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Volver a Raqqa

Tras haber cubierto la ofensiva contra la capital del ISIS en Siria, el afamado foto-reportero ha vuelto meses después a Raqqa. Y constata la desolación de una ciudad que es un amasijo de escombros y en la que los que vuelven a los que fueron sus hogares se exponen a las minas y a las bombas trampa dejadas por los yihadistas.


Raqqa, la ciudad que se hizo famosa por ser la capital del ISIS, ocupada por estos desde enero del 2014 formó el autodenominado Estado Islámico junto con la ciudad de Mosul, en Irak, y Sirte, en Libia. Ahora ya ninguna de las tres esta bajo su control.

Raqqa fue la ultima en caer, y pagó un alto precio de vidas humanas y destrucción. La ciudad, que contaba con cerca de 470.000 habitantes antes del inicio de la ofensiva, no superaba los 20.000 después de once meses de guerra, que dejaron un saldo aproximado de 1.785 víctimas civiles, de ellas una gran parte menores.

La ofensiva duró entre noviembre de 2016 y octubre de 2017, y la ciudad quedó muy dañada por los combates y bombardeos, al punto de que no es posible ver un solo edificio sin, en el mejor de los casos, signos de metralla en su fachada.

Transcurridos unos meses desde que fuera liberada de las garras del ISIS, parte de la gente empieza su periplo para tratar de volver a sus casas. Muchos de ellos se encuentran con que, cuando vuelven a su ciudad, sus hogares ya no existen; los otros, los «afortunados» que aun tienen algo que más o menos se puede llamar casa, se enfrentan a un problema mayor: los yihadistas dejaron la ciudad sembrada de minas y de bombas trampa. 

Una trampa para los más pequeños

Un equipo de Médicos sin Fronteras (MSF) llegó a Raqqa en octubre y cuenta con un centro de emergencias dentro de la propia ciudad y un servicio de ambulancias que tiene como misión estabilizar y posteriormente trasladar a los heridos al hospital de la ciudad de Tal Abyad, en un trayecto de hora y media. En muchas ocasiones son las propias familias las que llevan a los heridos al centro de emergencias, ya que las comunicaciones civiles en la ciudad son muy inestables. «En los primeros días de octubre atendíamos a siete victimas por día, hasta un máximo de once, ahora a unas veinticinco por semana», nos cuenta el coordinador de MSF, Craig Kenzie. «Al principio eran sobre todo hombres de mediana edad, pero ahora son sobre todo niños», añade.

 Ibrahim, de 14 años de edad, ha perdido las dos manos, Husein, de 12 años, la mano izquierda, Mustafa, de 9 años de edad, tiene heridas en los pies y en el pecho, y la pequeña Bean, que no tiene más de 6 años, ha perdido la mano derecha y un dedo de la mano izquierda. Son los hijos de Ahmed Ibrahim y Fatima Husein Ali, que tienen asignada una de las habitaciones del hospital de Tal Abyad. El 28 de enero, la familia volvió a su casa, a una distancia de 3 kilómetros de la ciudad de Raqqa, después de pasar diez meses en Qamislhi esperando que su ciudad fuera liberada para poder regresar a ella. Fueron parte de ese grupo de «afortunados», pero les duró poco: el 18 de Febrero los niños de Fatima y Ahmed jugaban en la calle, encontraron algo parecido a un cable y se lo llevaron a casa. Entonces explotó.

«Aquí nos ofrecen medicinas, alimentos, de todo», agradece el padre de familia. Yo prefiero tener paciencia. Trabajo en Raqqa haciendo limpiezas con contratos de tres meses, y vivimos en el campo. No hay servicios allí para los niños, así que cada día que pasamos aquí puede compensar un año para los niños».

Problemas de salud mental

Ahmed cuenta que cuando volvió a su ciudad hace un mes y medio, cruzó la calle y un artefacto hizo explosión. Perdió la pierna izquierda. Estuvo en coma dos días, hasta que despertó y se encontró en el hospital donde hoy se encuentra todavía recuperándose. Desgraciadamente, el caso de los niños de la familia de Fatima, Ibrahim y Ahmed es solo uno de los muchos que se dan regularmente en esta ciudad.

De ahí que Médicos Sin Fronteras cuente también con soporte para salud mental,  para tratar casos de amputaciones o muertes por las bombas trampa, o a personas que de vuelta a su ciudad se dan cuenta de que han perdido su casa y sus propias raíces. Estos dramas se traducen en muchos casos en trastornos de estrés postraumático, confirma Cristine, la responsable de este proyecto. «Durante un evento traumático, sentimos que está en peligro nuestra vida o incluso la de los demás, y es posible sentir miedo o tener la sensación de que no podemos controlar lo que está sucediendo alrededor. La mayoría de nosotros ha experimentado reacciones asociadas con el estrés con posterioridad a un evento traumático. Los principales síntomas se pueden desarrollar con sentimientos de desesperanza, vergüenza o desesperación; depresión o ansiedad; alcoholismo o drogadicción; síntomas físicos o dolor crónico; problemas laborales; problemas de pareja, incluido el divorcio», explica.

El cruel legado de los yihadistas permanece aun a día de hoy en esta ciudad y los civiles, una vez mas, vuelven a sufrir la peor parte de las guerras.