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El día en que el PP reconoció violencias de todos los sectores

Entre los convulsos años 2000 y 2003, Vicenç Fisas puso a hablar de forma indirecta y bajo estricta confidencialidad a todos los partidos del Parlamento de Gasteiz en un ejercicio que desembocó en algunos consensos básicos hoy aparentemente inalcanzables.


Siempre se pueden hacer muchas cosas respecto al diálogo si se hace de forma confidencial, y por tanto, nadie tiene que actuar frente a la galería, sobreactuando». Habla Vicenç Fisas, premio Nacional de los Derechos Humanos en 1988 y fundador de la Escola de Pau en la Universitat Autónoma de Barcelona, en la cual ocupó la cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos.

Su nombre se ha hecho conocido por su participación en el proceso de paz colombiano, pero también ha estado implicado en varias iniciativas de paz en Euskal Herria. Una de ellas, desconocida para el gran público, se desarrolló de forma confidencial entre los años 2000 y 2003 bajo el nombre Contrastes. Se trató de un ejercicio discreto dirigido por Fisas bajo el paraguas del director general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, consistente en conversaciones con todos los partidos del Parlamento de Gasteiz –a excepción de Ezker Batua, que no respondió la invitación–. La crudeza del contexto, marcado por el fin de la tregua de ETA en diciembre de 1999 y una represión que culminó con la ilegalización de la izquierda abertzale, no hacen sino poner en valor los 18 consensos alcanzados por todas las fuerzas políticas en aquella iniciativa que ahora, tras el fin de ETA, Fisas ha decidido sacar a la luz pública.

Entre los consensos aparece, por ejemplo, el «reconocimiento de que a lo largo de los años han existido siempre diferentes tipos de violencia», así como «el reconocimiento de que en la historia del conflicto ha habido múltiples errores, excesos y violencias, desde todos los sectores, que han generado dolor y sufrimiento». «A pesar de la existencia de atentados, se ha de poder vivir democráticamente y con respeto mutuo hacia las propuestas y ambiciones democráticas de los demás», añadía otro de los puntos suscritos por todos los partidos, de Batasuna al PP.

El freno de la ilegalización

¿Pudo haber tenido más recorrido? Imposible saberlo. Rafa Larreina, que participó en Contrastes como parlamentario de EA, asegura que sí: «La ilegalización de Batasuna ha retrasado en más de diez años el actual escenario, pues impidió el trabajo en favor de la paz que se estaba desarrollando entre sus dirigentes y dirigentes de otros partidos». «Para quienes en tiempos de cavar trincheras éramos partidarios de construir puentes, el ejercicio que nos proponía Fisas era un primer paso para generar lugares de encuentro entre diferentes en los que explorar posibles consensos», añade.

Gemma Zabaleta, que fue una de las interlocutoras del PSE, no se atreve a aventurar qué hubiera ocurrido si no se llega a ilegalizar a Batasuna, pero pone en valor también un ejercicio que, en su momento, «parecía un imposible». «Aquel ejercicio me ayudó a ver que era posible un discurso común compartido de mínimos entre las distintas sensibilidades políticas, y eso me animó luego a promover junto con otras mujeres Ahotsak», explica tres lustros después una Zabaleta que no esconde las discrepancias existentes en aquel entonces en el PSE-EE.

También las recuerda Fisas: «Fue complicado, pues inicialmente se encargó Rodolfo Ares, el portavoz, muy esquivo y distante, y después Mario Onaindia, que falleció a finales de agosto de 2003, y que nunca creyó en el ejercicio, que lo consideró inútil y predemocrático, en palabras suyas. No fue hasta la posterior designación de Gemma Zabaleta que el PSE se implicó de veras y con fuerza».

El promotor de la iniciativa destaca, en cambio, que Batasuna «se tomó muy en serio y con interés el ejercicio», mientras que el PNV participó «siempre sin demora y con plena convicción de su utilidad». Esther Agirre y Joseba Álvarez, que participaron en nombre de Euskal Herritarrok, primero, y de Batasuna, después, consideran que sirvió para dos cosas: «Para poner en marcha una reflexión básica que no existía entonces sobre la resolución del conflicto, y para blindar, en medio de aquella situación violenta, un espació discreto e indirecto para ver, más allá del discurso oficial, donde estaban los acuerdos y los desacuerdos entre las fuerzas políticas».

Por parte del PNV fue Joseba Egibar el que respondió puntualmente a Fisas. «El método utilizado obligaba a salir del refugio de la descalificación o la neutralización respectiva y exigía proponer distintas salidas», recuerda hoy, reivindicando el valor del ejercicio: «Todas aquellas iniciativas que persiguen un objetivo positivo y tienen rigor dejan poso».

El que fuera principal interlocutor del PP en Contrastes, Fernando Maura, hoy en día diputado de Ciudadanos en Madrid, alegó con amabilidad falta de tiempo para contestar las preguntas trasladadas por GARA. «Nunca admití compartir el enunciado que me adjudican», aclara, en cualquier caso.

Virtudes y límites de la discreción

Todos los participantes consultados por este periódico coinciden en señalar que la discreción fue un elemento indispensable, sobre todo en aquel contexto. «Supuso un ejercicio de reflexión que facilitaba la autocrítica de todos los que participábamos, sin que esta se convirtiese en arma arrojadiza en el debate mediático y político abierto. Esta circunstancia, fruto de una estricta confidencialidad, es la que posibilitaba que se pudiese avanzar», considera hoy Larreina.

Egibar subraya que «en el momento en el que tienes que pasar de la coincidencia al pronunciamiento político, en la medida en que hay una exposición pública, los partidos se contraen». De ahí su apuesta por «insistir más en lo privado para que esas posiciones que, a veces, suelen ser personales y, después, pasan a ser grupales, maduren y tengan efecto en el cuadro de mando de cada uno de los partidos políticos».

Sin embargo, esta discreción, indispensable en un inicio, tiene sus límites. «Siempre he pensado que uno de los problemas de la política es que hay una larga distancia entre lo privado y lo público, entre lo que uno es capaz de confesar en privado y lo que se dice en público», apunta, por ejemplo, Zabaleta.

El propio Fisas recuerda que, en un momento dado, «todos los grupos, menos el PP inicialmente, valoraban la oportunidad de hacer un anuncio público en la prensa» sobre los consensos alcanzados. Una publificación así hubiese supuesto un salto cualitativo de gran dimensión, pero finalmente se truncó, dejando el potencial de Contrastes y el reconocimiento de todas las violencias por parte de PP y PSE guardado bajo siete llaves. «No lo reconocieron en público ni entonces ni ahora», a diferencia de Batasuna en aquel entonces y Sortu en la actualidad, subrayan ahora Agirre y Alvarez.

¿En el 2000 sí y en 2018 no?

En este sentido, traído el ejercicio Contrastes a una actualidad marcada por el final de ETA y la airada reacción que este fin ha suscitado entre aquellos que durante años reclamaron su disolución, resulta inevitable preguntarse por qué PP y PSE se niegan a reconocer en público hoy lo que adelantaban hace una años en un contexto mucho más duro. «Quizá por eso mismo. Siendo la situación mucho más dura, todos sentíamos la presión social para dar pasos hacia la resolución, aunque luego aceptar eso públicamente sea muy difícil», apuntan Agirre y Álvarez.

Larreina, por su lado, considera que «deberían poder firmarlo sin problema, pues negarlo sería negar la propia realidad; la clave está en si son capaces de ignorar o superar el pressing de ciertos sectores». No lo ve tan fácil Egibar: «Cuando los temas se sustraen del juego político posibilitan que se pueda afrontar la solución de otra manera, pero mientras están condicionados por la disputa política resulta imposible». Situándose en el carril del medio, lamenta en este sentido «la gestión de la violencia o del terrorismo de ETA y de los contraterrorismos ilícitos con el objeto de obtener beneficios electorales».

Zabaleta es la que más se explaya en este punto: «No creo que estas circunstancias hayan ido a mejor; han ido a mejor los tiempos, vivimos sin duda un escenario que nada tiene que ver con aquel, pero no por eso la política está menos condicionada para hacer cosas nuevas. Todo lo contrario, vivimos un tiempo de involución política extraordinaria en términos de libertades y de discurso político».

La exconsejera, decepcionada, remata recordando que «en aquel entonces se reconocían todos los excesos, así como el carácter de nación de Euskadi, o el hecho de que todos los proyectos políticos no solamente puedan ser defendidos, sino que tienen que poder ser llevados a la práctica». «Es difícil entender que aquellas cosas estuvieran encima de la mesa entonces y ahora no, hemos perdido también esa parte de memoria de lo que fuimos capaces de avanzar en tiempos que eran muy difíciles», concluye.