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La izquierda abertzale se conjura con su comunidad y se proyecta a futuro

No hay otro movimiento político en Euskal Herria capaz de proyectar su visión como ayer lo hizo la izquierda abertzale. Su ambición cultural, su deseo de cambio adquiere nuevas formas, eso sí, inscritas en una tradición reconocible y potente.


Espectacular. El cierre de ciclo político que ha protagonizado la izquierda abertzale en estas últimas semanas, en estos años pasados, es sencillamente espectacular. Con lo difícil que lo tenían, con el peligroso bloqueo que se había instalado. Pero lo han conseguido, y lo saben. Por eso ayer lo intentaron mostrar en un acto como solo ellos y ellas saben hacer. Poca gente en Europa puede hacer más con menos, y eso vale por igual para el acto en sí que para la dinámica política.

El acto de Miribilla fue en un sentido clásico, tradicional si se quiere, con un punto nostálgico. Sin embargo, fue estética y políticamente vanguardista y con voluntad de trascender, de proyectarse como visión de país y de futuro. Esa visión tiene gran capacidad para vincular a nuevas generaciones con esas viejas tradiciones revolucionarias sin sonar artificial.

La combinación de experiencia y juventud es uno de los grandes valores de la izquierda abertzale y ayer se volvió a ver. En ella militan personas con una trayectoria larga, muy larga, cuyos contemporáneos en otros partidos y movimientos hace tiempo que se fueron a casa o fueron liquidados por la estructura. Conviven con personas realmente jóvenes pero con una gran experiencia en la lucha política. En algunos casos con muchos años de cárcel para lo jóvenes que son, algo que les confiere una madurez especial. Con sus taras, claro está. Pero suenan políticos, muy políticos, no en el sentido peyorativo, sino en el auténtico. Es el caso de Arkaitz Rodríguez, que ayer estuvo brillante.

El de Miribilla fue, sin duda, un acto comunitario, una ceremonia y por momentos hasta un llanto. También una celebración. Vistas las reacciones y el buen sabor general del público al terminar, resultó un acto sanador. Aunque el resto de tradiciones lo desprecien, hay mucho sufrimiento en esta familia política, y eso les hace empáticos al dolor ajeno de una manera especial, no fingida.

Impacta ver la de gente que ha pasado por la cárcel en este país, aunque solo estuviese una parte de ellos y ellas. El tema de presos es prioritario para sus familias y para su movimiento. Son conscientes de que no va a ser fácil, que sus camaradas son rehenes en el juego político del Estado. Pero, aunque humanamente ansiosos, están políticamente serenos y han demostrado gran perseverancia.

Luego, cada cual tiene sus debilidades. Confieso que, para mí, un movimiento político que tiene a Grazi Etchebehere en sus filas, a gente comprometida tanto en «la guerra» como en «la paz», no solo no puede rendirse. Es que no puede perder.