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La vuelta al mundo en 157 kilómetros

Igual que la etapa vasca del Tour mostró la realidad de un país singular y vibrante, la de ayer entre Getxo y Oiz fue el escaparate perfecto para que demandas sociales y políticas traspasaran fronteras y vetos. Algunos quisieron acallarlas, pero no se pueden poner puertas al campo. Ni a la carretera.


Un acontecimiento deportivo de primer nivel es siempre un foco de atención internacional y, por tanto, una oportunidad para difundir al mundo todo tipo de demandas y reivindicaciones. Y cuando ese acontecimiento se celebra en un espacio abierto, miel sobre hojuelas.

Así que como este país anda sobrado de reivindicaciones y no está para desdeñar oportunidades, la llegada de La Vuelta estaba marcada en rojo en nuestra apretada agenda política. Los 157 kilómetros entre Getxo y Oiz fueron reflejo de la exuberante capacidad de movilización que atesora este pueblo y, sobre todo la subida al puerto, un muestrario de pasión e iniciativa.

Actuación de la Ertzaintza

También de firmeza y determinación. Como la que mostraron varios jóvenes que, como denunció Ernai y puede observarse en una de las fotografías de la página siguiente, tuvieron que soportar en Bilbo la actuación de la Ertzaintza, que les identificó y les quitó el material y pancartas que llevaban. La Policía no pudo impedir, sin embargo, que el Alto de Santo Domingo, una de las principales vías de entrada a la villa vizcaina, exhibiera lemas en favor de los presos políticos vascos, los jóvenes de Altsasu y la independencia.

Y es que, si la víspera se denunció que policías españoles y guardias civiles, con nocturnidad y alevosía, habían sembrado la subida a Oiz y al Balcón de Bizkaia de banderas españolas, que fueron rápidamente redecoradas por vecinos de la zona, ayer un mar de ikurriñas, pintadas en la carretera y pancartas dejaron meridianamente claro que la carrera ciclista entraba en territorio ajeno; en una nación que tiene identidad propia.

De hecho, el propio Ayuntamiento de Munitibar, donde está ubicada la cima del monte Oiz, recordaba en su cuenta de Twitter que esa localidad «está en Euskal Herria» y que «aquí vivimos en euskara». Dos grandes paneles daban fe de de ello.

Por su parte, Gure Esku Dago, que el domingo reunió a cientos de personas junto a la ermita de San Cristobal, había hecho un llamamiento a llenar las calles y aceras para reivindicar que “Libertad es decidir”, y fueron numerosas las personas que ayer secundaron la convocatoria, buena parte de ellas con camisetas de la iniciativa popular.

Asimismo, carteles firmados por Ernai indicaban desde primera hora de la mañana en Getxo, que La Vuelta –que ha apartado el gentilicio en su marca comercial pero que sigue siendo La Vuelta a España de siempre – no era bienvenida, que su presencia no es mero deporte y le invitaban a tomar, nunca mejor dicho, el camino de vuelta.

También madrugarían quienes pintaron varios coches de la caravana ciclista aparcados en Barakaldo y Portugalete con lemas en favor de la amnistía.

El espectáculo final

Así discurrió la jornada, atravesando la accidentada orografía vizcaina, con mayor presencia de aficionados y por tanto de símbolos reivindicativos en las principales localidades, hasta enfilar el último tramo, donde aguardaban miles de personas.

Y realmente los últimos kilómetros fueron un espectáculo. Lo fueron desde el punto de vista deportivo, con una subida durísima culminada en primer lugar por el canadiense Michael Woods, quien llegó a la meta aún no sabe cómo. Derrengado.

Pero fue también un espectáculo ver una marea humana animando a todos los corredores, sin distinciones, y mostrando una vez más que la afición vasca es especial. Una multitud en la que confluyeron todos los lemas y reivindicaciones del día. Las ikurriñas, claro, eran incontables, y también las banderolas en favor de los prisioneros y llamando a asistir a la manifestación del 20 de octubre en Donostia. Iñigo Cabacas, muerto en 2012 por un pelotazo de la Ertzaintza fue recordado, igual que Ibon Iparragirre, preso gravemente enfermo cuya libertad se exigía en varias pintadas. No fueron las únicas, y pudieron verse a pesar de los esfuerzos del helicóptero por evitarlo.

Uno a uno fueron llegando los corredores, exhaustos, atravesando una niebla que hizo épico el final de etapa. Y al otro lado de la línea, alborozado, se hallaba un pueblo reconocible y reconocido por cualquier amante del ciclismo. Una nación cuyos anhelos y demandas resonaron ayer en todo el planeta