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Acatar o no, la amenaza de una oposición eufórica

La oposición venezolana calentó la campaña con insinuaciones de fraude. Ahora, sus bases no tienen claro qué hacer en caso de que el 7 de octubre se repita una derrota frente a Chávez. En medio de la euforia, abogan por salir a la calle y no reconocer los resultados en caso de no obtener un triunfo.

El candidato de la oposición, Henrique Capriles, en el cierre de campaña en Caracas. (Leo RAMIREZ/AFP PHOTO)

Si gana Henrique Capriles, esperemos que el presidente Hugo Chávez reconozca la victoria. Si se impone este último... eh... se van a poner las cosas feas». Carolina Castro, psicoterapeuta de 40 años, expresa, durante el gran mitin opositor celebrado el domingo en Caracas, la paradoja en la que se mueve el debate de las bases caprilistas cuando se plantea qué harán cuando se cierren las urnas. Por una parte, la derecha, representada por la Mesa de la Unidad Democrátia, ha puesto en marcha una campaña para cuestionar los resultados de los comicios, sembrando dudas sobre el Consejo Nacional Electoral, a quien acusan de estar al servicio del oficialismo. Por la otra, la euforia que se respira en su seno les ha llevado a convencerse tanto de su victoria que resulta difícil pensar que algunos acepten cualquier otro resultado que no sea ese. Así que, al mismo tiempo que Capriles instaba a Chávez a «acatar» el mandato de las urnas a través de su cuenta de Twitter, muchos de sus fieles defendían abiertamente la opción de salir a la calle antes del recuento final y comenzar las protestas en caso de no contar con el respaldo mayoritario. Todo ello, reiterando que es el Gobierno quien trata de sabotear los comicios. Claro que no todos defienden estas posiciones. Aunque nadie duda de que en zonas pudientes como la de Altamira, en Chacao (este de Caracas) los opositores tomarán las calles sí o sí. Bien sea para celebrar una victoria que llevan casi tres lustros añorando o para resistirse a una nueva derrota, azuzando el fantasma del fraude electoral.

«Andan algunos acariciando la idea de cantar fraude y desconocer los resultados», advertía el domingo Hugo Chávez durante un mitin celebrado en el estado de Zulia. Otros dirigentes bolivarianos, como Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional, también han lanzado avisos en el mismo sentido. No andan desencaminados. Las declaraciones de algunos activistas de base de la oposición confirman estas sospechas. «Depende del margen de diferencia. Eso será lo que marque si la gente sale a la calle», indica Rocky Pardón, de 48 años. Una distancia amplia de varios puntos restaría argumentos a quienes ya tienen decidido dudar de la transparencia después de que los votos hayan sido depositados. Si las cifras se ajustan, se prevén tensiones. Aunque también los hay que piensan que, en caso de derrota, no habrá otro camino que tomar las calles. Sea cual sea el margen. Entre ellos, Mariana Pardo, de 33 años, que añade en las inmediaciones de la avenida Simón Bolívar: «pase lo que pase saldremos. Estamos cansados y si es necesario, arriesgaremos nuestra vida».

«La victoria de Capriles está dictada»

«La victoria de Capriles ya está dictada. Lo anuncian en toda la prensa internacional salvo en Cuba», asegura Jorge Sañida, parado de 58 años que mantiene que el Gobierno es la razón de su desempleo. Luego reconoce que la razón de encontrarse cerradas las puertas de los empleos tiene que ver más con la edad que con sus posiciones políticas. La opinión de este hombre recio, enfundado en todo tipo de merchandising caprilista, evidencia el recorrido de ida y vuelta que realiza la sombra de la sospecha lanzada por la oposición. Desde ciertas trincheras de Caracas se pone en tela de juicio los comicios. Determinados medios internacionales lo replican. Y este mensaje vuelve, reforzado por argumento de autoridad, a las calles venezolanas. De nada sirve que solo una de las encuestas elaboradas en los último tiempos augure la victoria de Capriles. Sus fieles se aferran al concepto del «voto oculto» para descartar cualquier versión que no avale su triunfo. En base a esta lógica, todo indeciso se convierte en seguidor «de facto» de la candidatura opositora, multiplicando expectativas en base al cuento de la lechera.

Cantar fraude no es una novedad

En realidad, lo de cantar fraude no es una novedad. De hecho, constituye casi una costumbre entre los antichavistas. Llevan una década repitiéndolo en cada cita con las urnas. «Siempre hay fraude, hay mucha gente que piensa eso», afirma Rodolfo León, un médico del este de Caracas que insiste en que dejó de apoyar a Chávez hace apenas dos años. Claro, que para entonces, sus ahora compañeros ya cantaban «pucherazo». Para él, el principal beneficio de un triunfo de Capriles sería generar «tranquilidad a las clases medias y altas». «Nosotros somos los que generamos empleo», insiste. Aunque el candidato unificado de la oposición ha logrado seducir a ciertos sectores populares, descontentos tras 14 años de Gobierno, resulta difícil negar que la adhesión a la Mesa de la Unidad Democrática no tiene nada que ver con el estrato social.

De nada sirve que el expresidente de EEUU, Jimy Carter, avalase el sistema electoral venezolano, describiéndolo como uno de los más eficaces del mundo. Al margen de las habituales acusaciones de «pucherazo», los opositores restan legitimidad al voto de determinados grupos. Por ejemplo, el de los empleados públicos. «La gente que trabaja para el Gobierno siempre les votará», insiste Mariana Prado, de 33 años. Para el votante ideológico de Capriles, la estatalización es sinónimo de clientelismo. Por eso, reniegan del peso electoral de quienes trabajan para empresas propiedad de la administración.

Los resultados de las legislativas de 2010, en el que los opositores se impusieron ligeramente en número de votos, es también uno de los argumentos de peso para los seguidores de Capriles. También las exhibiciones de fuerza como la multitudinaria marcha del domingo en Caracas. «Toda esta gente es real, esta es la verdadera encuesta electoral», llegaba a afirmar durante la exhibición de fuerza Richard Jaramillo, de 29 años, un dirigente juvenil de la organización «Democracia siglo XXI».

Estos antecendentes, que han insuflado a los opositores la esperanza de hacerse con la victoria, han echado leña al fuego del no reconocimiento del resultado de las urnas. La euforia es ahora una aliada para la sospecha en caso de que el resultado se adverso. Tampoco se puede olvidar que los antichavistas son los mismos opositores que en 2002 pergeñaron un golpe de Estado que mantuvo al presidente alejado del poder durante cerca de 40 horas. El propio Capriles Radonski estuvo implicado en el asalto a la embajada de Cuba que tuvo lugar el 12 de abril de hace una década y pasó algún tiempo encarcelado. Un hecho del que no reniega. Aunque, para los seguidores de «el flaco», que es como apodan al candidato de la derecha, aquello no fue un golpe de Estado. Para demostrarlo, incluso llegan a sacar pecho sobre aquellos sucesos y se fijan en la marcha que precedió a la asonada para establecer comparativas con la manifestación del domingo. «Aquella fue la mayor demostración de la historia de Venezuela; hoy la vamos a superar», vaticinaba el domingo Jorge Sañida antes de llegar a la avenida Simón Bolívar.

Jugársela a una carta

No se puede obviar que, a la tradición de sembrar dudas sobre los procesos electorales en los que ellos no han resultado vencedores se le une el particular estado de ánimo dentro de las filas de Capriles. Los opositores, lastrados por décadas de enfrentamientos internos y cuyas familias mantienen delicados equilibrios en torno al actual candidato, se han jugado todo a una carta. Así que no se muestran dispuestos a asumir una derrota que les sitúe en la perspectiva de otros seis años de gobierno bolivariano.

También es cierto que no todo el mundo se declara abiertamente golpista. Hay seguidores de la Mesa de la Unidad Democrática que, al menos en público, afirman con resignación que acatarían una victoria de Chávez que significaría seis años más con el presidente bolivariano en Miraflores. «Esta es la democracia, si gana pues habrá que respetarlo», asegura el estudiante Gary González, de 23 años. Junto a él, varios compañeros de facultad asienten. El discurso más beligerante se encuentra entre quienes llevan casi tres lustros sin aceptar el Gobierno venezolano. Paradójicamente, esos mismos que llaman a tomar las calles antes del cierre de urnas son los mismos que difunden la sospecha hacia el bando contrario. «Son los chavistas y sus motorizados los que amenazan. Saldrán para intimidar antes del cierre de colegios», argumenta León. Minutos antes reconocía que los barrios del este serán un hervidero antes de que el consejo electoral anuncie el resultado.

En unas elecciones decisivas y polarizadas, nadie puede aventurar qué ocurrirá en la tarde del domingo, aunque las dudas sobre la transparencia sembradas desde la oposición han incrementado las tensiones. Se han escuchado llamamientos hacia las Fuerzas Armadas, con un importante peso en la historia del país e incluso el propio presidente del CNE, Vicente Díaz, advertía sobre los riesgos de no reconocer los resultados en una entrevista concedida al derechista «El Universal». Llegados a este punto, la última palabra la tendrá el candidato, que será quien lance a sus fieles a la calle o asuma la derrota, en caso de que se confirmen las previsiones. Aunque también es cierto que, tras meses machacando con la sombra del fraude, la derecha venezolana tendrá difícil amarrar en casa a aquellos a quienes ha convencido de que, sí o sí, ha llegado su momento.