Los Petrovic, Ivanisevic, Kostelic... ya tienen relevo
Croacia y deporte son dos palabras indisociables que pueden llegar a su culmen si alza la Copa del Mundo.
El irrepetible Drazen Petrovic conquistó la NBA, Goran Ivanisevic ganó Wimbledon en 2001 y la selección de fútbol acabó tercera en el Mundial de Francia 1998, pero la Copa Davis lograda en 2005 por los tenistas croatas supuso el mayor éxito deportivo desde que el pequeño país se independizó en los años 90, incluso por encima de los logros olímpicos de la supercampeona de esquí alpino Janica Kostelic.
Un hito que sacó entonces a las calles a miles y miles de personas, en una nación donde el deporte y sus deportistas son sus mejores embajadores. «Si no hay una guerra, el deporte es el ámbito en el que los pueblos se identifican», sentenció en una ocasión el autoritario presidente Franjo Tudjman. Y en su Croacia más. Por eso el logro histórico alcanzado por la selección de los Modric, Rakitic y compañía, y la posibilidad de que su gesta se agrande si superan en la final a Francia, se recordará por los siglos de los siglos.
Zvonimir Boban, uno de los idolatrados héroes ajedrezados de aquel combinado que alcanzó el tercer puesto hace dos décadas, sostenía meses atrás que «lo de Croacia en 1998 pasa solo una vez en la vida». Se equivocó. Su gesta ya tiene relevo. Tras el batacazo croata en Brasil 2014, el equipo balcánico llegaba a Rusia con buenas perspectivas, pero sin el glamour y el caché de los habituales candidatos. Perdió su primer partido, a partir de ahí exprimió al máximo sus niveles de glucógeno en sus células musculares y prórroga tras prórroga, se planta en una final a la que no había sido invitado.
‘‘Orgulloso de ser croata”, reza un popular canto deportivo que tiene raíces en los éxitos del país a orillas del Adriático, donde el deporte corre por sus venas, forma parte del día a día, es el mejor embajador. Y el fútbol, entre el baloncesto, waterpolo, balonmano e infinidad de disciplinas, en el frontispicio de esta laureada factoría de deportistas. «En nuestro país cualquier cosa es posible, no nos sorprende. Somos cuatro millones de personas, cuatro millones de técnicos, cuatro millones de jugadores, todo es posible», reconocía Zlatko Dalic, el seleccionador croata, otro outsider, como su equipo.
Jugará la gran final con su camiseta roja y blanca, por cierto, de 35 cuadros, inspirada en un tablero de ajedrez, y que en este Mundial solo vistió en su debut ante Nigeria. Llegará a la cita de Moscú con las piernas más castigadas del Mundial, los mismos partidos que su rival, pero con 90 minutos más añadidos de esa vida extra de las prórrogas. Pero no hay excusas. «Tenemos la suficiente energía y motivación», ha reiterado Dalic. A Modric le quedan reservas, Mandzukic no se rinde. El sufijo -ic es garantía de competitividad.
El primer once croata en una gran competición fue en la Eurocopa 96, ante Turquía en Nottingham. Hace sólo 22 años. Este domingo van a jugar la final de la Copa del Mundo. Sve je dobro što se dobro svrši, o todo lo bueno acaba bien. Será, eso sí, con el permiso de Francia.