviembre se concretaron las nuevas ejecutivas territoriales, en las que el cambio sí que fue casi absoluto. Salvo Unai Hualde, que renovó el cargo en Nafarroa, nuevos rostros se hicieron con las riendas en Araba (Jone Berriozabal), Bizkaia (Iñigo Ansola), Gipuzkoa (María Eugenia Arrizabalaga) e Ipar Euskal Herria (Pantxoa Bimboire), en sustitución, respectivamente, de José Antonio Suso, Itxaso Atutxa, Joseba Egibar y Peio Etxeleku.

Suso ya había informado en junio de 2023 que no iba a seguir, pero el anuncio de Atutxa, el 9 de octubre de 2024, de que iba a hacerse a un lado fue una noticia de primer orden, por el peso específico de la organización vizcaina y porque ponía de manifiesto que lo del cambio iba en serio. Quedaba por ver hasta dónde llegaba. Egibar siguió sus pasos días después, pero eso se daba por descontado, la mirada a esas alturas estaba puesta en otro sitio.

Tampoco pasó desapercibido en aquellas fechas que Atutxa es la pareja de Aitor Esteban, cuyo nombre ya se barajaba como sustituto de Ortuzar si este optaba por no presentarse a la reelección.

«Alguien tenía que echarse un lado», reconoce Ortuzar. Parece que Esteban tenía claro que no iba a ser él

 

Lo que ocurre es que sí que optó. Lo anunció tarde, el 18 de enero, a través de las redes sociales, en las que eufemísticamente decía ponerse a disposición de la militancia jeltzale. Para entonces Estaban ya había declarado públicamente que para él sería «un honor» presidir el PNV. Así que muchos y muchas afiliadas le tomaron la palabra, hasta el punto de que quedó cerca de Ortuzar en la primera vuelta.

En esta tesitura, con el partido atónito y ante el riesgo que implicaba una confrontación entre ambos, el candidato a la reelección decidió apartarse. «Alguien tenía que echarse a un lado», declara Ortuzar en la entrevista. Y parece que Esteban tenía claro que él no iba a ser ese alguien.