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Los albaneses de Mitrovica rechazan perderla por Presevo

La región, una de las más prósperas del país, hace tiempo que no sonríe: dividida en dos, serbios al norte del río Ibar, albaneses al sur, se ha convertido en una de las cartas de negociación de los presidentes serbio y kosovar. Sin embargo, los albaneses no quieren entregarla ni aun a cambio del ansiado reconocimiento.


En Kosovo, país que en 1999 derrotó a Serbia con la ayuda de la OTAN, el reconocimiento internacional tiene un precio aún por computar. Ahora que las negociaciones en Bruselas afrontan una etapa crucial, Agim Fetahu se pregunta por el dolor que causará el acuerdo. Este miembro de la comunidad ashkali de Mitrovica, símbolo de este conflicto, teme que despedacen aún más esta región desgarrada de los Balcanes y se estremece cuando escucha la posible salida de una corrección de fronteras entre Kosovo y Serbia. Como hijo de esta ciudad y kosovar, advierte: «La gente protestaría de forma violenta porque la oposición es muy fuerte». Sead, albanés de 28 años, coincide en el rechazo a intercambiar el norte de Mitrovica por el valle de Presevo: «Esto no es un mercadillo. Esta idea no es nueva, pero es ridículo dar el lago Gazivode y la mina Trepca. (Hashim) Thaçi –presidente kosovar– no es quién para decidir, sobre todo porque este intercambio nos robaría la única fuente de prosperidad».

Al norte del río Ibar, con la ciudad de Mitrovica de frontera, las cuatro municipalidades son de clara mayoría serbia. Desde que concluyó la guerra, Serbia las controla de facto con estructuras paralelas en educación, sanidad y justicia. Sin embargo, Pristina se coordina con Belgrado en la mina Trepca y la presa Gazivode, que proporciona 1/3 del agua consumida en Kosovo. Estas infraestructuras son para los albaneses sinónimos de trabajo y prosperidad. Un anacronismo en el que recuerdan los años dorados en los que la mina Trepca y la estabilidad de Tito hacían de Mitrovica una de las regiones que más contribuía al bienestar general de la antigua Yugoslavia. Se decía «Trepca radi Beograd se gradi» («Trepca trabaja, Belgrado se desarrolla»).

Fetahu, de 51 años y padre de 5 hijos, es consciente de que «algo hay que sacrificar» por el reconocimiento: «Aunque no sea la mejor opción, sigo prefiriendo la autonomía». señala. Este ashkali, comunidad étnica que presuntamente se escindió de la romaní por el conflicto entre serbios y albaneses, se refiere a la Asociación de Municipalidades Serbias (AMS), otra de las opciones sobre la mesa de negociación en Bruselas junto a la corrección o intercambio fronterizo y la continuidad del statu quo.

La AMS es una gran autonomía para las 10 municipalidades de mayoría serbia, cuatro al norte del río Ibar y seis enclaves en el interior de Kosovo. Su contenido está todavía por definir, pero se inclinaría hacia el modelo de la República Srpska en Bosnia: un Estado disfuncional por el constante veto de sus comunidades. Kosovo, que nació con una autonomía dentro del marco del Plan Ahtisaari, aceptó la AMS en las negociaciones de Bruselas. Sin embargo, no se ha implementado: políticos y ciudadanos dicen y decían que los serbios no se comportan igual con los albaneses de Presevo y que pocos países de la UE dan tanta autonomía a sus habitantes. Ahora, en cambio, parece una buena opción en Mitrovica. Este cambio en la percepción es ya un éxito de la negociación, puede que parte de la estrategia política.

Desde su independencia, en 2008, Kosovo ha aceptado cada demanda internacional para facilitar la integración, estancada aún en la frontera de la liberalización de visados de la UE. Hasta hoy, encontrar un antídoto al ostracismo ha sido imposible debido al veto de Serbia, Rusia y China, que no reconocen a la joven República y evitan su acceso a entidades como la ONU y la Unesco.

La posición de estos países ha sido firme, como la del Estado español y los otros cuatro países comunitarios que evitan su entrada en la UE, y remiten su decisión a un acuerdo entre Serbia y Kosovo. Así, para lograr la estabilidad en los Balcanes, la comunidad internacional parece dispuesta a dar el visto bueno a que se alteren las fronteras establecidas, una tradicional línea roja. El apoyo a esta salida es, según las declaraciones de Hashim Thaçi, casi total, e incluye a Rusia. Solo titubea Alemania, reacia a abrir la caja de Pandora de la corrección fronteriza en los Balcanes. Porque no solo es Kosovo: es Bosnia, es Macedonia....

Desconfianza

En el centro de la Mitrovica albanesa, si el ejemplo son Latif Huseni y Tefik Uka, dos jubilados que sonríen, ríen y hacen reír, nadie diría que se vive un conflicto. Uka, como era empleado sin contrato en una empresa serbia de la antigua Yugoslavia, no cobra dinero del Estado: es mantenido por las remesas de dinero que manda uno de sus hijos desde Suiza. Huseni, que hacía el mismo trabajo de mantenimiento y reparación de tuberías, pero para una empresa de Mitrovica, sí recibe una jubilación de 150 euros. «Dependemos de Mitrovica. Si cogen una parte, daría igual que se llevaran toda la región. Sería un error, aunque no sé qué harán nuestros políticos: todo depende del dinero que les den y del apoyo de la comunidad internacional», dice Uka, de 63 años. Huseni, de 66, lo corrobora, y añade que «la idea que tenían los serbios era la de colocar una frontera con el río, por lo que si se llevan Mitrovicë lo habrán conseguido».

Pese a ser una causa crucial para la sociedad, estos jubilados aseguran que su opinión no importa en Bruselas. Ni la suya ni la de los casi 2 millones de kosovares que no están siendo consultados por el Gobierno. «No creo que vayan a dividir nuestra ciudad, pero si lo hicieran no nos preguntarían: harán lo que quieran, como siempre hacen, pensando solo en ellos», se queja Huseni, quien destaca la simbiosis entre las mafias serbia y albanesa: «Vivo en el norte, y es cierto que allí hay mafias, pero en esta parte de la ciudad existe otra mafia: ambas están conectadas, se necesitan para sobrevivir».

A pocos metros de la mezquita Bajram Pasha, Sead conversa con Gentrit, de 23 años. Son jóvenes, parte de ese colectivo afectado por una corrupción endémica que obliga a huir a los más preparados. Ninguno de los dos quiere el acuerdo de corrección fronteriza ni la AMS. Tampoco seguir estancados sin el reconocimiento: están en un callejón sin salida porque aún no parecen preparados para el dar y recibir que es una negociación. Su apuesta, pese a que pospondría la solución final, es desarrollar conjuntamente la región: «Tenemos que generar inversión para que haya cooperación entre las comunidades. En lugar de intercambiar territorios, deberíamos empezar a explotar el turismo en el lago Gazivode».

Acordar no es implementar

El diálogo entre Serbia y Kosovo, que comenzó en Bruselas en 2011, ha facilitado acuerdos en causas primordiales. Sin embargo, muchos no se han implementado por completo: según refleja un estudio de Balkans Policy Research Group, menos de un tercio de la treintena larga de acuerdos alcanzados. Entre los allidos están la AMS y la apertura del puente sobre el río Ibar al tráfico de vehículos. Ambos gobiernos, conscientes del rechazo de importantes sectores de la sociedad, se culpan mutuamente de cada fracaso, de provocar tensiones para hundir las negociaciones. Turbulencias que siguen incluso en esta etapa decisiva: Kosovo ha aprobado tres leyes para crear su ejército y ha impuesto un arancel del 100% a los productos serbios. Por su parte, Belgrado muestra una actitud provocadora: en un discurso en el norte de Kosovo, el presidente, Aleksandar Vucic, glosó las virtudes de Slobodan Milosevic. En el otro lado de la balanza, ambos gobiernos han alcanzado un acuerdo para repatriar los cuerpos de los desaparecidos durante la guerra. Un avance que, como siempre ocurre en Kosovo, tendrá su fase más comprometida en la implementación.

La oposición a estos y otros acuerdos ha sido y es importante en Kosovo, sobre todo cuando se habla de corregir las fronteras. El primer ministro, Ramush Haradinaj, se ha posicionado en contra. Además, miles de personas protestaron este año contra este acuerdo. A la cabeza estaba Vetëvendosje, primera fuerza parlamentaria y principal oposición a los partidos herederos de la guerrilla UÇK. Su posición es firme: no quieren negociar porque entienden que Belgrado solo persigue entorpecer el desarrollo de Kosovo. La sociedad, aunque más moderada, se opone sobre todo a la corrección de fronteras: una encuesta del Instituti Demokrati i Kosovës eleva el rechazo al 75%.

Esta posición, además de la débil coalición de gobierno, aventura que será complicado aprobar cualquier resolución en el Parlamento: se necesitan dos tercios de los diputados. Pese a ello, y he ahí la esperanza, los políticos kosovares han demostrado un inagotable pragmatismo para aceptar las directrices de la comunidad internacional. El objetivo ha sido y es la integración, para lo que se necesita el reconocimiento de Serbia, aunque sea de facto o con un modelo similar al que mantuvieron en Alemania la RFA y la RDA. De esta forma se levantaría el bloqueo internacional. Pero esto es Kosovo, y no parece sencillo: la liberalización de visados para la UE probablemente no llegará antes de 2020, como anunció Europa. Un síntoma poco halagüeño para unas negociaciones que, de mantener el statu-quo, además de complicar el día a día de los kosovares, implicarían una derrota diplomática para Bruselas. Una más en Kosovo.