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PNV, dos almas en un cuerpo que gira su posición y sigue ganando

Los casi 400.000 votos de Urkullu en un banquete electoral que tenía nuevo invitado (Elkarrekin Podemos) son el mejor resultado del PNV desde los 600.000 de Ibarretxe en 2001 (coaligado con EA). Pero los ha logrado el otro alma del partido, tras un giro de casi dos décadas.


El barco lleva el mismo nombre, PNV, y sigue avanzando por delante del resto, pero no son muchas más las similitudes entre el partido que ha ganado con contundencia estas autonómicas de 2016 y el que arrasó hace quince años, con unos 600.000 votos que nadie ha vuelto a soñar en conseguir. La dirección a la que mira su singladura no es la misma: Ibarretxe se impuso prometiendo arriesgar para cambiar el estatus, aprovechando el viento de cola de Lizarra-Garazi, y Urkullu lo ha hecho con el mensaje contrario de que no habrá «aventuras», en calma chicha. Sostienen las fuerzas españolistas que la suya es mera bandera de conveniencia, pero en Euskal Herria nada hace pensarlo.

Ni siquiera en el PNV niegan que históricamente en su seno conviven dos almas. Entonces fue la soberanista la que fijó el rumbo y desplegó las velas. Es hoy la contraria la que lleva el timón, ha echado el ancla y apenas se balancea a ritmo de brisa. El repaso a estas últimas dos décadas muestra además que es este segundo sector el que ha jugado más duro y el que ha acabado determinando que en esta fase histórica en la balanza pese más alderdia que aberria.

Entre medio, en esta evolución (o involución) no han faltado ni escaramuzas ni golpes de suerte. El viraje se consumó a mediados de la década pasada. En diciembre de 2003, un solo voto en la asamblea de la capital con menos afiliación del PNV –Iruñea– (apenas un 21-20) terminó decantando la votación de los 32.000 afiliados jeltzales para designar al sucesor de Xabier Arzalluz en la Presidencia del EBB. Se podría decir que la moneda cayó de canto, pero la cara fue para Josu Jon Imaz y la cruz para Joseba Egibar, que encarnaba al ala independentista.

El resultado fue decisivo para que la estrategia de Ibarretxe terminara encallando unos años más tarde. Los recelos del alma pálida del PNV ante su plan no se habían manifestado hasta entonces, pero sí se revelaron un año después, cuando el 30 de diciembre la izquierda abertzale le dio luz verde en el Parlamento de Gasteiz, abocándolo así a Madrid, e Imaz no ocultó en la tribuna su desazón. Más recatado en sus formas, al ya para entonces presidente del PNV en Bizkaia, Iñigo Urkullu, tampoco le gustaba lo más mínimo aquella vía.

El portazo de Madrid y la inmediata convocatoria de elecciones autonómicas por parte de Ibarretxe no dio margen a Sabin Etxea para otra cosa que no fuera seguir al lehendakari, pero con una tibieza muy llamativa. Mientras tanto los cuchillos se iban afilando en Sabin Etxea y Urkullu terminaría siendo maestro de ceremonias del sacrificio del lehendakari más votado de la historia. La entrevista de María Antonia Iglesias en la que sinceró su rechazo a esa vía aceleró la marcha de Ibarretxe. Con tal falta de sintonía, no tenía sentido seguir en política después de que Patxi López le hubiera sacado de Ajuria Enea. Urkullu había camuflado hasta entonces su posición real e incluso había llegado como hombre de consenso a la Presidencia del EBB sustituyendo a Imaz en 2008; esta vez sí hubo único candidato. En seis años, el vuelco en el partido se había completado, poniendo al otro alma al frente y dejando el cuerpo algo magullado, pero vivo.

La estrategia del PNV (el terreno de juego que podríamos llamar «aberria») no es el único factor que decanta este giro de quince años. El otro es «alderdia»: las necesidades propias del partido en un contexto político vasco que empieza a cambiar desde el proceso de negociación de los años 2005-2007. Aunque ese intento no cuaja todavía en la apertura de un nuevo tiempo sin lucha armada de ETA, ya entonces Sabin Etxea hace el cálculo de que en ese futuro escenario inédito el independentismo de izquierda amenazará su dominio. Y como antídoto, patenta un relato basado en reivindicar que la izquierda abertzale erró en 1977 y quien acertó fue el PNV, aunque los hechos posteriores no den mucha razón a esta tesis.

Este intento de deslegitimación comienza con Imaz en marzo de 2007: «El PNV acertó en 1977 y aquellos que nos trataron de llevarnos por otro camino están tratando ahora de buscar una salida tras su fracaso y la tragedia a la que han llevado a este país». Y sigue hasta hoy con el repetido mantra de Iñigo Urkullu ante Miren Larrion en el debate de ETB-2: «¿Tan difícil es decir que matar estuvo mal?».

El hambre –las necesidades partidistas– termina juntándose con las ganas de comer –la estrategia deseada–. La ola de EH Bildu no supera las barreras de contención del PNV en las autonómicas de 2012, pero incrementa esa alerta en Sabin Etxea. Urkullu –al que su trayectoria muestra como un político bastante obsesionado con el control interno– se reconvierte en lehendakari dejando la Presidencia del EBB a Andoni Ortuzar, pero sigue a los mandos de toda la estrategia. Y en su análisis, esta pasa por consolidar al partido engordándolo a través de los rivales más débiles en este desconocido tiempo post-ETA: a saber, PP y PSOE.

Ello obliga a descartar «aventuras» y hacerlo plenamente evidente para todo el censo. Ahí entran acciones tan teóricamente inexplicables desde los principios jeltzales como permitir el bloqueo de la Ponencia de Paz en el Parlamento o rechazar expresamente la vía unilateral de sus socios en Catalunya. En paralelo, tras el susto de la irrupción de Podemos en 2015, su experta maquinaria de detección de la evolución sociológica del país parece captar un movimiento hacia posiciones de derecha, en la línea del entorno europeo, y hacia esos caladeros se dirigen discursos bastante explícitos sobre la RGI o los desahucios: el análisis de tráfico en redes del debate de ETB-2 muestra que el auténtico «minuto de oro» de Urkullu no fue el cara a cara con Larrion, sino su alegato populista contra Anastasia, la mujer desahuciada en Gasteiz.

Es por ese camino, casi totalmente contrario al de Ibarretxe en 2001, por el que los jeltzales alcanzan anteayer su segundo mayor éxito electoral de estos últimos 20 años. Mientras tanto, el otro alma jeltzale permanece en un limbo, tan difuso como la evanescente presencia de Ibarretxe en campaña (un tuit que ni siquiera pide el voto al partido y asistencia a un único mitin sin tomar la palabra). Pero que el cuerpo sigue intacto lo demuestra más claro que nadie el camaleónico Egibar, que parece seguirá siendo portavoz parlamentario en Gasteiz como ocurre desde 1998, cuando le tocaba defender cosas radicalmente diferentes a las actuales.