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La crisis y la violencia empujan a México hacia la izquierda

A la tercera puede ser la vencidapara Andrés Manuel López Obrador. Salvo catástrofe, el líder de Morena, candidato en otras dos ocasiones, se impondrá en los comicios de mañana. Su triunfo llega en un contexto de crisis estructural y violencia. En campaña, han matado a al menos 133 políticos.


Han pasado 12 años desde que Andrés Manuel López Obrador, entonces candidato del PRD (Partido de la Revolución Democrática) instaba a sus seguidores a abandonar un plantón que paralizó la Ciudad de México durante meses. Entonces, el actual aspirante y favorito en las encuestas, quedó muy cerca de ser presidente. Tanto que siempre ha defendido que fue un fraude lo que permitió que Felipe Calderón, aspirante del omnipotente PAN (Partido de Acción Nacional) se hiciese con el poder. Ahora, todas los sondeos le dan como vencedor por un amplio margen, de entre 20 y 30 puntos, sobre Ricardo Anaya y José Antonio Meade, sus dos grandes rivales. El primero encabeza una extraña coalición entre el derechista PAN y el izquierdista PRD, donde militó López Obrador hasta fundar Morena (Movimiento de Regeneración Nacional) en 2011. El segundo es un tecnócrata que lidera al PRI pese a no estar afiliado y que poco podía hacer contra el lastre de encabezar la lista de la formación que ha dominado la política mexicana prácticamente durante el último siglo.

En los 12 años transcurridos desde que AMLO (como se conoce al aún candidato) se lanzó a la carrera presidencial por primera vez la crisis en México se ha agravado. Por un lado, por la corrupción, convertida en mal endémico. El país es considerado el más corrupto de la OCDE. Por otro, y están relacionados, por la violencia. La denominada «guerra contra el narco» iniciada en 2006 por Calderón ha dejado 230.000 muertos y 36.000 desaparecidos. Una sangría. La tasa de homicidios está en 20 por cada 100.000 habitantes, cuando la OMS considera «pandemia» de violencia si las muertes violentas llegan a ser 10 por cada 100.000.

«Queremos un cambio»

«El Gobierno prometió un crecimiento del 4% y ahora estamos en el 2%, la inflación está en el 7%, el precio de la gasolina se ha duplicado. El país no crece, la violencia va a peor y desde Ayotzinapa (donde 43 estudiantes normalistas fueron asesinados en 2014) la población identifica que los políticos no hacen su trabajo», dice Aníbal García, investigador del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag).

«Queremos un cambio. El país está muy descontrolado. El Gobierno nos ha robado, todo es pura droga, puro narcotráfico, pura corrupción», dice Mario Moncada Carrera, comerciante de 52 años. El miércoles por la noche acudió al cierre de campaña de AMLO en el Estadio Azteca. Más de 90.000 personas caben en el coliseo, que estaba a reventar en la jornada en la que López Obrador se vistió de presidente. No dijo nada nuevo, no era necesario. Solo agradecer el camino recorrido y desgranar su programa. No quiso improvisar, así que leyó, al contrario de lo que ha hecho en las decenas de mítines a lo largo de todo el país. Gesto simbólico: la canción de Morena, el partido de López Obrador, dice en un momento que «si el país se moreniza no nos gana Televisa». Pues bien, el Azteca es propiedad del canal de televisión, que en dos ocasiones anteriores negó la posibilidad de que AMLO cerrase su campaña donde Maradona inventó la «mano de Dios».

La clave del discurso del, salvo catástrofe, futuro presidente, es la lucha contra la corrupción. Habla de un «Gobierno austero», pero no como se entiende la austeridad en Europa, sino como una administración sin gastos superfluos. Promete no subir los impuestos e incrementar la inversión en programas sociales y planes de producción. Cree que con el dinero que gane al desfalco generalizado podrá cuadrar la balanza para promover campañas como la de becas para todos los estudiantes, que populariza con el eslogan «becarios sí, sicarios no». En un país empobrecido, se trata de la primera ocasión en mucho tiempo en la que llega un gobernante que pone a las clases populares en el centro del debate.

Algo ha cambiado en el líder de Morena desde su frustrado primer intento. Según García, su proyecto es ahora «más reformista» que «radical», aunque no renuncia a utilizar este último término, siempre matizando que se refiere a su sentido etimológico, a «ir a la raíz».

Esto no le ha evitado que sus adversarios sigan presentándolo como una figura similar a Hugo Chávez. El expresidente venezolano, fallecido en 2013, se utiliza como arma para desprestigiar opciones progresistas casi en cualquier parte del mundo y México no es una excepción. Otras voces críticas, pero que no caen en la caricatura, consideran que Morena puede convertirse en el partido hegemónico de México durante los próximos años. Así lo cree José Antonio Crespo, del Centro de Investigación y Docencia Económi- cas. En su opinión, López Obrador se asimila al PRI originario, representando una izquierda nacionalista que encontraría en el conservador PAN su «oposición genuina». Así, podría configurarse una suerte de bipartidismo que dejaría fuera a actores históricos como el PRI o el PRD. Pero eso es adelantarse demasiado. Morena ni siquiera ha llegado al Gobierno todavía.

«Mejor que en Suecia»

«Su modelo económico no está claro», cuestiona Crespo. En su opinión, la campaña de López Obrador, que ha buscado limar sus aristas y no dar mensajes que asusten, genera incerti- dumbre por la falta de concreción. «No sabemos a cuál de sus asesores hará caso», ironiza, tras considerar que la promesa de acabar completamente con la corrupción es inalcanzable. «Dice que va a llevarnos a una situación mejor que en Suecia. Incluso allí hay pequeños casos de corrupción», asegura.

Una cosa es el camino recorrido y otra los logros que puedan obtenerse una vez llegado al poder. En primer lugar, López Obrador va a tener que lidiar con una heterogénea coalición que va a llevarle al Gobierno. Por un lado, el Partido del Trabajo, que se presenta como el «ala izquierda» de López Obrador y simboliza una tradición progresista que nunca ha llegado al poder en México. Por otro, el Partido Encuentro Social, que incluye entre sus filas a diversos pastores evangélicos y mantiene posiciones reaccionarias en asuntos como el matrimonio igualitario o el aborto. Habrá que ver hasta qué punto el futuro presidente es capaz de mantener la cohesión de sus dos compañeros de viaje.

No lo va a tener fácil López Obrador en los seis próximos años. A la difícil situación que aborda México se le añade la dificultad de ser visto como un tipo ajeno al establishment, que puede generarle complicaciones. Sus principales enemigos, de hecho, serán los grupos empresariales que hicieron fortuna con los gobiernos del PRI y el PAN, la clase política tradicional y, previsiblemente, la Administración Trump. El antagonismo del líder de Morena con el vecino del norte le ha servido para marcar perfil. Los mexicanos están hartos de humillaciones como la protagonizada por el magnate cuando ni siquiera era inquilino de la Casa Blanca. Fue invitado por Peña Nieto como si se tratase de un jefe de Gobierno y, en lugar de comportarse como un huésped agradecido, aprovechó para reafirmarse en su idea del muro que deberá pagar México. A pesar de ello, López Obrador mantiene un tono conciliador. Asegura que es imprescindible hablar con Washington. Sobre la mesa tendrá la discusión sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC) que Trump quiere eliminar. El mexicano, por su parte, plantea ampliar el acuerdo a Canadá y los países centroamericanos. Un Gobierno progresista tomando la iniciativa puede significar un revulsivo para una parte del continente en la que se imponen mayoritariamente recetas neoliberales.

Las elecciones del domingo serán históricas para México. Un triunfo de López Obrador implicaría la llegada al poder de una izquierda vetada por las élites. También, la gran responsabilidad de no defraudar a una población que ya no cree en el antiguo modelo.