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La gran esperanza inflada, el «hooligan» y el pescador sin peces


Las primeras horas de esta inverosímil campaña electoral muestran a un independentismo obviamente volcado en el frente antirrepresivo. Lo emotivo (el abrazo de Forcadell y Mundó, las ojeras de Rull y Turull, el instinto de supervivencia de Puigdemont, la bandera de la República enarbolada por la CUP...) acapara la escena y no da margen a análisis mayores. Pero sí aparecen algunas cosas llamativas en el campo unionista, ese que hace campaña como si aquí no pasara nada, es decir, como si las elecciones fueran a ventilarse en España y no en Catalunya.

El «bloque del 155» tiene mucho de constitucionalista, pero muy poco de bloque. Los celos empiezan a asomar ante los favores oficiales a Ciudadanos. Inés Arrimadas es la gran esperanza blanca unionista, de modo que los cocineros del CIS le han premiado con un extra del 70% que permitiera situarle codo con codo con ERC, y eso ha mosqueado al PSC. Arrimadas, a su vez, dice no entender por qué ni Iceta ni García Albiol se comprometen ya a darle apoyo en la hipótesis improbable de una mayoría españolista, igual que eludieron apoyar la moción de censura que planteó tras la aprobación de la Ley de Referéndum a inicios de setiembre. Mal rollo. Y mala jugada retratarse ya como presidenciable sin opción real de serlo.

Consciente de su inferioridad frente a un C’s que parece la apuesta del Gobierno de su propio partido, el candidato del PPC, Xavier García Albiol, prioriza hacerse oír. El acto de inicio de campaña lo cerró con el mismo «¡A por ellos!» con que se despedía en España a los policías que iban a Catalunya a reventar a porrazos el 1-0. El papel que se ha dado a sí mismo es el de macarra, que a nivel personal viene como anillo al dedo al hombre que llegó a líder pepero por sus perlas xenófobas en la Alcaldía de Badalona, pero a nivel político queda muy poco gubernamental. Si hay alguien en Europa analizando esta campaña, que sería lo lógico, debe estar preguntándose cómo el Ejecutivo de Rajoy es representado ante las urnas por alguien que bromea con el «martirio» de Oriol Junqueras o propone cerrar TV3 un tiempo y abrirla luego «con gente normal». Un perfil muy distinto, sin ir más lejos, que el que intenta dar el delegado español en Catalunya, Enric Millo. Queda claro que en su apuesta de Estado a Génova no le importa sacrificar a su facción catalana, como en su día ocurrió con la vasca. Si el PP acaba el 21D como último partido del Parlament, ya tendrá el pleno al quince con Gasteiz e Iruñea.

Al PSC tampoco le van mejor las cosas. Miquel Iceta era presentado como la única opción de pescar algo en el río revuelto del bloque soberanista, pero de momento su única oferta a los convergentes timoratos es un pacto fiscal sin recorrido, ni en Catalunya (fue Artur Mas quien pasó esa pantalla en 2012) ni en España (donde la tendencia no es precisamente aperturista sino recentralizadora). Las últimas encuestas reflejan que Iceta no ha ganado un metro en esta carrera, y encima quienes más están respondiendo a ese discurso son los suyos. Como Susana Díaz: «No voy a polemizar con él, pero no sé que quiere decir eso de Hacienda federal», avisa la andaluza.