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Y sin bombas, Rubalcaba perdió en los votos

La excesiva propaganda oficial que acompaña a los ministros de Interior españoles crea auténticas leyendas que luego cuesta años deshacer.

Ramón Sola.

Así, hasta hace poco no se ha reconocido a Jaime Mayor Oreja como un político de ideas erráticas y hasta lunáticas, además de bastante vago. Antes también fueron precisos unos cuantos años para que España aceptara quién era y qué había hecho realmente José Barrionuevo. Por no hablar del actual, ¿alguien duda de que dentro de un tiempo Jorge Fernández Díaz será recordado como un fanático religioso que condecoraba a la Virgen mientras pisoteaba los derechos humanos con los inmigrantes en la valla de Melilla o con los vascos en cárceles de la otra punta de la Península?

El mito que se empieza a derrumbar ahora es el de Alfredo Pérez Rubalcaba. Hoy muchos parecen descubrir que quizás no era tan astuto como se pintaba. Pocos han sido tan jaleados como él. O ninguno. Si se hablaba de zoología, Rubalcaba era un zorro. Si de historia, un Rasputín. Si de política, un hombre de Estado total. Si de ciencia, el químico que convertía el juego político en auténtica alquimia. Y si se hablaba de Euskal Herria, Rubalcaba, quién si no, era el máximo responsable de la «victoria» del Estado contra la insurgencia vasca. ¿Acaso no había instado él a la izquierda abertzale, durante años, a «elegir entre votos y bombas»? ¿Y acaso no se fumó un puro con los periodistas en un viaje a Senegal para celebrar una importante redada contra ETA?

La izquierda abertzale decidió: votos. En octubre de 2011, en el Kursaal, Rubalcaba afirmó: «Les hemos quitado las bombas, vamos a quitarles ahora los votos». La primera parte de la frase es y seguirá siendo discutible. La segunda, no; son datos. EH Bildu sumó el domingo 220.200 sufragios en los cuatro herrialdes. El PSOE se queda en 135.634. Salta a la vista que Rubalcaba no le ha quitado los votos al independentismo. Si acaso, a su propio partido. Pero esa ya es otra historia.