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‘El hombre de las mil caras’: Simpatía por el diablo


Mucha de la culpa de transformar a criminales y estafadores en personajes empáticos para el público la tiene Martin Scorsese, pero en el Estado español los gángsters no se parecen a los de Hollywood, menos todavía cuando se trata de sinvergüenzas de la peor calaña que han ocupado los titulares de la prensa diaria por guerras sucias y robar al sufrido contribuyente. Y lo malo de “El hombre de las mil caras” es que pretende hacer pasar a tales enemigos públicos por unos campechanos granujillas, tan chistosos como lo fueran los pícaros y malandrines del Siglo de Oro.

Los años 90 no fueron, políticamente hablando, ninguna época dorada, y habría que tildarlos de apestosos. Hacer humor con todo cuanto emanó de las cloacas del poder equivale a una caricatura de revista satírica al estilo del Jueves. Sirva a modo de ejemplo la que hace Luis Callejo de Alberto Belloch, que es sin duda de la que más se va a hablar, ya que está al nivel de los «muñegotes» televisivos. No puede ser más burda, pero ojo, porque más ridícula me resulta la humanización de la figura de Luis Roldán, cuando Carlos Santos suelta la lagrimita y se confiesa en la intimidad. Y es que la propia película también va de la parodia al melodrama con una preocupante bajada de ritmo narrativo según avanza la segunda parte.

Está claro que esta no es la liga en la que venía jugando Alberto Rodríguez, porque no hay color con respecto a su anterior “La isla mínima” (2014), salvo por la reiteración en algún que otro plano cenital, aquí ya fuera de sitio. Se nota que lo que le va a la hora de rodar un thriller son los ambientes rurales o provincianos, pues se le ve mucho más perdido en su fallido intento de intriga internacional. No se atreve del todo con las localizaciones cosmopolitas de las películas de espías, yéndose a refugiar en anodinos interiores con diálogos teatrales para los cabezas de reparto. No hay asomo de acción, reducida a un fugaz volantazo, con lo que se descarta la remota posibilidad de una persecución o algo similar.

A falta de suspense, toda vez que la historia es de sobra conocida, se trata de imprimir una dinámica vivaz mediante los insertos breves de noticieros de televisión, junto con el relato a través de la voz en off por parte de Jose Coronado, que encarna al socio de Paesa, y como quiera que su profesión es la de piloto de líneas aéreas y viaja por todo el mundo, está ahí para transmitir cierta trepidación. En el prólogo lo consigue, resumiendo su relación con el protagonista a la carrera, pero tras la fuga de Roldán la trama se desinfla y el juego del escondite carece de elementos inquietantes o perturbadores.