
Es una fortaleza que se alza, desnuda, a pies de la vía rápida que une las ciudades de Raqqa y Kobane. A la altura del pequeño pueblo de Ain Issa, atrincherado tras un grueso muro de hormigón y sacos de arena, la silueta de un edificio militar de colores inciertos se destaca en el horizonte. A principios de diciembre todavía ondeaba la bandera rusa.
Desplegadas con motivo de la guerra de Siria, las fuerzas del Kremlin abandonaron el lugar poco después de la caída de Bashar al-Assad, el pasado 8 de diciembre. A pocos metros de la base ahora desierta, Abdelkrim Hamoud el-Ali, un comerciante de 49 años, narra que «vimos sus vehículos irse en fila india. Los seguimos durante unos minutos para saber adónde iban: la mayoría tomó la carretera que lleva a Alepo para llegar a Tartus, pero otros desaparecieron en la dirección opuesta con dirección a Qamishlo», explica.
Cuatro meses después de la caída del régimen y la huida de Al-Assad a Moscú, y contrariamente a todos los pronósticos, las tropas rusas siguen estacionadas en estas tres bases: una en la administración autónoma árabe-kurda y las otras dos en la costa mediterránea. Una situación paradójica que, sin embargo, obedece a una evidente lógica económica y estratégica.
INTERESES ESTRATÉGICOS
El nuevo poder sirio, encarnado por Ahmed al-Sharaa, apenas tuvo dudas sobre mantener sus relaciones con Moscú. En una entrevista al canal saudí Al-Arabiya días después de su llegada al poder, el antiguo líder de Hayat Tahrir el Sham (HTS) marcó la pauta, admitiendo que Siria y Rusia compartían «intereses estratégicos».
Una declaración sorprendente: Rusia, que se había comprometido de manera oficial a intervenir militarmente en Siria desde el 30 de septiembre de 2015 en apoyo al régimen derrocado, todavía bombardeaba la región de Idleb el pasado noviembre, controlada entonces por HTS.
«En realidad, Rusia estableció rápidamente el contacto con las nuevas autoridades a través de Bielorrusia», señala el investigador especializado en Siria Cédric Labrousse. «Este primer contacto fue un acto determinante. Porque Minsk, además de ser uno de los socios más fieles de una Rusia que fue aliada y respaldo del antiguo régimen sirio, ha dado su apoyo a la dinastía Al-Assad durante años. Durante décadas, los regímenes de (Aleksander) Lukashenko y Al-Assad no han dejado de acercarse. Política, ideológica o diplomáticamente».
Una dinámica de ruptura con los ejes regionales preexistentes que continúa. El 28 de enero de 2025, se cruza el umbral. Rusia envía una delegación a Damasco, encabezada por el viceministro de Exteriores, Mijail Bogdanov, y el enviado especial ruso en Siria, Alexander Lavrentyev. Una visita en forma de reconocimiento de facto del nuevo régimen, seguida de una llamada telefónica de Putin a Al-Sharaa el 12 de febrero, comunicación que se repitió poco después, en marzo.
El presidente ruso no lo oculta: desea fervientemente conservar sus dos bases militares en la costa occidental de Siria. Y no sin razón: si la de Hmeimim es esencial para las conexiones aéreas entre Rusia y sus contingentes desplegados en el Sahel, el puerto de Tartus es esencial para su flota marítima.
«Rusia perdería mucho, en primer lugar en términos de inversiones, que han sido masivas, pero sobre todo porque se vería obligada a reubicarse en otro lugar y las oportunidades de construcción portuaria en el Mediterráneo son escasas. Es de suponer que los rusos se replieguen a Libia, junto a su apoyo, el mariscal Haftar», susurra una persona cercana a los círculos diplomáticos en Oriente Próximo.
«En realidad, esto va mucho más allá. Rusia incluso querría invertir, en cooperación con este nuevo régimen, en nuevas instalaciones, especialmente de fosfato en el centro de Siria», indica Labrousse.
Ante esta mano tendida rusa, Damasco pretende, no obstante, poner algunas condiciones, como la de «el progresivo restablecimiento de la confianza con el pueblo sirio a través de medidas concretas en forma de compensación, reconstrucción y rehabilitación». Entre los otros puntos a debatir, la cuestión de los miles de millones de dólares de deuda siria con Rusia, la repatriación de fondos sirios supuestamente depositados en Moscú y, sobre todo, el futuro de Bashar al-Assad.
Fuentes citadas por el canal saudí Al-Arabiya indicaron que Al-Sharaa había exigido a Moscú la extradición del dictador sirio para ser juzgado por los crímenes cometidos. Si bien no se ha hecho ninguna comunicación oficial al respecto, tal petición parece totalmente irrealizable, y Al-Sharaa, asfixiado por las sanciones que pesan sobre el país, no parece estar en una posición de fuerza.
Y esta solicitud no parece haber ralentizado el proceso en curso: en un mensaje dirigido por Putin a Al-Sharaa con fecha del 20 de marzo, el presidente ruso subrayó su voluntad de «reforzar sus relaciones históricas y amistosas con Damasco, desarrollando la cooperación bilateral en todos los asuntos en curso».
DEPENDENCIA SIRIA
En el contexto actual, el Kremlin parece tener ases bajo la manga. El propio Al-Sharaa lo ha confesado: la mayor parte del arsenal militar sirio es de origen ruso, y son expertos rusos los que controlan las centrales eléctricas del país.
«Si bien EEUU y la UE han levantado de manera parcial las sanciones, principalmente en el ámbito de la energía y los recursos, el resto de las impuestas durante más de una década aún pesan sobre la economía siria, que ya estaba arruinada incluso antes de 2011. Paradójicamente, Siria tiene un medio de presión para exigir el levantamiento de las sanciones sobre el país, o incluso para iniciar una verdadera asociación económica con Occidente: pactar, ciertamente de manera pragmática e hipócrita, con los rusos», estima Labrousse.
Sobre todo porque el siempre imprevisible presidente estadounidense, Donald Trump, no parece haber hecho de Siria una prioridad. Thomas Pierret, científico francés experto en Siria, explica: «Lo que llama la atención es la rapidez con la que Putin y al-Sharaa han identificado los desafíos. Los rusos buscaban un modus vivendi para mantener sus bases, mientras que el nuevo presidente sirio, en su búsqueda de legitimidad internacional, se dirigía a Moscú, anticipándose a un posible cambio de rumbo de EEUU».
«Al-Sharaa ha analizado bien la hostilidad de Benjamin Netanyahu hacia él, y sabe que la lectura regional de Trump está influenciada por la del primer ministro israelí. Y aunque los europeos no están alineados con las posiciones estadounidenses, sí que les prestan mucha atención. Por eliminación, esto le da a Rusia un papel bastante importante. Y para el hombre fuerte de Siria es bastante interesante tener entre los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU a un actor protagonista», añade.
EL GRAN JUEGO DIPLOMÁTICO
Por tanto, el resentimiento sirio por los masivos y mortíferos bombardeos rusos durante la guerra, así como la inquina personal de Al-Sharaa, marginado de las grandes conferencias y mesas redondas de Astana y Sochi, no parecen resistir la prueba de la realpolitik.
«En el bando de la oposición siria, los rusos nunca han generado tanto odio como la República Islámica de Irán, que además trajo a su país la idea de una ‘chiización’ de Siria. Ha percibido a Irán como una fuerza que busca transformar la identidad del país, lo que nunca ha sido el caso con Rusia. Esto permite a Al-Sharaa avanzar con cautela sin demasiadas protestas en la sociedad siria», continúa Pierret.
Además, la presencia rusa en Siria parece ser del agrado de varios de los actores regionales, como confirma una fuente diplomática: «Los israelíes, que desempeñan un papel importante en el reparto de las cartas del juego en Oriente Próximo, consideran que Rusia es un contrapeso importante a la influencia turca. Paradójicamente, y por las mismas razones, también es el caso de la UE, aunque a diferencia de los israelíes, sus representantes desean una Siria unida y fuerte en lugar de una Siria débil y fragmentada».
Entonces, ¿cabe esperar un importante aumento de la colaboración entre Putin y su antiguo enemigo, a quien hace poco calificaba de terrorista? Todo parece apuntar en esa dirección, aunque las líneas de fuerza son obviamente reversibles. Una ecuación en la que el levantamiento o no de las sanciones occidentales aún vigentes sobre Siria jugará un papel importante.

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