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La precocidad criminal infantil


No sabía nada sobre la criminalidad infantil manifestada de forma precoz a edades alarmantemente tempranas, después de ver la película polaca “Plac zabaw” sé menos todavía sobre el tema. También sé que el cine no tiene por qué tener una función didáctica, pero cuando se tocan estos asuntos tan poco divulgados, siempre se agradece algún tipo de información, resultado de estudios sociológicos y demás. Seguramente por el sobreproteccionismo de la infancia da miedo abordar la mera posibilidad de que existan peligrosas sicopatías entre los menores que se encuentran en periodo de aprendizaje. ¿Por qué se ha interesado Bartosz M. Kowalski por ello? Hace tiempo que no entro a valorar las supuestas intenciones provocadoras de un autor porque, siendo honestos, es imposible medir o cuantificar algo así. Pero sea como fuere, no cabe duda de que el debutante ha conseguido llamar la atención con su ópera prima, atreviéndose a entrar en un terrero muy resbaladizo.

Lo que no me cuadra es que todo el mundo hable única y exclusivamente de la secuencia final. Es como si la película hubiera sido hecha en función de esos angustiosos e interminables minutos, ya que la duración total apenas sobrepasa unos escasos ochenta minutos. A mí me han parecido eternos y, dado el shock que conlleva dicho traumático desenlace, del resto te olvidas inmediatamente, como si no existiera.

Puede que sea una impresión subjetiva mía, pero sospecho que hay dos películas en una. Una hora aproximada de mediometraje es el que está dedicado a presentar a los niños y la niña implicados en el caso, con ligeras pinceladas sobre su vida familiar y escolar. Se corresponde con el nivel, digamos superficial, aquel que las autoridades escolares identifican oficialmente con la normalidad.

Esto ya se ha tratado en muchas aproximaciones cinematográficas al bullying, en las que como común denominador ciertos comportamientos agresivos que pudieran considerarse anómalos son presentados como meras chiquilladas o travesuras sin mayor importancia. Hasta ahí lo veo correcto, aunque la ruptura con lo que viene después es tan brusca que tiene un difícil encaje.

Y ya metidos en lo que sería el cortometraje de cierre, sucede que su estilo tanto en la estética como en la planificación es totalmente opuesto al material previo. Hasta ese preciso instante nada hacía sospechar, desde un punto de vista objetivo, el estallido de sadismo violento posterior. El paso de las collejas, por así decirlo, a la brutalidad ciega es demasiado abrupto. Eso sí, la música atronadora y una escena simbolista en la que los adultos reprenden con su mirada de desaprobación a los pequeños asesinos natos su comportamiento, anuncian la tragedia. Sin embargo, se resuelve en una alejado y fijo plano general con la acción a tiempo real, que en lugar de poner distancia hace más insufrible el ensañamiento con la víctima inocente de jardín de infancia. Hay muchas formas de mostrar la tortura, y la gratuita se sirve de este tipo de recreaciones consistentes en cruzar una línea imaginaria.