«El cabo de la Guardia Civil dijo nada más llegar: ‘Se nos han adelantado’»
LUIS ETXABE TIENE 74 AñOS. LOS ÚLTIMOS 40 LOS VIVE DE MILAGRO. UNA REACCIÓN INSTINTIVA LE LLEVÓ A REFUGIARSE EN EL ALMACÉN AL VER ENTRAR A TRES HOMBRES Y OÍR «VENIMOS A POR VOSOTROS». SU HERMANO NO PUDO. KANPAZAR ESTABA PLAGADO DE CONTROLES, PERO LOS ATACANTES PASARON. «SE NOS HAN ADELANTADO», ASEGURÓ EL CABO.
Los familiares de Iñaki Etxabe nunca hasta ahora han hablado del tema para los medios, pero lo hacen con entereza y sin escatimar detalles. Se han reunido ante el ostatu en que murió, Etxabe-Enea, que también era la casa familiar, por lo que todos ellos estaban allí. La cita con GARA es un día de lluvia y niebla, muy a tono con una historia cuyo dramatismo no atemperan 40 años.
Luis tiene fresco todo; no es para menos, porque allí salvó la vida y lleva cuatro décadas reviviéndolo en su cabeza. Por ejemplo, recuerda muy bien que eran poco más de las 23.00 porque Radio París acababa de dar las señales horarias del informativo. Entonces vio entrar a tres hombres, con pasamontañas que tapaban todo salvo los ojos y la nariz, y corrió adonde pudo, al almacén. «Hemos venido a por vosotros», oyó decir. Contuvo la respiración y puso la espalda contra la puerta, con las piernas presionando contra una estantería metálica para hacer más fuerza. Su hermano Iñaki no pudo escapar. Estaba en la cocina. Le dieron 18 tiros.
Tampoco se le ha olvidado a Luis que aquel día Kanpazar estaba lleno de controles policiales, tras el atentado de ETA ocurrido a mediodía en Arantzazu: «Nadie podía pasar por allí, hacía falta permiso». Pero pasaron, aquellos tres hombres fuertemente armados pasaron.
Jose Antonio Altuna, entonces teniente de alcalde y luego alcalde de Arrasate además de amigo de la familia, llegó enseguida a Etxabe-Enea, Y cuenta que «vino el cabo con cinco guardias civiles y dijo al entrar ‘se nos han adelantado’. ‘¿Qué ha dicho?’, le pregunté sorprendido. Y él: ‘Que se nos han adelantado, hemos venido a proteger esto’». Tiene claro Altuna que los mandos sabían quiénes eran los autores. Es más, aporta otro dato que supo luego: poco antes los atacantes fueron a por otra «pieza» en esta cacería humana, un conocido empresario abertzale de la zona, todavía vivo y activo, al que no encontraron. El exalcalde se extiende en anécdotas tremendas sobre la violencia de aquella época y cierra así su reflexión: «A veces me pregunto cómo aún podemos estar vivos». Y cita como ejemplo a su amigo Jose Luis Elkoro.
Si alguien estaba especialmente en el punto de mira, esos eran los Etxabe. Luis recuerda que en el ametrallamiento de meses antes contaron hasta cien casquillos. Pese a todo, han intentado proteger a sus hijos e hijas y no inculcarles odio.
Ainhoa entonces tenía solo cuatro años, así que no recuerda a su aita, Iñaki. Aitor, que contaba ocho, sí guarda en la memoria algunas trastadas. La mayor, Olatz, a sus diez años, sí bajó aquella noche al bar («recuerdo que no podía dormir») y se encontró a su madre llorando el cadáver de su padre. Lo cuenta con serenidad, sin dramatismos añadidos. La consecuencia más inmediata fue que la familia bajó a vivir al pueblo, a Arrasate.
A Luis ni siquiera lo llamó a testificar un juez. Y uno de los encargados de investigar aquella muerte y la posterior del taxista que pudo haber sido testigo de los hechos se llamaba Antonio Tejero Molina, entonces destinado en Gasteiz y seis años después protagonista del 23-F. Los familiares de Iñaki Etxabe son muy conscientes de que ya nunca se sabrá qué ocurrió ni quién fue, ha pasado demasiado tiempo. Pero sí reclaman que se reconozca de una vez. «Cada rechazo es matar a nuestro aita otra vez», resume Aitor, así que «yo ya no tengo ganas de dejar pasar esto una y otra vez. Si hay que ir hasta Estrasburgo, estoy dispuesto».