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Aterrizaje forzoso en una realidad tan ilusionante como cruda


Involuntario en unos casos, interesado en otros, el evidente negacionismo de la firme determinación de la mayoría soberanista catalana toca a su fin en Euskal Herria. Joseba Egibar, portavoz parlamentario del PNV, señalaba ayer en los micrófonos de Radio Euskadi que «creo que Catalunya va a votar el 1 de octubre». No parece un gran descubrimiento, pero era casi ayer (14 de junio) cuando su mentor, Xabier Arzalluz, decía que «aunque lo que ha hecho Catalunya es admirable, no habrá referéndum».

Palabras al margen, son los hechos del PNV y del Gobierno Urkullu los que muestran que no previeron, o no desearon, o las dos cosas a la vez, este escenario. Empezando obviamente por los acuerdos con el PP y el Ejecutivo Rajoy, que le atan irremisiblemente a ese tanque dispuesto a todo para pisotear el derecho a decidir. De la declaración de Josu Erkoreka anteayer cabe concluir que Lakua se ha caído igualmente del guindo y asume que sí, que habrá referéndum. Han aterrizado en la realidad de los hechos, pero todavía no en el realismo político: está fuera de cualquier lógica pretender compatibilizar la defensa delderecho a decidir y el apoyo a quienes lo aplastan de tal modo. La contradicción del PNV no es menor, sino mayor, que las que ya está desgajando a la vista de todos Catalunya Sí Que es Pot y todo el espacio que aglutinó. Si el buque jelkide aguanta tal sinsentido sin zozobra es porque ha trascendido el estadio de fuerza política normal para asemejarse a otra cosa: una mezcla de religión asumida acríticamente y empresa de meros intereses.

Hay un triple error de cálculo –en la interpretación más benévola– en esa apuesta inverosímil. Urkullu ha sobrevalorado la capacidad de un Estado en crisis auténticamente noventayochista, ha minusvalorado la de la emergente mayoría catalana pese a que cabe presumirle una interlocución privilegiada con esa burguesía neoindependentista, y –lo más grave– ha menospreciado la potencialidad de su propio pueblo, probada en la arrolladora cadena humana de 2014.

El nuevo canto de sirena de quienes no creyeron nunca en el 1-O es insinuar que el 2-O puede pasar algo bueno. Pero los datos puros y duros, y sobre todo lo que sabemos de España, invitan a pensar lo contrario. Si Catalunya pierde, el contraataque de Madrid va a ser rutal. Pero si lograra alzar el vuelo (ojalá), lo previsible es también que a la jaula se le echen más candados. La opción más realista y potente de forzar una implosión interna del Estado, la ansiada ruptura, era una acción conjunta del independentismo catalán, el vasco y la izquierda democrática española. Tres contra uno. No ha pasado.

En este contexto, el PNV no debería engañarse; va a perder también. Roma no paga a traidores, y Madrid, ni siquiera a los que no lo han sido. Será su problema particular. El de una gran parte de este pueblo en el que no confía seguirá consistiendo en buscar la rendija de esa jaula aún más asfixiante, sin lamerse demasiado las heridas.