Zelan aldatzen diren gauzak, kamarada
No sé realmente cómo era el festival hace veinte años, cuando comencé a cubrirlo informativamente. No sé cómo era realmente porque el tiempo nos hace idealizar las memorias. Lo peor de todo es que me es imposible desligar los recuerdos profesionales de los personales, porque para mí, Zinemaldia, ha sido siempre algo personal, como sé que lo es para muchos de los asiduos al certamen. Rememoro la ilusión que sentía cada vez que llegaba a una nueva sesión de cine, cada vez que entrábamos al hotel Maria Cristina y alguno de nuestros cineastas favoritos estaba allí. Recuerdo conversar, siendo una veinteañera, con Claude Chabrol o Ben Gazzara y observar la majestuosidad de Max von Sydow. El María Cristina, aún no se había reformado, y era un hervidero de mitómanos y caras conocidas mezcladas que se mezclaban con periodistas, el Kursaal aún un sueño. Éramos algunas menos, sobre todo menos mujeres cubriendo el festival, mujeres presentando películas, había menos prensa y la sensación de que eso que llaman glamour se paseaba por las calles. No había móviles, al menos poca gente los usaba como ahora, de forma indiscriminada y absurda. Esperábamos al periódico del día siguiente y nos hacía ilusión encontrarnos cada año con esas personas de las nos hacíamos inseparables durante aquellos días y noches eternos. Zelan aldatzen diren gauzak, kamarada, como el título de la canción de Hertzainak, hemos cambiado, Zinemaldia ha cambiado, su imagen, su proyecto, sus gentes. Eso sí, siempre hay viejos amigos y amigas que nos visitan, fieles a la cita con el cine con más tirón de toda Euskal Herria. Me voy a las salas oscuras y a las calles. Mañana más, tengo que empezar a crear nuevas memorias, con “Oreina” de Koldo Almandoz, con las películas de Muriel Box, con “Visión” de Naomi Kawase, con...