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Entrevista
ÁLVARO FIERRO
DIRECTOR DE «ATRAPADOS POR LA SERPIENTE»

Álvaro Fierro: «Me gusta que el espectador se imagine cosas y las interprete»

Álvaro Fierro nace en Bilbo en 1978. Crece en el barrio Aldapa de Getxo. Gracias al «Getxo sound» y la sala Gwendolyne se implica en la escena musical de jovenzuelo. Con los años se involucra en radio y prensa, que prolonga con la faceta documentalista. «Atrapados por la serpiente», sobre Cancer Moon, se proyecta el viernes 12 en los Cines Trueba de Donostia, dentro de Dock of the Bay. 21.00. 7 euros.


La nueva edición de Dock of the Bay, cine documental musical, comenzó el pasado sábado, pero aún puede disfrutarse a lo largo de toda la semana. A propuestas internacionales como “Eric Clapton life in 12 bars”, “Marley”, “The public image is Rotten” o “Black is black” con la historia de Los Bravos, le sigue esta propuesta local titulada “Atrapados por la serpiente”, documental dedicado a Cancer Moon, formación creada en 1988 en Bilbo que dejaba en 1995 la actividad en estado latente tras la edición de tres espléndidos discos personalizados por la singularidad de Josetxo Anitua y Jon Zamarripa, dos exploradores de los noventa que consiguieron revolucionar el underground estatal. De otra parte, el fallecido Anitua, un apasionado de la música, perfiló un personaje de forma natural como nunca se había conocido en nuestra escena. No extraña, por tanto, que otros dos inquietos, Álvaro Fierro e Ibon Arrilucea (Eibar, 1970), directores, hayan elegido la historia de Cancer Moon para su segundo documental, en el caso de Fierro. Metraje que podrá verse el viernes 12 en los Cines Trueba de Donostia a partir de las 20.00 dentro de Dock of the Bay, festival consolidado como muestra de cine documental nutrido por la música.

Ha hecho radio, escribe habitualmente..., pero parece que los documentales le están atrayendo.

Es cierto. Antes de “160 metros, contemplaba esta disciplina con muchísimo respeto, al nivel de escribir un libro. Sigo manteniéndolo, por supuesto, pero con la edad empiezas a quitar el miedo a muchas cosas, sobre todo si las ansias de creatividad prevalecen a pesar de los obstáculos. El documental musical es un género muy rico. Te invita a investigar en planos allende el artístico, en profundizar en factores a priori lejanos con la música y de propina, salir del proceso con más preguntas que respuestas. La música es el lenguaje universal por excelencia, así que cualquier persona, viva en Quito o en Aukland puede entender cualquier documental musical si está bien contado, que es lo más complicado: en este caso, al final no deja de ser una narración de una historia universal a través de una banda local.

Cabe imaginar que no se pasa de medios escritos a dirigir o guionizar sin un periodo de aprendizaje o acoplamiento.

Fue “culpa” de Joseba Gorordo. Me llamó un día para empezar lo que fue el germen de 160 metros y me enseñó toda esta dinámica. Lo más importante, tener la conciencia que hay que escribir todos los días, aunque sean 2 minutos. Yo estaba muy verde, pero por temas profesionales, estaba acostumbrado a escribir artículos de investigación en las Ciencias Sociales, y vi que ambas disciplinas tenían cosas comunes: partir de un marco teórico o hipótesis de partida, desarrollar cuatro puntos metodológicos e intentar no salirse mucho de ahí. El resto, con la magia de la edición e intercambiando ideas, viene solo. Y en esas mismas líneas trabajé con Ibon Ibarlucea y con el resto: Diego Urruchi, Rául López y Llucia Plá.

¿Qué enseñanzas surgen del primer documental, en este caso junto a Joseba Gorordo, titulado : «160 metros: una historia del rock en Bizkaia»

Digamos que fue la precuela. En “160metros...” aparece Cancer Moon tocando en playback “Tell me the secret” en ETB1 de manera somera, pero lo suficientemente poderosa como para llamar la atención y despertar la curiosidad del neófito. También el relativo éxito que tuvimos nos ayudó a impulsar este proyecto, aún sabiendo los problemas que surgen en estos asuntos. Por ejemplo, en “160 metros...” realizamos 22 entrevistas solo en el film. Aquí tuvimos claro que había que reducirlas y contar lo mismo o más con menos voces autorizadas.

¿Haber vivido o no las experiencias contadas de forma contemporánea es un problema o solo una fecha?

Este es un debate continuo. Nos sucedieron las mismas objeciones en el anterior documental. Y creo que salimos airosos. Los más mayores del lugar nos suelen echar en cara, con cierta condescendencia, que queramos hablar de algo que no lo vivimos de manera directa. Propongo una enmienda a la totalidad. En este proyecto, no haberles visto en vivo ni haberles conocido personalmente me sirvió para centrarme en el lado artístico de los personajes y no tanto el humano que queramos o no, en esta historia hay mucho. En este proyecto nos hemos dado cuenta que el elitismo underground emerge muy fuerte desde los círculos de viejos rockeros, que pasan de mirarte con el ceño fruncido a volcarse en ayudar. Pero cerrando este paréntesis, los análisis más certeros desde mi opinión, surgen cuando tienes cierta perspectiva histórica, que permite recoger información más heterogénea, y que va de la gente más adulta a la más joven, y comprender mejor los cambios sociológicos ex ante, durante y ex post del fenómeno. Recordemos que no sólo se trata de estudiar porque cuatro chavales cogen una guitarra y se meten a un local a meter ruido. Todo está impulsado, además de por gustos musicales, por factores intangibles que son los más ricos de analizar.

¿De entre los nombres susceptibles de documental, por qué se elige Cancer Moon? ¿Qué es lo que les subyuga?

Tenía 15-16 años cuando escuché “Moor Room” (Radiation, 1994). Entonces no entendí nada. Me parecía atractivo el rollo que hacían, distinto cuando menos, pero lo dejé aparcado hasta que unos cuantos años más tarde, cuando ya empecé a completar una colección discográfica de referencia anglosajona, volví sobre ellos y les comprendí mejor. Eso me interesaba: porqué antes se me antojaban tan marcianos, pero más tarde ya no. Creo que nos ha pasado a todos y con muchos grupos. Eso da fe de que estamos ante un sonido muy, muy especial, que resiste y gana al paso del tiempo y por tanto, merece ser analizado.

Ibon Ibarlucea es de Eibar, como Josetxo Anitua, y donde formó sus primeros grupos, en este aspecto su aportación pudo ser directa.

Es amigo de la familia Anitua y conoció a Josetxo y Cancer Moon desde los inicios. Con él, entre otras cosas, medimos la idiosincrasia de una ciudad como Eibar y discutimos para intentar comprender esa concepción laboral tan arraigada de un lugar enclavado en un valle donde se confunden los talleres con la naturaleza; está más cerca de Bilbao que de Donosti –incluso tiene una Virgen de Begoña en la entrada–, goza de ese espíritu emprendedor e innovador a través de la metalurgia así como el orgullo de pertenencia de sus gentes. Creíamos que de ahí podíamos responder a preguntas relacionadas con ese carácter tan fuerte de Josetxo para con su trabajo artístico, lejano a la industria, ese ”dar con el mismo clavo en la misma pared”.

La tragedia rodea la historia de Cancer Moon con dos fallecidos (también su batería Jesús Suinaga) y la retirada de la escena de su colíder Jon Zamarripa, que ahora, intenta reactivar Cancer Moon? ¿Se esquiva o se intenta aportar alguna teoría?

A Zamarripa le hemos intentado entrevistar varias veces, ya que es el 50% de la banda, pero no se encontraba a gusto haciéndolo, así que desistimos por respeto. Ha sido en efecto un tema complejo de tratar, y lo hemos intentado resolver con la mayor delicadeza posible, pero buscando la coherencia con la historia. Tampoco hay que contar todo: me gusta que el espectador se imagine cosas y las interprete.

En el documental se ve que tienen acceso al lugar de trabajo musical de Anitua, con su grabadora y una versión sorprendente en una de las cintas.

Me atrevo a decir que mágica. Fuimos a su casa familiar de Zarauz, donde su hermana Usua, que digamos es el hilo narrativo del documental, nos abrió sus puertas y nos dejó avasallarla a preguntas. En el suelo, junto a la colección de discos de Josetxo estaba su cuatro pistas, que debía estar sin tocar desde su fallecimiento. Sabíamos que era el aparato con el que grababa esbozos de canciones y similares, y casi al acabar la entrevista, alguien osó a darle al play. Afuera llovía, en el subsuelo en el que estábamos la humedad se colaba entre los huesos, la entrevista había sido muy emotiva y de repente empezó a sonar “(It seems like) Never Rains in Souther Californa”, aquel himno hippy de Albert Hammond. Todos nos quedamos callados viendo como giraba la bobina, escuchando la canción y no exagero al decir que estuvimos a punto de darnos la mano los allí presentes, cámaras, operadores, sonidistas... Cuando acabó, nos quedamos en silencio un rato largo. Su hermana lo rompió diciendo que parecía un regalo que nos mandaba Josetxo desde algún lado. Solo por ese momento, valió la pena todo el proceso.

¿Algún documental a la vista?

Nadie ha hecho nada aún sobre Bichos. Lo que da para radiografiar la escena cultural navarra de pelo cardado de mediados de los 80. Fue otro grupo especial. Al final estamos contando una historia, y si algo nos enseñó “Searching for Sugar Man, sin ánimo presuntuoso, es que no hace falta irnos a biopics de bordeliners para hacer un documental.