«Entendimos que cerrar el conflicto no consistía solo en desarmar a las FARC»
Sergio Jaramillo, Alto Comisionado para la Paz de Colombia y negociador plenipotenciario con las FARC-EP, recibió en nombre del presidente Santos el Premio Gernika por la Paz y Reconciliación, galardón compartido con el comandante en jefe de la guerrilla, Timoleón Jiménez, a quien no le concedieron el pasaporte para viajar a Gernika. En entrevista con GARA y NAIZ, aborda los retos del momento actual y el alcance de las negociaciones.
¿Qué supone para usted recibir en representación del presidente Juan Manuel Santos el Premio Gernika por la Paz y la Reconciliación en el 80 aniversario del bombardeo?
Estamos muy complacidos. El proceso de paz en Colombia avanza, se firmó el acuerdo, estamos luchando por la implementación… los procesos de paz son siempre muy muy difíciles y hay que estar empujando y empujando; y este apoyo internacional llega en muy buena hora. A nivel personal, haber presenciado la ceremonia, la ofrenda floral y estar aquí en un día tan especial, me ha causado un gran impacto.
En el libro «La historia secreta del proceso de paz» de la periodista colombiana Marisol Gómez Giraldo afirma que para hacer la paz hay que saber hacer la guerra. ¿Cómo y cuándo llegó a la determinación de que había llegado el momento de cambiar de estrategia y de apostar por una vía dialogada?
Eso es una buena pregunta. En primer lugar, la determinación la tomó el presidente Santos, no yo. Si me pregunta a mí, le diría que desde hacía bastante tiempo, incluso cuando era viceministro de Defensa, pensaba que el esfuerzo de seguridad militar había llegado a un punto en el cual no se iba a avanzar mucho más. Y el objetivo siempre había sido cerrar el conflicto de la mejor manera posible; no desaparecer al otro.
¿Cómo una misma persona, en este caso usted, arquitecto de la política de Seguridad Democrática en el Gobierno de Álvaro Uribe, es capaz de hacer la guerra y la paz?
Siempre he trabajado en todos los frentes. Fui director de una fundación dedicada a la resolución de conflictos y a la paz, y me parece que mientras más conocimiento tenga uno del problema, más posibilidades tiene de resolverlo. Le cuento una pequeña anécdota. Una vez estábamos en una reunión durante la fase secreta con las FARC. En ese momento yo tenía formalmente el cargo de asesor de Seguridad Nacional, aunque ya tenía las funciones de comisionado de paz. Las FARC me dijeron: «Oiga Sergio, qué cosa tan curiosa, usted es un hombre de la guerra y un hombre de la paz». Yo les dije: «Sí, como ustedes». Y se rieron. Siempre fue muy importante que ellos sabían que yo los conocía bien. Es mejor cuando uno tiene conocimiento de todos los elementos que se están moviendo. Yo tenía el convencimiento de que había llegado la hora de la paz, de negociar.
¿Qué es la paz para usted?
El proceso introdujo un cambio conceptual importante respecto a cómo se había tratado el tema de la paz en Colombia, creo yo. Nosotros les dijimos a las FARC desde el comienzo que estábamos dispuestos a hablar de terminar el conflicto, no de la paz en general, y eso quiere decir en primer lugar que las FARC se tenían que desarmar, si no nosotros no íbamos a entrar en una negociación. Había que tener la seguridad de que había interés en terminar realmente; el Gobierno no se podía dar el lujo de tener el cuarto fracaso en un proceso de paz después de los tres grandes fracasos que hubo. En segundo lugar –este es el punto más importante–, entendíamos que cerrar el conflicto histórico no consistía simplemente en el desarme de las FARC, sino que había que tratar una serie de factores y condiciones que habían facilitado y alimentado la violencia en las últimas décadas y que por eso estábamos dispuestos a hablar de desarrollo rural, participación política, de drogas, del desarme de las FARC, de garantías de seguridad y, sobre todo, de víctimas. Si me pregunta qué es la paz, le digo que todo esto que acordamos.
Fueron más de cuatro años de diálogo en La Habana, más de 125 vuelos a la capital cubana… ¿Cómo se superan los roces propios de una convivencia tan estrecha y prolongada en el tiempo entre personas con caracteres y costumbres diferentes?
El Gobierno realmente hizo un esfuerzo muy grande en términos de proveernos de casas y facilidades en un lugar muy acogedor físicamente. Pero vivir encerrado cuatro años es difícil. Yo viví muchos años solo en Europa, en universidades, internados y, tal vez, estaba más acostumbrado a convivir con otras personas, pero para algunos otros era como volver a una situación anterior… incluso era más difícil entre nosotros que con las FARC, a quienes veíamos solo durante las reuniones… pero el resto del día los delegados del Gobierno estábamos juntos, lo que no dejaba de generar cierta tensión. Ayudó mucho que el jefe de la delegación del Gobierno, Humberto de la Calle, es una persona de peso, ponderada, que supo conducir muy bien las diferentes situaciones que surgían entre nosotros.
¿Qué representa para usted el Hotel El Palco de La Habana cuyas dependencias acogieron un sinfín de reuniones informales y no menos trascendentales en el devenir de los diálogos?
Todavía no soy capaz de responder esa pregunta. Realmente, la gente no alcanza a imaginar la intensidad que tuvo esa negociación y aún estamos comenzando a digerir esa experiencia. Fue una negociación muy seria en la que las FARC trabajaron fuertemente.
¿Cómo se superan los momentos más tensos propios de una negociación tan compleja? El fútbol y el humor resultaron ser buenos aliados en más de una ocasión…
El humor es importante. Humberto de la Calle está lleno de historias muy graciosas y apuntes. Iván Márquez (FARC) es un hombre muy ágil mentalmente… Teníamos mecanismos de reuniones más pequeñas en las que podíamos intercambiar con más franqueza y eso ayudó mucho a entender lo que estaba pasando.
¿Qué cualidades debe cumplir un negociador desde su experiencia?
Sobre eso habrá muchas opiniones y escuelas de pensamiento. Se me ocurren varias cosas. La primera es que tiene que tener la mayor claridad posible sobre a dónde quiere llegar; la segunda que tiene que hacer el mayor esfuerzo posible para entender el otro de dónde viene y qué preocupaciones tiene; y la tercera, que siempre es mejor tener un trato sereno y respetuoso, no valen la pena gestos teatrales. Tal vez la última y la más importante, es que hay que ser muy serio en lo que se dice. Parte de la poca confianza que se puede construir en un proceso se basa en que algún momento el otro entiende que uno dice lo que cree que puede ser, que no especula; eso es muy importante.
En Oslo, Humberto de la Calle advirtió de que la tercera fase, la correspondiente a la implementación y la construcción de la paz, sería la más larga y difícil. ¿Cómo valora estos meses teniendo en cuenta los retrasos en la construcción de las Zonas Veredales Transitorias de Normalización y la aplicación de la Ley de Amnistía e Indulto?
Ha habido muchas dificultades y retrasos en la construcción de los campamentos en las zonas de concentración de las FARC porque quedan en sitios francamente inhóspitos, porque han surgido problemas administrativos para que quienes están construyendo los campamentos reciban el dinero a tiempo, y también porque hemos tenido problemas con los comandantes de las FARC en las regiones. No pocas veces, no dejan trabajar, que no les gusta una cosa o la otra… Yo creo que eso ya está avanzando y en las próximas semanas deben estar listas las zonas, yo espero que la mayoría. Eso finalmente va a funcionar, pero eso no es lo más importante, sino lo que viene después: la reincorporación de los guerrilleros a la vida civil y la implementación de los acuerdos en las zonas rurales. En eso nos tenemos que concentrar. Es difícil porque se nos cruzó el primer año de la construcción de paz con la campaña electoral. Eso contamina todo el ambiente y hace más difícil la construcción de consensos que son necesarios para realmente construir paz.
¿Y respecto a los retrasos en la aplicación de la Ley de Amnistía?
El Gobierno cumplió y pasó la Ley de Amnistía en el Congreso con extraordinaria agilidad. ¿Qué ocurrió? Pues que su aplicación para quienes están en las cárceles requiere necesariamente la intervención de un juez de ejecución de penas y la rama judicial ha realizado una serie de paros que nos han afectado muchísimo. Eso empieza a destrabarse ahora. Como Gobierno eso se nos salió de las manos, pero yo espero que en estos días, comience a fluir todo eso mejor.
Teniendo en cuenta estos retrasos y con el 31 de mayo a la vuelta de la esquina, ¿se podrá cumplir el cronograma de dejación de armas?
Ese es el compromiso. Naciones Unidas ya tiene contenedores en todas las zonas, salvo en una o dos. No hay ninguna razón para que no se pueda cumplir. El cumplimiento es por ambos lados. Nosotros estamos haciendo esfuerzos enormes para adecuar las zonas, pasar las leyes... Y a las FARC les corresponde cumplir con ese compromiso.
¿Cuál será el futuro de las zonas veredales más allá del 31 de mayo?
Estamos en esa discusión. Evidentemente, después del esfuerzo tan grande que hemos hecho, esas infraestructuras deben ser aprovechadas para preparar a los hombres y mujeres de las FARC para su reincorporación. El Gobierno en principio está de acuerdo con eso, pero todavía no hemos resuelto los términos y cómo hacerlo.
Las FARC han denunciado la muerte de un miliciano indultado recientemente así como la muerte por «negligencia» del bebé que tuvo prematuramente la presa Rocío Cuéllar, a quien no se le otorgó el indulto. ¿Qué lectura hace de estos hechos?
Cada caso hay que mirarlo con cuidado. No tengo buena información sobre el caso del miliciano. Estaba en una zona muy convulsa de Colombia, cerca de la frontera con Ecuador, pero cualquiera que sea la explicación de este asesinato es muy grave. Distinto es el caso del bebé de esta señora que tuvo toda la atención médica en la cárcel, el diagnóstico correcto, el niño iba a nacer con una deficiencia muy seria en el corazón y todo esto se sabía. No hubo ningún tipo de negligencia. Es más, nos hemos ido a extremos en cuidado y atención, hemos mandado a bebés recién nacidos en avión a hospitales cardio-infantiles para que los atiendan… hay que tener cuidado. En eso digo con toda tranquilidad que las FARC son muy desagradecidas por los esfuerzos que se han hecho en estos temas.
El 12 de abril el comandante en jefe de las FARC, Timoléon Jiménez, publicó una carta muy crítica contra usted por su postura ante una misiva que la guerrilla envió a alcaldes y gobernadores de una región colombiana. ¿Hasta qué punto cruces de acusaciones como estos entran dentro del guión de la tensión política?
Fue un hecho puntual. Yo di mi opinión sobre una carta enviada por las FARC a los alcaldes en la que los citaba a una zona veredal y eso es una violación al cese al fuego porque todavía no han dejado las armas y los protocolos dicen claramente que no se debe perturbar el orden en los municipios ni la autoridad civil. Evidentemente, una carta de las FARC aún armadas un alcalde la entiende todavía como un acto de coerción, por no decir, de amenaza. Eso no le gustó –a Timochenko–. Pero, ¿qué hacemos entonces? Esa es la realidad.
¿Cómo se lleva la tensión de los pronunciamientos públicos con los contactos privados?
Nunca he sido amigo de lo que en Colombia llamamos la negociación por los micrófonos. Trato de evitarlo. Solo en casos en los que no hay otra opción, como en el caso de estos alcaldes que estaban muy molestos con esa carta y con toda la razón. Pero, en general, lo mejor es sentarse a hablar las cosas y eso con las FARC nos ha funcionado bastante bien todos estos años.
Echando la mirada atrás, uno de los momentos más difíciles fue el «no» en el plebiscito. Usted mismo advirtió en vísperas de la votación de que se trataba de una cuestión de «vida o muerte». A nivel personal y político, ¿cómo encaró ese duro revés? ¿Qué factores propiciaron el «no»?
La segunda parte de la pregunta prefiero dejársela a los analistas. Lo que le puedo decir es que, evidentemente, fue un golpe muy fuerte, aunque yo personalmente nunca estuve tan confiado en que ganara el «sí» por diferentes razones. Lo que me parece más importante es la reacción que tuvo el Gobierno, porque los representantes del «no» decían, y lo siguen diciendo hoy en día, que no estaban en contra de la paz, ni siquiera lo estaban del acuerdo en general, sino que tenían críticas y observaciones a ciertas partes del acuerdo. Entonces dijimos, «¡ah bueno!, si eso es así sentémonos y dígannos cuáles son». Las FARC actuaron con gran madurez y reconocieron que teníamos que reconocer el resultado rápidamente y que había que hacerle cambios al acuerdo. Todos actuamos con mucha madurez pero, desafortunadamente, no fue posible lograr un acuerdo político con los representantes del «no».
¿Cuáles son los retos más inmediatos que afronta la implementación al margen de los ya abordados?
Avanzar más en los planes de reincorporación de las FARC y, sobre todo, el tema de los cultivos ilícitos, que crecieron mucho en los últimos años. Ahora hay una gran oportunidad de resolver el tema de los cultivos ilícitos de una forma mucho más inteligente pero requiere de mucha agilidad sobre el terreno porque hay muchas organizaciones criminales interesadas en hacerse con la economía de la coca… una pero el tiempo está corriendo en nuestra contra. Eso es lo que a corto plazo me inquieta más.
¿Y la seguridad?
Claro. Es un reto muy grande. Es responsabilidad del Gobierno, pero son zonas francamente remotas donde estaban las FARC. Parece que hay una tendencia a la baja de los asesinatos de líderes, pero en todo caso es una mala noticia que se hayan dado esos asesinatos y eso es una fuente de preocupación. Le puedo decir que hay unos esfuerzos muy grandes y coordinados con la Fiscalía para hacerle un seguimiento muy cercano a esos casos y ojalá dé resultados rápidamente.
¿Se puede hablar de grupos paramilitares hoy en día en Colombia?
Hay una controversia que no sé si vale la pena explicar. El Gobierno no desconoce las amenazas que hay. Pero también es obvio que esos grupos que llamamos bandas criminales tienen una agenda de politización, quieren ser tratados como si fueran una parte del conflicto y negociar con el Gobierno y eso es un grave error porque hay que tratarlos como lo que son, organizaciones criminales que se pueden someter a la Justicia pero no negociar políticamente con el Gobierno. Son una amenaza muy seria, hay que tomarlos en serio pero no los consideramos parte del conflicto armado ni vamos a negociar con ellos. La respuesta tiene que ser de la Justicia.
En una sociedad posconflicto, ¿cómo se construye el relato de tal forma que no se convierta en un obstáculo más?
Esa es una pregunta grande. Un relato único es difícil de combinar en cualquier sociedad democrática. Sin embargo, es posible en el marco de una comisión de la verdad, así lo acordamos, además de toda la información que ya existe en Colombia, que no es poca, que se logre oír muchos testimonios de víctimas y aquí viene la oportunidad que no teníamos antes, oír a quienes han tenido responsabilidad en la comisión de diferentes crímenes y tener una visión, un relato mucho más rico y matizado. Yo creo que eso es posible sin tener la pretensión de que un relato puede ser único y explicar algo tan complejo como 50 años de guerra, eso no es posible.
El 8 de abril se produjo el desarme de ETA, proceso en el que la sociedad civil ha tenido un papel decisivo. ¿Cómo valora la implicación de la sociedad?
Me he puesto como regla no comentar asuntos internos de España. Solamente le digo que el anuncio de que cualquier organización armada decide deponer las armas es una buena noticia, sin duda.
¿Desea añadir alguna cuestión?
Todo proceso de paz y de implementación es complejo. Pero no perdamos de vista lo que está pasando: se acabó la guerra en Colombia. La gente sintió una gran emoción al ver a las FARC subidas en botes navegando hacia las zonas, en buses marchando por los caminos. Se acabó la guerra, eso es lo que debiéramos tener en la cabeza y vivir las cosas con optimismo; esto va a salir bien al final, es la mejor noticia que hemos tenido en Colombia durante mucho tiempo.