Barcina ya no «se disfraza entre los batasunos», se esconde ante ellos
El Gobierno no cambia en Nafarroa tras la moción de este jueves, pero las cosas sí están cambiando, mucho y rápido. Para reflejarlo vale una anécdota.
Hace justo cuatro años –casualmente una legislatura–, un domingo de mayo de 2009, Yolanda Barcina era la protagonista de la contraportada del diario de información general más leído en el Estado. Desde allí lanzaba un mensaje que reflejaba su personalidad y su momento: «Me lo paso de miedo disfrazada entre los ‘batasunos’». Acababa de ascender a líder de UPN, dominaba Iruñea a su antojo y tenía el camino despejado para convertirse en máxima mandataria de Nafarroa. Desde las alturas se veía tan gigante que no percibía sus pies de barro, que se empezaban a sumir en las arenas movedizas de la crisis y estaban ya enfangados en el lodazal de la CAN, ese que seguramente nunca pensó que saldría a la superficie.
«La última vez fuimos de rastafaris, a lo Bob Marley. Estuvimos bajo sus pancartas que nos llamaban asesinos, pero más que pasar miedo, me lo pasé de miedo», narraba Barcina, triunfante. Aquella contraportada, aquella historia sanferminera tan inverosímil, sonaba a apoteosis de una trayectoria, a K.O. final contra el enemigo, a domuit vascones en pleno siglo XXI.
Cuatro años después, los abertzales han dado la cara, sin pelucas ni camuflajes, con un paso que nadie antes dio: la moción de censura. Su mejor resumen, más allá del resultado, es que aquella hiperactiva y locuaz Barcina ayer ni siquiera abrió la boca. Su partido sabía bien que eso solo hubiera empeorado las cosas. Es un fantasma que solo sobrevive políticamente gracias a una serie de carambolas: su victoria pírrica en el Congreso del partido, el pavor del PSN a unas elecciones, el aforamiento que le ha librado de desfilar ya como imputada ante la Audiencia. Solo le queda taparse, callar y esperar, no se sabe muy bien a qué, porque todo hace indicar que hoy está mejor que ayer pero peor que mañana.
No es un hecho aislado. En estos cuatro años, o más bien en los dos últimos, se han caído muchas más caretas que la de Barcina. Resultó que la California foral era un mito, que el omnipresente hormigón estaba hueco, que Osasunbidea y la educación se podían desmontar, que la CAN dejó de existir porque la vaciaron por dentro, que las empresas cierran como en todos los sitios o más rápido, que las victorias deportivas eran puro humo, que UPN no era un partido monolítico, ni siquiera bien avenido...
Esta moción ha clarificado todo aún más. En el caso del PSN, no había margen de sorpresa: su galería de disfraces se agotó hace mucho. El mayor riesgo de la iniciativa era que UPN lograra un efecto bumerán explotando el victimismo y Barcina saliera relanzada, pero a la vista ha quedado que no le da ni para eso. Hay que mirar cuatro años atrás para percibir el cambio iniciado... y dos adelante para completarlo.