A propósito de Junqueras y ERC
ERC y su líder, Oriol Junqueras, son un interrogante sin respuesta consensuada. En estos meses de negociaciones, unos los han criticado por no hacer una defensa explícita de Mas (el relato convergente que presentaba a Junqueras como el Judas que entregó la cabeza del president ya estaba en marcha) y otros, sin embargo, los han acusado de no mover un dedo para facilitar cierto giro a la izquierda.
Cuando aceptó diluir unas siglas en auge en la candidatura JxSí, algunos calificaron a Junqueras como el peor estratega del mundo, y cuando las elecciones en marzo empezaron a ser una posibilidad factible y se vio que Esquerra podía ganarlas, pareció el más hábil estadista de todos los tiempos. Que cada uno elija las gafas con las que quiere analizar el papel de los republicanos.
Sea como sea, el peso de Junqueras en el nuevo Govern es una de las claves de la legislatura que, con tres meses de retraso, arranca ahora en Catalunya. Como vicepresidente, estará a solo un peldaño del accidental president Puigdemont. Y como conseller de Economía y Hacienda asumirá la gestión de unas finanzas catalanas en números rojos y dependientes del grifo que, con intereses, Madrid va abriendo y cerrando a su antojo mediante el Fondo de Liquidez Autonómica.
Además de batallar con Montoro (o su sucesor) para gestionar el día a día, Junqueras tendrá que negociar con una CUP probablemente a la defensiva unos presupuestos que serán restrictivos a la fuerza (si es que no los acaban prorrogando). Suma y sigue: mientras trata de mantener el grifo abierto y negocia las cuentas con la CUP, Junqueras tiene también el encargo de saltarse las prohibiciones del TC y construir la Hacienda catalana, hito ineludible en la hoja de ruta. Casi nada.
Resumiendo, para bien o para mal, Junqueras será protagonista. Solo el tiempo dirá si, asumiendo el marrón de las cuentas catalanas, el republicano consigue comprometer de forma definitiva al nuevo Govern con la ruptura, o si, simplemente, es la trampa que CDC le ha tendido para desgastar al que ahora mismo es su principal competidor electoral.