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Mano abierta de Torra a Sánchez, siempre que no exija renuncias

El president, Quim Torra, presentó ayer en el Parlament a su Govern con un discurso que hizo equilibrios entre la reivindicación del mandato del 1-O y una agenda inmediata que espera tratar con el nuevo Ejecutivo español. Los efectos del 155, la situación de los presos, la intervención financiera y las leyes suspendidas por el TC, en primer plano.


No será Catalunya quien cierre una ventana de oportunidad que todavía está por ver si es verdad que se ha abierto. Podría ser el resumen de la intervención del president, Quim Torra, ante el pleno del Parlament, donde ayer defendió a su recién nombrado Govern, que ocupó por primera vez la primera fila del hemiciclo, vacía desde octubre de 2017. Podría parecer que Catalunya recupera cierta normalidad, si no fuese porque los anteriores ocupantes de esos escaños están en la cárcel o el exilio. El lazo amarillo en el Parlament, del que Ciudadanos ya ha hecho su particular casus belli, es el antídoto contra ese riesgo de normalidad.

El peligro, en cualquier caso, es relativo en un país como el catalán, con un exacerbado sentido del simbolismo y la estética. La presidencia de Quim Torra está plagada de gestos en ese sentido desde el primer día. La incógnita se sitúa, más allá de la retórica, en la actuación práctica del nuevo ejecutivo, sobre el que ayer Torra dio alguna primera pista, a la espera también de que se concreten las intenciones del Gobierno español de Pedro Sánchez, del que llegan mensajes contradictorios. Un unionista recalcitrante como Josep Borrell en Exteriores y una federalista convencida como Meritxell Batet en Administraciones Territoriales. Es el resumen de la bipolar composición del Ejecutivo Sánchez en lo que respecta a Catalunya.

«Hoy me siento muy bien acompañado», arrancó Torra en referencia a sus consellers, tras lo cual trenzó una intervención de poco más de media hora a salto de mata entre objetivos políticos concretos a corto plazo y recordatorios republicanos sobre el mandato del 1-O. El equilibrismo será una constante durante la legislatura catalana.

Torra empezó con el memorial de agravios, prohibiciones y arbitrariedades españolas que le han llevado a la Generalitat –«El traspaso de carteras se ha tenido que hacer en el exilio y en la cárcel», recordó–, aunque no tardó en enumerar los objetivos de su acción de gobierno, que empiezan por poner fin al 155 y a subsanar sus consecuencias. «Siete meses de intervención han parado buena parte del funcionamiento de la Generalitat», aseguró, enmendando la plana al delegado del Gobierno español en Catalunya, Enric Millo. Por ello, una de las primeras acciones del nuevo Govern será poner en marcha un comisionado sobre el autogobierno que se dedicará a identificar y subsanar todos los efectos de la intervención estatal en las instituciones catalanas.

Diálogo... y negociación

Aunque la incógnita sobre el actuar del nuevo Gobierno español recorrió todo su discurso –el independentismo se debate entre el escepticismo y cierta esperanza–, no fue hasta el final cuando Torra interpeló directamente al nuevo inquilino de Moncloa. Tras reivindicar la legitimidad del president Carles Puigdemont y «el mandato del 1-O ratificado el 21D», aseguró esperar «que Sánchez se avenga a tratar de manera urgente la cuestión de Catalunya». Pero no de cualquier manera: «Este Govern no ha venido aquí a rendirse para poder negociar».

Torra recordó que «en ningún lugar del mundo se ha exigido la rendición para dialogar» y exigió que el encuentro que espera mantener próximamente con Sánchez se desarrolle «sin apriorismos». «¿De qué sería necesario negociar si todo estuviera decidido?», se preguntó, antes de añadir, recordando tanto el 1-O como el 21D, que «el respeto al voto y la voluntad de la gente debería ser buen punto de partida para negociar».

Pero, aunque no lo dijo expresamente, Torra dedicó buena parte del discurso a desgranar objetivos a corto plazo con los que quedará de manifiesto, más pronto que tarde, el talante del Gobierno de Sánchez. El primero, prioritario para el Govern, es la situación de presos y exiliados. Es, probablemente, el más complejo para Moncloa, puesto que una vez inaugurado el circuito judicial, la capacidad de injerencia del PSOE es limitada. Cuestiones como el acercamiento y la elección del fiscal general, en cualquier caso, son gestos que marcarán una voluntad.

Pero donde más rápidamente se podrán medir las intenciones de Sánchez será en otras dos carpetas también desgranadas por Torra: el control de las finanzas públicas catalanas, contra el que el president prometió dedicar todos sus esfuerzos, y las leyes del Parlament suspendidas por el Tribunal Constitucional, que el Govern volverá a impulsar en el Parlament. La mayoría son de contenido social progresista (desde la pobreza energética al derecho a la vivienda) y el independentismo confía así en llenar contenido esa expresión genérica de «hacer república». La duda es qué PSOE se encontrarán en frente, ¿el de Borrell o el de Batet?