Mucho trabajo en Euskal Herria
La victoria del No a la independencia entre la ciudadanía escocesa evidencia lo difícil que resulta superar la resistencia humana al cambio, un elemento a tener en cuenta además de los condicionantes políticos y económicos. Si difícil es en condiciones de larga trayectoria democrática y con un sujeto nacional definido, el independentismo vasco tiene todavía un largo camino que recorrer.
Las reacciones de los partidos e instituciones vascas fueron más o menos las esperables tras la victoria del No en Escocia, aunque llama la atención que en líneas generales el unionismo no cuestione el ejercicio del derecho de autodeterminación en un estado de la Unión Europea y en un contexto no colonial, y que se limite a congratularse de que escoceses y escocesas hayan optado por mantenerse en el «Reino Reunido», juego de palabras que «The Independent» llevó a titular.
Como cabía esperar, las fuerzas abertzales e independentistas optaron por destacar que Escocia y el Gobierno británico han dado una lección de democracia y que por encima del resultado está la evidencia de que el ejercicio del derecho a decidir es factible, lo que abre camino a otras naciones sin Estado. Sin embargo, en el tono de las declaraciones había sus diferencias. Cabría decir que el PNV suspiró aliviado con la elección del No, por cuanto le libera de presión, mientras que es evidente que fuerzas independentistas como EH Bildu, ELA, LAB y la propia Independentistak hablaban de la victoria de la democracia con cierta resignación, puesto que el triunfo del Sí habría producido una efervescencia anímica en Euskal Herria, al tiempo que la Unión Europea se vería obligada a buscar fórmulas para una situación imprevista en su seno hasta la fecha.
En todo caso, el ejemplo escocés muestra las dificultades a las que debe enfrentarse cualquier opción independentista y el mucho trabajo que queda por hacer en Euskal Herria. La nota de ELA llamaba la atención sobre el «asedio a la población afectada» a la que había sometido el poder político británico, las grandes empresas, la banca y los poderosos medios de comunicación, con su estrategia del miedo. Si esa propaganda ha influido en una Escocia, que no tiene problemas de reconocimiento nacional, con un territorio definido y con una democracia históricamente asentada, ni qué decir del camino que nos queda por delante en Euskal Herria, donde tenemos el territorio fragmentado en tres ámbitos institucionales y en dos estados, el sujeto nacional está por oficializar, las estrategias de las fuerzas abertzales no son unitarias, y el movimiento social, como «Gure Esku Dago», es capaz de generar una enorme movilización, como se vio con la cadena humana del 8 de junio, pero no logra todavía desbordar a los partidos y marcar una ruta.
Los vascos no sabemos todavía lo que queremos. A título declarativo, tanto el PNV como el frente amplio de EH Bildu hablan de tomar ejemplo, pero los jeltzales no quieren un referéndum como el escocés y el independentismo carece aún de un proyecto común definido. El usuario de Twitter @ttoito apuntaba el jueves con ingenio que el PNV apostaba por el «Yez». Y lo cierto es que su proyecto no es realizar un consulta independentista, sino someter a referéndum un nuevo estatuto de autonomía.
Lo decía ayer desde Edimburgo el presidente del EBB, Andoni Ortuzar, en declaraciones a Radio Euskadi. Lo importante para los jeltzales es «qué votar», si adoptar «un modelo como el pactado entre Salmond y Cameron de sí o no, o votar sobre la base de un acuerdo madurado de nuevo estatus político como sucedió en el Estatuto de Gernika». Y está claro que el PNV va a por esta segunda opción y ni siquiera tiene prisa para ello. El modelo y los tiempos están perfectamente definidos en los trabajos de la Ponencia de Autogobierno del Parlamento de Gasteiz. La pretensión actual es una reforma estatutaria, más o menos profunda, y el deseo de que pueda tener un componente de bilateralidad y pacto como el definido para el Concierto Económico. Da la impresión de que tanto Lakua como Sabin Etxea están esperando a los cambios que puedan darse internamente en las próximas elecciones municipales y forales de mayo de 2015, y en el Congreso español en noviembre del año que viene.
Entre tanto la apuesta independentista de EH Bildu es mucho más nítida. Maribi Ugarteburu y Pello Urizar destacaban ayer, también desde Edimburgo, que «se ha demostrado que en Europa y en el siglo XXI los pueblos pueden decidir y la independencia es una opción real», lo que tendrá también efectos en Euskal Herria. Aseguraban que «los que trabajamos por la consecución democrática de nuestros objetivos hemos comprobado que es posible lograrlo. Queremos mostrar el compromiso absoluto de EH Bildu para articular mayorías sociales y políticas y alcanzar acuerdos de país, para que los vascos y vascas seamos también dueños de nuestro futuro».
Sucede que esto es más fácil decirlo que llevarlo a la práctica, y más aún a las puertas de un ciclo electoral. Sin embargo, nada es imposible. Como reflejaba la red Independentistak, la apuesta de los escoceses por la independencia ha crecido de forma extraordinaria y esos 1.617.000 votos son cifras que no podían «imaginar ni en sueños» hace pocos años.
Pero una explosión similar en Euskal Herria no se va a producir sin un trabajo profundo de base, que deberá atender a criterios socioeconómicos, además de a los identitarios, que habrá de definir y acordar los pasos intermedios en cuanto a nuevos estatus en cada uno de los tres ámbitos administrativos y establecer con claridad el sujeto político. Y luego dotarse de legitimidad, si no puede hacerlo de legalidad. Claro está que también esto es mucho más fácil escribirlo en la página de un periódico que acertar a llevarlo a la práctica.