«Navajas en alto» entre clanes en un partido sin base real
Una pregunta: ¿Les gusta la literatura de terror, así,con mucha sangre, sobresaltos, traidores agazapados tras las puertas y con cuchillos centelleantes a punto de clavarse en alguna espalda? ¿Sí? Les recomiendo entonces “Memoria de Euskadi. Todos lo cuentan todo”, libro de entrevistas de la ya fallecida María Antonia Iglesias.
Como son 1.326 páginas, céntrense en aquellas en las que hablan los dirigentes del PP. (Lo de Iñigo Urkullu con Juan José Ibarretxe es para hacer una película a parte, de dos rombos, eso sí).
El PP es un partido de directivos, sin apenas militancia real ni vida en común de los afiliados a pie de calle. Se puede achacar esto a la actividad de ETA, pero hay algo más, puesto que el PSE también la padeció y siguió manteniendo su red social en las casas del pueblo y un contacto a ras de suelo. En el PP sus relaciones internas son entre camarillas de poder, muchas veces en función de intereses provinciales y personales –incluso desde la convicción de lo que es lo mejor para el partido– y en los que priman la relación con este o aquel dirigente y la colocación en el tablero. Y ahí es cuando surgen los navajazos. Es muy difícil entender lo ocurrido ahora con Arantza Quiroga sin tener en cuenta la competencia de clanes y, dentro de ella, la desautorización del ministro Alfonso Alonso en la COPE mientras desde la sede de la calle Génova salía hacia los correos electrónicos de los cargos públicos un argumentario con que defender la moción presentada en el Parlamento. Los intereses de la tribu por encima de los del partido e incluso sobre el bien social.
Pero es que esto ha sido siempre así. Cuando Jaime Mayor Oreja y Carlos Iturgaiz marcharon al Parlamento europeo, el sector alavés intentó que la siguiente candidata a lehendakari fuera Loyola de Palacio, mientras que vizcainos y guipuzcoanos empujaron a María San Gil. Pero su enorme éxito electoral, que muchos atribuyen a la estrategia de Leopoldo Barreda, se le subió a la cabeza, hasta acabar viendo un traidor en Mariano Rajoy. Su propio grupo parlamentario y su ejecutiva le dieron la espalda. Le sustituyó Antonio Basagoiti, que pronto confesó que «soy consciente de que a mí me van a esperar con las navajas en alto», y hablaba tanto de los conspiradores internos del partido como de los opinadores mediáticos. Basagoiti sobrevivió a aquellas primeras elecciones, pero no a la siguientes. Pasó el relevo a Arantza Quiroga, que tampoco ha salido a flote de las luchas intestinas, en las que algunos se han apoyado en primeras páginas escandalosas. Tres presidentes decapitados y los tres seguidos. Pim, pam, pum.