Transportes Mirentxin
Área de servicio de Lopidana, Gasteiz. Viernes, 20:30. Sale la primera furgoneta de la noche, con la prisión de Huelva como destino, guiada por dos chóferes voluntarios y con siete familiares de presos vascos en su interior. Y así todos los viernes desde hace quince años. Son las furgonetas Mirentxin, una red solidaria con muchas historias. Tantas como kilómetros.
Esta podría ser la crónica de una noche. Pero, avisamos, no es del todo real, porque nuestro viaje se circunscribió a una hora escasa de carretera y varias de espera en la estación de servicio de la localidad alavesa de Lopidana, interrumpidas por la llegada y salida de las distintas furgonetas guiadas por chóferes de la red solidaria Mirentxin. En total, por allí y aquel viernes, el segundo del mes, partieron ocho furgonetas con destino a remotas cárceles del Estado español: situadas entre algo más de 500 km la más cercana (Herrera de la Mancha) y 900 km la más alejada (Huelva). Son, de todas formas, una ínfima parte de todos los amigos y familiares que se echan a la carretera los fines de semana para visitar a los presos políticos vascos, dispersados a lo largo y ancho de las geografías española y francesa. Fácil no se lo ponen: sus allegados tienen larguísimos viajes por delante, con visitas en las que hay que hacer encaje de bolillos para encajar horarios, y todo a cuenta de su bolsillo y su integridad física. Sin embargo, la solidaridad ayuda y mucho, como la que ejerce de forma activa Mirentxin, una red altruista y popular en la que sus conductores sufragan, mantienen y conducen las furgonetas sin las que muchos no podrían visitar a sus hijos, parejas, padres, hermanos, amigos, primos, cuñados... Porque las consecuencias de la dispersión las sufren precisamente ellos.
Han pasado quince años desde que naciera el grupo Mirentxin, bautizado así en recuerdo a aquella mungiarra de mismo nombre a la que Aitor Elorza, uno de sus fundadores, acompañaba hasta la cárcel de Algeciras, donde estaba preso su marido Manu Lejarretaetxebarria. Mirentxin murió de cáncer mientras Manu estaba en prisión; él ya está libre. Aitor y los conductores de Mirentxin han conseguido en quince años algo que, sobre el papel, sorprende, a la vista de la funcionalidad de la red que se ha creado, sin estructura y de forma tan voluntarista. Con un porcentaje casi ínfimo de accidentes en su haber –heridos leves a lo sumo–, se puede decir que Mirentxin es una línea de transportes que roza la perfección. De vez en cuando se pierden, se quedan sin gasolina, los viajeros se confunden de furgoneta, pero eso ¿a quién no le ha pasado? Siempre llegan a su destino.
20:30. Salida a Huelva. Circunvalación de Gasteiz, dirección a Burgos. No hay señales visibles; o sea, que paramos junto a la gasolinera y en el bar nos cercioramos. ¿Esto es Lopidana? No es que el lugar sea el más bonito del mundo; una estación de servicio en el mapa. La furgoneta que va a la prisión de Almería (unos 900 km desde aquí) acaba de salir. Viaja todos los fines de semana a El Acebuche. Empiezan a llegar los primeros ocupantes de la que se dirige a Huelva; desde Iruñea, en coche por supuesto, se acercan los padres de Patxi Ruiz y la compañera de Juankar Balerdi. Patxi Ruiz padre, enganchado a su máquina portátil de oxígeno («tengo que llevarla de 22 a 24 horas», explica), le pone humor a lo que les espera. Utilizan desde hace dos años la furgoneta, porque «es el único medio en el que puede bajar», dice su mujer. Patxi lo confirma y apunta que «me quito una noche de encima. Además, ando cincuenta pasos y me tengo que parar. En avión ya no puedo viajar, pero, en la furgoneta, voy de puerta a puerta».
Y, a continuación, desgrana las otras opciones para llegar a la prisión, en lo que se nos antoja una ginkana carcelaria: si no viajas en vehículo propio, la otra posibilidad que tienes es la de encadenar una serie de autobuses y taxis que exigen tener buena forma física, mucho tiempo (noche en vela en autobús o dos de hotel) y dinero. Todo para un vis mensual de hora y media y, si hay suerte, que no la suele haber, un locutorio con cristal en medio de máximo 45 minutos. ¿Pero diez horas de furgoneta no son muchas? «Se me pone el culo maceta y ya está», suelta Patxi. «Yo sí lo voy notando –tercia Zutoia, compañera de Balerdi–, No sé si es la edad o los años de dispersión, porque Juankar lleva en prisión casi 26 años. Yo antes iba dos veces al mes y ahora uno, pero antes cuando volvía era capaz de irme al Nafarroa Oinez. Ahora, no». Son muchos años de carretera y cárcel, con accidentes graves de por medio. «Cuando Juankar estaba en Almería, entre los familiares empezamos a organizar nuestra furgoneta, pero hubo un accidente muy gordo, aunque sin lesionados. Ponerte a conducir un viernes si has trabajado toda la semana es cansado... y eso que intentábamos ir por la tarde para llegar a buena hora y dormíamos allí, pero ni así».
Les esperan dos conductores, dos pasaitarras en esta ocasión, de San Pedro por más señas. Se relevarán al volante toda la noche, sin dormir, para llegar por la mañana a la cárcel. Mientras que se hacen las visitas, descansarán algunas horas en un hotel. Luego, de vuelta a casa. A los familiares se les cobran peajes y gasolina. Entre 60 y 85 euros, depende del trayecto. Lo otro: vehículo y conductor, gratis. «¿Más solidario que esto, qué es? Estar expuesto a perder todo el fin de semana, el mal dormir, el pegarse el palizón...», les reconoce Zutoia antes de ponerse en marcha. Por desgracia, no hay furgonetas para todos los familiares –pueden ir un máximo de dos por familia, y tienen preferencia los familiares sobre los amigos– y sí muchas anécdotas –Patxi recuerda a uno que tenía visita en Huelva y se metió en la furgoneta de Almería: «Yo siempre pregunto a dónde va», por si acaso–. Pasan algunos minutos sobre la hora de salida; volverán al mismo punto sobre las 23:00 del sábado.
22:00. Salida a Córdoba. El viaje a Córdoba le corresponde a Mirentxin de Donostia; una iniciativa que arrancó en 2005 y que lleva ya muchos kilómetros y tres furgonetas «encima». Karlos Albas es uno de sus impulsores en la capital guipuzcoana y, aunque este viernes no le toca conducir, nos cuenta por teléfono que están a punto de retirar la furgoneta que vemos aparcada en el área de servicio. «Esta es nuestra tercera furgoneta. Con cada una hacemos un máximo de 330.00 kilómetros y las cambiamos cada 3 años, aunque esta última tenía 3 años y medio. Aunque no tengan averías, el motor sufre mucho en los viajes». Karlos, 50 años, empezó en esto de conductor solidario por el boca a boca: un amigo le habló de esta iniciativa –de hecho, ha estado en Oñati ayudando a montar otro Mirentxin recientemente de la misma forma– y, a día de hoy, los de la capital guipuzcoana cubren todos los fines de semana. ¿Y cómo se organizan? «Cada uno tiene su propio funcionamiento. En Oarsoaldea lo hacen por pueblos, nosotros por barrios. Los que comenzamos desde el principios asumimos medio año y lo completamos con amigos, familiares...; los otros seis meses se asumen por barrios: Gros en noviembre, Egia en abril y mayo...».
En estos años, Mirentxin de Donostia ha viajado a diferentes cárceles. Ahora cubren las dos prisiones de Alicante dos fines de semana y los otros dos viajan a Córdoba. «Lo peor es el Levante –reconoce–, por el trato que recibes y porque los controles más fuertes los hemos sufrido allí». Porque estos conductores y sus viajeros se han encontrado con mucho control policial e incluso persecuciones llevadas a cabo por «desconocidos», con apedreamientos incluidos, como el sufrido por la furgoneta que iba a la cárcel de Murcia hace justo un año. ¿Y la relación con los viajeros? «De todo, la mayoría son muy agradecidos, aunque también nos hemos encontrado con algún hueso. He hecho auténticos amigos. Se crea un ambiente muy bonito, muy agradable, con mucha complicidad». Karlos es el encargado ahora de la rifa por la que Mirentxin sorteará a partir de noviembre una de sus furgonetas usadas. Así buscan fondos: rifas, camisetas...
«¿Nosotros qué podemos hacer para agradecer a esta gente?», se pregunta Toñi, 83 años, madre de Javi Gallaga, preso en Córdoba. Está sentada codo con codo con Mariví, la madre de Oskar Kalabozo –«casi 65 años»–, y ambas viajan con uno de sus hijos. «Solemos coincidir los mismos en la furgoneta. Somos como una familia», explica Mariví. Son la salsa de los viajes, está claro. «Lo pasamos bomba; cuando entramos hacemos como una frontera: aquí una cosa, en la furgoneta otra. Nos desmadramos», dice Toñi. «Los conductores son majísimos, muy atentos, fantásticos», replica Mariví. «No sabes la suerte que tenemos con esta gente, porque salimos de la cárcel angustiadas y lo primero, nos ponen un aperitivo». Con humor y compañía se sobrellevan los 31 años «que llevo a vueltas –añade Toñi–. Van a hacer 20 años que está en la cárcel, pero antes estuvo exiliado. Está secuestrado: primero por el Estado francés y ahora por el español, porque es político, porque si fuera preso común ya estaría en la calle. Eso es lo que me dijo la abogada».
Andan intentando conseguir una segunda furgoneta para cubrir más visitas, porque la otra opción, que es ir en tren o autobús hasta Zaragoza y de ahí tomar un Alvia a Córdoba, resulta cara (150 euros en total, cogiendo billetes baratos, a lo que se une la noche de hotel), como nos explica Leire, pareja del preso Gorka Vidal. Por cierto, que no se libran del peligro en la carretera ni cuando dejan la furgoneta. Amigos de Kalabozo y Vidal, junto a la hermana de Oscar Alonso, otro de los encarcelados en Córdoba, sufrieron en abril de 2012 un accidente cuando volvían a Bilbo desde Lopidana al derrapar el coche a causa de la fuerte lluvia.
23:00. Salida a A Lama, Granada y Herrera. Aitor Elorza y Gari llegan con otros conductores de Mirentxin a un lugar que se les hace muy conocido. Entre que saludan a unos y otros, intentamos resumir estos quince años, aunque seamos conscientes de que es prácticamente imposible. Como dice Aitor, aquellos inicios fueron «totalmente primitivos, a la que salte». Un grupo de amigos, conocedores de la problemática de los familiares, decidió, en una reunión en Durango, «inventarse» un sistema para facilitarles los viajes. Usaban sus propias furgonetas o las alquilaban... aunque Gari, que es una fuente de anécdotas –cuenta menos de lo que sabe–, reconoce que «los viernes íbamos a ATESA (una agencia de alquiler de vehículos) y arrasábamos. Empezamos con viajes puntuales: Cáceres, Badajoz, Valdemoro... Llegó un momento, no a los meses, sino a las tres semanas de empezar, que era un estrés, porque nos avisaban de cuántos se habían apuntado e íbamos 4, 5 o 6 personas y cada uno salíamos con una furgoneta de 9 plazas. Era así un viernes sí y otro también». Se buscaban la vida, con bonos de descuento que alguien se había enterado que ofertaba una agencia de viajes –habría que ver la cara de los de la agencia– y así, de estrés en estrés, terminaron comprando una Ford Transit azul de nueve plazas, «de segunda mano. Una patata que iba a donde quisieras, pero a 120».
Por cierto, Gari es mecánico. «Llegó un momento, además, que no nos aseguraban que tuviéramos furgonetas disponibles todos los viernes. El objetivo de Mirentxin es que los familiares viajen gratis, aunque sea una utopía. Lo que pasa es que sin ayudas o subvenciones tienes que organizarlo tú todo: gastos, seguros, mantenimiento... Se ha hecho con pocos medios, pero con mucha ilusión». Aquella Transit «feneció» al «caer por un barranco, porque tenía el freno de mano mal puesto», explica Gari con cara hierática. Luego hubo una Space que trajeron de Bélgica –«con turbo y todo»–, un móvil antidiluviano que Aitor llevó para cachondeo general –«me llamaban pijo, pero se rompió la correa de distribución y con él llamé a la grúa»–, una Pontiac que les regalaron –se les estropeó en el viaje de prueba– y muchas aventuras, mientras que se seguían alquilando furgonetas e iban surgiendo más grupos de conductores.
Les ha pasado de todo. Desde mosqueos con amigos porque no les dejaban sumarse como conductores –«éramos demasiado estrictos; solo cogíamos a conductores de autobús o furgoneta, o particulares que tuvieran furgoneta»–, hasta anécdotas divertidas incluso con las «fuerzas del orden». «Al principio descansábamos en las furgonetas, no en un hotel. Los maderos esperaban a que nos durmiéramos para identificarnos y la gente, al final, lo que hacía era dejar el DNI en el cristal. Pam pam, tocaban. ‘¡Que no te abro, que tienes ahí el DNI!’ Salen los familiares de la visita, y el chófer en la garita, detenido». Hay de todo, desde confundirse de combustible y sacarlo del depósito, arreglos de motor con cinta aislante, algún fusible del cuentakilómetros que se soltaba –a su favor–, familiares que se confundían de furgoneta –un clásico–, un conductor que no supo darle al aire acondicionado –se echaba botellines de agua por encima– o quedarse sin gasolina a pocas horas de la cárcel francesa de Clairveaux-Joeux La Ville. Anduvieron buscando un tractor para robarle la gasolina, aunque al final llegó la grúa con el combustible.
«Somos un grupo totalmente independiente de cualquier colectivo. No dependemos de nadie, no nos subvencionan y ya dijimos en la primera reunión que no queríamos que nos mandara nadie: si necesitábamos ayuda, ya la pediríamos...», agrega Aitor y puntualiza, entre risas, Gari: «Y normalmente eran ellos los que nos pedían sopitas». Actualmente, en Bilbo son 40 en el grupo; en Oarsoaldea, nada menos que 100 y cada conductor hace un máximo de un viaje al año, explica Urtzi, de Mirentxin de esta comarca guipuzcoana. Las cosas han cambiado en quince años. Oarsoaldea viaja a A Lama y Murcia. «El primer objetivo de Mirentxin es evitar, o al menos reducir, los peligros del viaje, y el segundo, el económico. Quien va a la visita va con un punto de nervios y, una vez la ha hecho, se le mezcla ese relax con la responsabilidad del viaje, lo que resulta muy peligroso al volante. Los conductores, por el contrario, no hacen visitas; solo les llevan y les traen. Eso da mucha tranquilidad», agrega Urtzi.
Por aquí, hablando con uno y otro, está Patricia Belez, encargada de «la arquitectura de viaje» todos los fines de semana desde Etxerat. Ella está a ambos lados. Como viajera, ha «fortalecido» con dosis de Redbull y tortilla al conductor, «porque le veía un poco flojo»; claro que como conductora se aplicaba la misma receta, «como si fuera a correr una maratón». Mientras, está colgada del móvil por si hay alguna incidencia.
Desde que comenzó la dispersión, allá por el 87, a los allegados cada vez se les ha puesto más difícil ejercer su derecho a la visita. Al menos, «al preso le da muchísima seguridad saber que sus familiares van en la furgoneta», explica el ex preso Pakito Lujanbio. Una cifra para comprobar la labor de estos conductores: según nuestros cálculos, en octubre Mirentxin trasladó a alrededor de 225 personas.
La última furgoneta, la de Granada, sale de Lopidana. Son pasadas las 23:00.